Hoy la Iglesia nos invita a considerar el conocido episodio de las
Bodas de Caná. Es un texto eminentemente simbólico… Cada gesto, cada elemento,
tiene un significado profundo que nos ilumina y nos da pistas para crecer en nuestra
relación con Dios.
El primer gran detalle es precisamente el marco: unas bodas, una fiesta… La Biblia habla
muchas veces de bodas y de matrimonio para referirse a la relación que Dios quiere
establecer con nosotros… Dios quiere sellar con cada uno de nosotros un
compromiso de amor incondicional, un matrimonio indisoluble, una alianza que
dure por siempre… Pero, claro, el matrimonio es cosa de dos, por eso es una
imagen que nos ayuda a descubrir lo que Dios desea de nosotros.
Sin duda, lo primero que debemos hacer es invitarlo a la boda… Parece
una obviedad, pero es un detalle que no pocas veces se nos olvida… Lo primero
es abrirle las puertas de nuestra casa, de nuestra vida, de nuestro corazón…;
dejarlo entrar, dejar que su amor nos invada, que su ternura nos sane, que su
gran misericordia nos rehaga por dentro… El Señor no viene a condenar, ni a
juzgar, ni a pedir; viene a dar, a darse, a llenarnos de su amor y de su vida…
Él está siempre a la puerta llamando, basta abrirle y entrará gozoso, pues
nuestro Dios es un Dios al que le gusta la fiesta, que disfruta con nuestras
alegrías y comparte nuestras penas.
Un segundo detalle es que, para que el Señor actúe, ha querido contar
con nosotros… Qué Dios tan maravilloso… ¡Claro que podría hacerlo todo solo…! Pero,
no, quiere contar conmigo…
Los novios, igual que yo, necesitan de alguien que se dé cuenta de que
les falta vino… ¡Cuántas veces no somos conscientes de lo que realmente
necesitamos…! Y siempre, en momentos claves de nuestra vida, hemos tenido
personas que se han dado cuenta y han intercedido por nosotros de muchas
maneras, con la oración, hablando con otras personas, saliendo al paso de lo
que necesitamos... igual que María, la madre de Jesús… ¡Qué conmovedor es oírla
decir a Jesús: “¡No tienen vino!” No le ordena,
no lo obliga, solo le sugiere de manera sutil, amorosa… Ante esto, es
imposible resistirse… Y, luego, es hermoso escucharla decir a los sirvientes: “Haced
lo que Él os diga”… Y esta puede que sea una de las enseñanzas centrales… No se
trata de ir por el mundo de salvadores, activistas o francotiradores… Se trata
de hacer lo que el Señor nos susurra al oído, lo que Él nos dice al corazón a
través de su palabra, de los acontecimientos, de nuestra propia conciencia, de
personas a través de las cuáles Él se nos comunica… Y, me pregunto: ¿Estoy
atenta a lo que me dice? ¿Distingo su voz? ¿La sigo? Si seguimos su voz, no
andaremos perdidos…
Y aquellos sirvientes hacen lo que Jesús les dice, aunque parezca
absurdo. El Señor les pide lo que está en su mano, lo que ellos pueden hacer…
Claro que no pueden sacar vino de donde no hay, pero pueden llenar las tinajas
de agua… Algo sencillo, aparentemente inútil… Y Jesús hace el resto… No hará lo
que yo puedo hacer; Él transformará nuestros pequeños esfuerzos y acciones…
Pero, para actuar, necesita de nuestra colaboración, necesita que pongamos, que
hagamos algo… Dios no es el Dios “milagrero…”; es el Dios que transforma
nuestros pequeños gestos en obras maravillosas… Igual que es capaz de
transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, es capaz de
transformar nuestra vida, nuestro corazón, nuestros pensamientos, nuestras
acciones… Pero necesita que lo pongamos en sus manos, que hagamos lo que nos
dice…
Os invito a contemplar este texto, a fijaros en los detalles… Y, sobre
todo, a ser agradecidos con las personas que han intercedido tantas veces por
nosotros y que nos han invitado sencillamente a hacer lo que el Señor nos dice…
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