domingo, 20 de enero de 2019

"Haced lo que Él os diga". (Jn 2, 1-12)

Hoy la Iglesia nos invita a considerar el conocido episodio de las Bodas de Caná. Es un texto eminentemente simbólico… Cada gesto, cada elemento, tiene un significado profundo que nos ilumina y nos da pistas para crecer en nuestra relación con Dios.

El primer gran detalle es precisamente el  marco: unas bodas, una fiesta… La Biblia habla muchas veces de bodas y de matrimonio para referirse a la relación que Dios quiere establecer con nosotros… Dios quiere sellar con cada uno de nosotros un compromiso de amor incondicional, un matrimonio indisoluble, una alianza que dure por siempre… Pero, claro, el matrimonio es cosa de dos, por eso es una imagen que nos ayuda a descubrir lo que Dios desea de nosotros.

Sin duda, lo primero que debemos hacer es invitarlo a la boda… Parece una obviedad, pero es un detalle que no pocas veces se nos olvida… Lo primero es abrirle las puertas de nuestra casa, de nuestra vida, de nuestro corazón…; dejarlo entrar, dejar que su amor nos invada, que su ternura nos sane, que su gran misericordia nos rehaga por dentro… El Señor no viene a condenar, ni a juzgar, ni a pedir; viene a dar, a darse, a llenarnos de su amor y de su vida… Él está siempre a la puerta llamando, basta abrirle y entrará gozoso, pues nuestro Dios es un Dios al que le gusta la fiesta, que disfruta con nuestras alegrías y comparte nuestras penas.

Un segundo detalle es que, para que el Señor actúe, ha querido contar con nosotros… Qué Dios tan maravilloso… ¡Claro que podría hacerlo todo solo…! Pero, no, quiere contar conmigo…

Los novios, igual que yo, necesitan de alguien que se dé cuenta de que les falta vino… ¡Cuántas veces no somos conscientes de lo que realmente necesitamos…! Y siempre, en momentos claves de nuestra vida, hemos tenido personas que se han dado cuenta y han intercedido por nosotros de muchas maneras, con la oración, hablando con otras personas, saliendo al paso de lo que necesitamos... igual que María, la madre de Jesús… ¡Qué conmovedor es oírla decir a Jesús: “¡No tienen vino!” No le ordena,  no lo obliga, solo le sugiere de manera sutil, amorosa… Ante esto, es imposible resistirse… Y, luego, es hermoso escucharla decir a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”… Y esta puede que sea una de las enseñanzas centrales… No se trata de ir por el mundo de salvadores, activistas o francotiradores… Se trata de hacer lo que el Señor nos susurra al oído, lo que Él nos dice al corazón a través de su palabra, de los acontecimientos, de nuestra propia conciencia, de personas a través de las cuáles Él se nos comunica… Y, me pregunto: ¿Estoy atenta a lo que me dice? ¿Distingo su voz? ¿La sigo? Si seguimos su voz, no andaremos perdidos…

Y aquellos sirvientes hacen lo que Jesús les dice, aunque parezca absurdo. El Señor les pide lo que está en su mano, lo que ellos pueden hacer… Claro que no pueden sacar vino de donde no hay, pero pueden llenar las tinajas de agua… Algo sencillo, aparentemente inútil… Y Jesús hace el resto… No hará lo que yo puedo hacer; Él transformará nuestros pequeños esfuerzos y acciones… Pero, para actuar, necesita de nuestra colaboración, necesita que pongamos, que hagamos algo… Dios no es el Dios “milagrero…”; es el Dios que transforma nuestros pequeños gestos en obras maravillosas… Igual que es capaz de transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, es capaz de transformar nuestra vida, nuestro corazón, nuestros pensamientos, nuestras acciones… Pero necesita que lo pongamos en sus manos, que hagamos lo que nos dice…

Os invito a contemplar este texto, a fijaros en los detalles… Y, sobre todo, a ser agradecidos con las personas que han intercedido tantas veces por nosotros y que nos han invitado sencillamente a hacer lo que el Señor nos dice…

domingo, 6 de enero de 2019

Sigamos su estrella. (Mt 2, 1-12)


6 de enero… Hoy es el día de la Epifanía del Señor, el día en que celebramos su manifestación a los gentiles… Y cuando decimos “gentiles”, no queremos decir necesariamente “no creyentes” sino personas que aún no conocen a Jesús…; y no pocas veces somos los que nos confesamos creyentes quienes no lo conocemos…
Los Magos representan a esas personas que buscan… que buscan algo más… que no están satisfechas con lo que ya saben o conocen… que saben que aún les queda mucho por descubrir… que buscan algo que de verdad dé sentido a sus vidas… No buscan riquezas, ya las poseen… No buscan más conocimientos, ya los tienen… Buscan esa sabiduría profunda que solo se halla cuando tenemos un encuentro personal con Dios, sabiduría infinita, vida plena, amor desbordante…
Y porque buscan, porque su corazón está inquieto, descubren aquella estrella… Cuando buscamos, siempre aparecen estrellas en nuestro camino, pequeñas chispas, luces, inspiraciones… algo que nos permite atisbar una pista en el camino que puede dar respuesta a nuestras preguntas existenciales… Y, entonces, deciden seguirla… Es ahí cuando verdaderamente comienza la historia, cuando nos decidimos a seguir aquellas pequeñas luces e inspiraciones y nos ponemos en camino, cuando nos atrevemos a seguirla, aunque no sepamos dónde nos va a conducir…
La tradición nos dice que aquellos magos eran tres… La búsqueda no se realiza en solitario, el camino es más fácil cuando es compartido con otros buscadores, con otras personas que comparten nuestras mismas inquietudes… Juntos es más fácil superar las dificultades, los desalientos que, sin duda, se dan en nuestro caminar…
Llega un momento en que aquella estrella se detiene en Jerusalén… la ciudad santa… Eso les permite conocer a aquellos que eran capaces de descifrar el mensaje de la estrella, pues conocían las profecías… Meditar sobre esto me produce tristeza y me inquieta… Aquellos sacerdotes sabían mucho sobre Dios, pero no lo conocían realmente… Su fe no alentaba su vida, no calentaba su corazón, no los ponía en camino ni en búsqueda… Su fe les daba seguridad, la seguridad de lo ya sabido… Sin embargo, aún así, eran capaces de conducir a otros… ¡Qué gran misterio! Dios puede servirse de nosotros para iluminar a los demás a pesar de nuestras propias oscuridades… Y aquellos judíos, les señalan el camino… Debemos ser agradecidos con todos aquellos que, pese a sus limitaciones, nos han conducido hacia Jesús…
Pero no quedan seducidos por aquella sabiduría de las escrituras, y aquellos magos continúan su camino… La estrella vuelve a lucir en el firmamento y se detiene en Belén, sobre una pobre gruta en la que han hallado cobijo un matrimonio y su hijo recién nacido… Y aquellos sabios, no se dejan engañar por las apariencias… Porque, ¿acaso en medio de tanta carencia pueden encontrar aquello que están buscando? ¿Pueda una cueva de animales albergar la sabiduría? Trascienden las apariencias porque se dejan guiar por la estrella, por su corazón, por aquella luz que brilla con fuerza en su interior y les permite ir más allá… Y aquellos magos, aquellos sabios, aquellos reyes, se postran ante Jesús…, reconocen en aquel niño la sabiduría infinita, el amor desbordante, a Dios hecho visible ante ellos… Y ante Él, solo cabe postrarse y adorarlo, reconocerlo como nuestro centro, nuestro Señor, nuestro Salvador…
Y le ofrecen oro –sus bienes, lo que tienen–, incienso –su oración, su entrega–, y mirra –su fragilidad, su pequeñez–… Lo que son y lo que tienen…
Qué hermoso relato…  Cuán lleno de sabiduría… Y qué sencillo y clarividente…
Atrevámonos a seguir las estrellas que Dios pone en nuestro camino, nuestros sueños, nuestras intuiciones, nuestras búsquedas… Pongámonos en camino junto a otros peregrinos, junto a otros buscadores de infinito, de Dios… Preguntemos a los “sabios y entendidos”, pero no nos quedemos enganchados a ellos ni decepcionados por sus debilidades e incoherencias… Continuemos siguiendo su estrella… Sin duda, Dios nos conducirá ante Él… Y no nos dejemos engañar por las apariencias… En lo sencillo, en lo frágil, en lo que con tanta facilidad descartamos se pueden esconder los tesoros más preciosos… Y ofrezcámosle nuestra vida: nuestros dones, nuestros bienes (oro); nuestra oración, nuestras búsquedas (incienso) y nuestra fragilidad (mirra)… Él lo recibirá todo agradecido y, a cambio, se nos dará a sí mismo… ¿Acaso no ves cómo te sonríe?
¡Feliz día de Reyes…!