domingo, 29 de marzo de 2009

V Domingo de Cuaresma (Ciclo B): “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-33)

Entramos ya en la quinta semana de Cuaresma; es decir, estamos ya a tan solo una semana del Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa…

El evangelio que nos propone la liturgia de hoy, sitúa a Jesús ya en Jerusalén, entre aquellos que han subido a la ciudad santa para celebrar la Pascua. Pese a que Jesús forma parte de la multitud de peregrinos, es claramente identificado por la gente, y no sólo por los judíos sino también por “extranjeros”, en este caso por unos griegos, que también han ido a Jerusalén para adorar a Dios; es decir, hombres con una profunda inquietud religiosa.

Estos griegos, se acercan a Felipe, uno de los Doce, y le dirigen una hermosa petición: “Queremos ver a Jesús”.

Estos personajes representan no sólo a todos aquellos no pertenecientes al pueblo “elegido”, pero que son personas religiosas, sino a la cultura griega que, a la vez, busca la sabiduría, e intuyen que en Jesús pueden encontrar lo que están buscando.

¡Cuántas personas buscan internamente algo que les dé sentido a sus vidas! ¡Cuántos buscan al Dios verdadero que pueda saciar su sed! ¡Cuántos desean “ver” a Dios! Pero necesitan de alguien que los lleve a Jesús…

Felipe va en busca de Andrés y, juntos, trasladan esta inquietud a Jesús… Y Él responde con una frase que para nosotros puede resultar enigmática: “Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado”. Más adelante añade: “Padre, glorifica a tu Hijo”. A lo que el Padre responderá, diciendo: “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. Pero, ¿qué quiere decir “glorificar”?

La “gloria de Dios” es una expresión muy presente en el Antiguo Testamento que quiere expresar lo que Dios es esencialmente, su identidad y realidad más profunda. Ver la gloria de Dios es ver a Dios mismo… Por eso, lo que Jesús quiere decirles a los griegos, y a nosotros, es que quienes lo vean a Él verán a Dios mismo, conocerán quién es Dios realmente… Con ello responde a ese deseo que tenemos en nuestro interior de conocer a Dios no de oídas, sino desde la experiencia personal; no desde imágenes muchas veces tergiversadas, sino desde lo que Él es verdaderamente.

Y, ¿qué es lo que los griegos van a ver en Jesús? No verán a un dios Omnipotente, Todopoderoso e Inmutable… Verán al grano de trigo que cae en tierra y muere… Verán a un Dios que entrega su vida por amor…

La imagen del grano de trigo alude a su muerte. La propuesta de Jesús es descubrir en su entrega amorosa en la cruz, el amor del Padre que se desborda… Su invitación es a descubrir en esos brazos extendidos en el madero, esos brazos que se abren para acogernos con ternura infinita… Por eso dice: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”… Dios no es alguien que se impone, sino alguien que desea atraernos hacía sí a fuerza de amor…

Este evangelio nos invita a contemplar el amor del Padre manifestado en la cruz de Cristo… Nos invita a preparar nuestros ojos y nuestro corazón para vivir en profundidad lo que celebraremos en el Triduo Pascual: la entrega de Jesús, una entrega que, como el grano de trigo caído en tierra, dará mucho fruto.

El mensaje es sencillo: Dios es alguien que se entrega, alguien que está siempre con los brazos abiertos para acogernos… Pero para ello es necesario que nos acerquemos al crucificado, que lo contemplemos para descubrir en él, el amor que brota de la cruz, de modo que nosotros también aprendamos a ser como Dios: vida que se dona, brazos abiertos para todos aquellos que necesiten de nosotros…

miércoles, 25 de marzo de 2009

El Via Crucis

El “Vía Crucis” es una expresión latina que significa “Camino de la Cruz”. También es conocido como “Estaciones de la Cruz” y “Vía Dolorosa”. Se trata de un camino de oración que busca adentrarnos en la meditación de la Pasión de Jesús, recorriendo con Él las diferentes etapas o momentos vividos desde el momento en que fue condenado a muerte hasta su crucifixión y sepultura, si bien actualmente muchos “Via Crucis” incluyen el momento de la resurrección. El camino se representa con una serie de imágenes de la Pasión o “Estaciones” correspondientes a incidentes particulares ocurridos a lo largo de su recorrido.

La erección y uso de las Estaciones se generalizaron al final del siglo XVIII. Al principio el número de Estaciones variaba pero finalmente se estandarizó a catorce, aunque algunos actualmente, como he dicho antes, añaden una última, dedicada a la Resurrección.

La costumbre de rezar las Estaciones de la Cruz posiblemente comenzó en Jerusalén. Según la tradición, la Virgen María visitaba diariamente las Estaciones originales y el Padre de la Iglesia, San Jerónimo, nos habla ya de multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en su tiempo.

Desde el siglo doce los peregrinos escriben sobre la “Vía Sacra”, como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión. No sabemos cuando surgieron las Estaciones según las conocemos hoy, pero probablemente fueron los Franciscanos los primeros en establecer el “Via Crucis” ya que a ellos se les concedió en 1342 la custodia de los lugares más preciados de Tierra Santa.

Como muchos peregrinos no podían ir a Tierra Santa ya sea por la distancia y difíciles comunicaciones, ya sea por las invasiones de los musulmanes que por siglos dominaron esas tierras y perseguían a los cristianos, creció la necesidad de representar la Tierra Santa en otros lugares más asequibles e ir a ellos en peregrinación. Por este motivo, en varios lugares de Europa se construyeron representaciones de los más importantes santuarios de Jerusalén y se editaron manuales para rezar las Estaciones de la Cruz.

Para rezar el Via Crucis se recomienda lo siguiente: 1. Deben hacerse las catorce (o quince) estaciones establecidas. 2. Se recomienda que cada estación esté ilustrada por una imagen alusiva. 3. En cada estación se realizan lecturas y alguna oración vocal. 4. Es costumbre realizar algún tipo de desplazamiento de una Estación a la otra. Si no es posible a todos los presente hacer este movimiento sin causar desorden al hacerse las Estaciones públicamente, es suficiente que la persona que lo dirige se mueva de Estación a Estación mientras los otros permanecen en su lugar. 5. Al final se puede rezar un Credo y pedir por las intenciones del Papa rezando un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria.

Las catorce estaciones son las siguientes: 1) Jesús es condenado a muerte. 2) Jesús carga con la cruz. 3) Jesús cae por primera vez. 4) Jesús se encuentra con su Madre. 5) El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz. 6) La Verónica enjuga el rostro de Jesús. 7) Jesús cae por segunda vez. 8) Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén. 9) Jesús cae por tercera vez. 10) Jesús es despojado de sus vestiduras. 11) Jesús es clavado en la cruz. 12) Jesús muere en la cruz. 13) Jesús es bajado de la cruz y es puesto en brazos de su Madre. 14) Jesús es sepultado.

Las Estaciones de la Cruz se pueden hacer todo el año, pero son especialmente significativas durante la Cuaresma.

Es importante caer en la cuenta de que cuando acompañamos a Jesús en su camino hacia la cruz, no estamos evocando sólo un hecho pasado, sino que es necesario tener presente a Jesús que hoy sigue siendo crucificado en tantos hermanos nuestros, víctimas de distintas formas de violencia.

Puedes acceder a un Via Crucis ilustrado en http://paraorar.blogspot.com/2009/03/via-crucis_27.html

miércoles, 18 de marzo de 2009

Praticad la limosna

En días anteriores hemos explicado ya dos de las tres “prácticas” clásicas para vivir la Cuaresma: el ayuno y la oración. Hoy vamos a hablar de la tercera: la limosna.

El término “limosna” muchas veces suele tener un sentido peyorativo… Nadie quiere recibir “limosnas”, entendiendo con ello que nadie quiere recibir un dinero miserable que apenas si soluciona sus problemas; o sencillamente porque se considera una humillación… Más aún, a la limosna se contrapone el término “justicia”… Yo no quiero recibir limosnas de nadie sino lo que me corresponde…

Sin embargo su sentido original es bien distinto.

En hebreo se utiliza la palabra “sadaqah”, es decir, precisamente “justicia”. Cuando se habla de “dar limosna”, se está pidiendo ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados, no tanto en virtud de la generosidad cuanto, sobre todo, en virtud del deber de la caridad operante.

Al traducir la Biblia al griego, dicha palabra se tradujo con la palabra griega “eleemosyne”, que proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia.

Sencillamente a partir de estos significados etimológicos, podemos decir que la limosna es una actuación, que pretende hacer un acto de justicia, movido por la compasión. Por tanto, nadie comprendería una limosna como un hecho de mera generosidad (¡qué buena es esta persona!) o por una obligación (claro, es cuaresma y hay que dar algo)… No, yo doy limosna porque me siento interpelado por la situación de necesidad que atraviesa una persona y me siento movido a compartir mis bienes para remediar dicha situación. Por eso la limosna ha sido siempre un prueba de la auténtica religiosidad de una persona. Porque, ¿acaso puedo ver a un hermano que está pasando necesidad y no hacer nada al respecto? ¿Cómo puedo decir que amo a Dios a quien no veo, si paso indiferente ante las necesidades apremiante de un hermano a quien veo? (St 2, 14-17; 1Jn 3,17).

En la oración colecta del pasado domingo, se decía: “Dios misericordioso, fuente de toda bondad, Tú nos has propuesto como remedio del pecado el ayuno, la oración y las obras de misericordia…”

Ya hemos dicho que el ayuno nos ayuda a recuperar el sentido de los bienes materiales y que la oración nos invita a intensificar nuestra relación con Dios. En cambio, la limosna toca de manera particular nuestra relación con el prójimo; por eso dicha oración, en vez de la palabra “limosna”, utiliza un sinónimo “obras de misericordia”. De este modo, se evita identificar la limosna únicamente con algo monetario, y se amplía su concepción diciéndonos que hacer limosna es practicar las obras de misericordia (Mt 25, 35-40).

Si recordáis, las obras de misericordia son 14: 7 corporales (dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al forastero, visitar a los enfermos, visitar a los encarcelados, enterrar a los muertos) y 7 espirituales (dar buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al afligido, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar a Dios por los vivos y los muertos), es decir, salir al paso de las múltiples necesidades de quienes nos rodean. Por tanto, practicar la limosna es practicar el mandamiento de amar al prójimo.

También la Iglesia nos recuerda que la limosna debe darse no sólo de los bienes superfluos, sino también de los necesarios (GS 98).

Aprovechemos la Cuaresma para revisar cómo es nuestra ayuda concreta a los demás para tomar medidas que nos lleven a compartir de manera real los bienes de los que disponemos y que nos han sido dados por Dios para cubrir nuestras necesidades y las de los que nos rodean y pasan necesidad.

domingo, 15 de marzo de 2009

III Domingo de Cuaresma (Ciclo B): Jesús, nuevo Templo (Jn 2, 13-25)

El evangelio que se nos propone este tercer domingo de cuaresma es un poco desconcertante y se ha prestado a interpretaciones muy variopintas.

Se trata de lo que muchos titulan: “La expulsión de los mercaderes del Templo” y, otros, “la purificación del Templo” (Jn 2, 13-25).

La escena tiene mucha fuerza. Se nos presenta a un Jesús que agarra un látigo y empieza a echar del templo a quienes comerciaban en él. Muchos se aprovechan de esta escena para justificar sus respuestas airadas ante determinadas situaciones, diciendo: Jesús también se enfadó y les cayó a latigazo limpio a los comerciantes del templo… Sin embargo, no parece que éste sea su significado.

Este episodio se recoge en los cuatro evangelista, lo que nos hace pensar en su verosimilitud histórica. En los sinópticos aparece al final de la vida pública, mientras que Juan lo coloca al principio. Por eso, muchos exegetas opinan que Juan vio en este hecho una clave de lectura para entender la vida y misión de Jesús.

Para Juan es claro que Jesús lo que pretende es “purificar el Templo”; es decir, devolverle su verdadero sentido y presentarse Él como el nuevo Templo. El Templo, que tiene como función principal ser la “Casa de Dios”, lugar de oración y de encuentro con Él, ha sido convertido en un negocio… ¡Es esto lo que lo “quema por dentro” (significado de la expresión: “el celo de tu casa me devora”). Jesús, sumamente paciente con los pecadores, con los enfermos, no puede soportar que se manipulen las cosas de Dios, que se comercie con el nombre de su Padre…

Esto, en realidad, es una crítica muy fuerte… En todos los tiempos los seres humanos tenemos la tendencia, y la tentación, de hacer de la religión un negocio… Se “venden” gracias; se “compran” favores, indulgencias… ¡Cuántos se aprovechan de la buena fe de la gente sencilla y los expolian bajo capa de oraciones o de obtener de Dios algún beneficio! O, nosotros mismos, cuántas veces tenemos la pretensión de “conseguir” de Dios algo que necesitamos a fuerza de limosnas, sacrificios u oraciones, en vez de estar dóciles y atentos a su voluntad…! ¡Cuántas veces tenemos la osadía de querer manipular a Dios, como si Dios se dejara comprar…!

Y a Jesús esto “le quema” por dentro, lo saca de sus casillas, pues su Padre no tiene nada que ver con ese fetiche que hemos hecho de Él… El Padre no sólo no se deja comprar, sino que no nos pide nada a cambio de nada… El Padre es todo don, todo gracia, todo amor gratuito y desinteresado… Quienes negocian con la religión y se enriquecen a costa de la fe del pueblo, profanan a Dios y a las cosas santas… Por eso se habla de que, con este gesto, Jesús purifica el Templo…

Mercadear con Dios no es algo inusual… No sólo se hace cuando pretendemos “comprar” o “vender” los dones que Dios da de manera gratuita, sino cuando vivimos lo que actualmente algunos denominan una religión “a la carta”… Sí, hacemos a Dios a nuestra medida, según nuestros gustos… Como quien va al supermercado y toma unas cosas y deja otras, según su necesidad… Jesús sí, pero la Iglesia, no; las celebraciones "movidas, sí, pero esas eucaristías aburridas, no;  me gusta eso de “ama y haz lo que quieras”, lo acojo; no estoy muy de acuerdo con eso del respeto a la vida en todas sus formas (no al aborto, a la eutanasia, a la manipulación de embriones, etc.), lo relativizo; la Iglesia dice una cosa, la hago dependiendo de si a mí me parece bien…Y, no, amigos… A Dios, o lo tomamos entero, con todo lo que Él es y propone (cf. El Sermón del Monte), o estamos mercadeando con Él…

En este domingo, la Cuaresma nos invita a tomarnos a Dios en serio… Dios no se compra ni se vende; las cosas de Dios no pueden ser vividas “a la carta”… Dios es don, es regalo que desea ser acogido de manera agradecida… Y, fruto de ese agradecimiento, nos comprometemos a vivir según este nuevo culto que Jesús nos propone. El nuevo Templo, el verdadero lugar de encuentro con Dios es Jesús… Sigamos sus huellas, acojamos su palabra, vivamos esa nueva vida que nos propone, vivamos como verdaderos hijos del Padre…

viernes, 13 de marzo de 2009

Decálogos Cuaresmales

La CENIZA que Dios quiere

 

Que no te consideres dueño de nada, sino humilde administrador.

Que no te gloríes de tus talentos,

sino que con ellos edifiques a los demás.
Que no te creas santo o te creas algo, 

porque santo y grande es sólo Dios.
Que no te deprimas ni te acobardes, porque Dios es tu victoria.
Que aprecies el valor de las cosas sencillas.
Que valores más la calidad que la cantidad.
Que vivas el tiempo presente, sin tantos miedos y añoranzas.
Que estés abierto siempre a la esperanza.
Que ames la vida y la defiendas.
Que no temas la muerte, porque siempre es Pascua.

 

EL AYUNO que Dios quiere

 

Que no hagas gastos superfluos.
Que tus inversiones las pongas en el banco del tercer mundo

y en la cuenta corriente de los pobres.
Que prefieras pasar tú necesidad antes que la padezca el hermano.
Que ofrezcas tu tiempo al que lo pida.
Que prefieras servir a ser servido.
Que tengas hambre y sed de justicia.
Que te comprometas en la lucha contra toda marginación.
Que veas en el pobre y en el que sufre un sacramento de Cristo.
Que esperes cada día una nueva humanidad.

 

LA ABSTINENCIA que Dios quiere

 

Que no seas esclavo del consumo, los juegos, las modas.
Que te abstengas de tanta televisión y de tanto DVD.
Que frecuentes menos bares, discotecas y lugares parecidos.
Que no seas esclavo del sexo ni de nada.
Que te abstengas de toda violencia.
Que respetes todo ser vivo.
Que te abstengas de palabras ociosas y necias.
Que te alimentes de la palabra de Dios.
Que comas la carne de Dios.


Juan Carlos Martos cmf (Tomado de: www.ciudadredonda.org)

miércoles, 11 de marzo de 2009

La Cuaresma: Tiempo de intensificar la oración

Todos estos días estamos insistiendo en que la Cuaresma es un tiempo que se nos ofrece para revisar nuestra vida y reorientarla hacia Dios. Para ello, se nos proponen tres medios privilegiados: El ayuno, la oración y la limosna.

Ya hemos visto que, el ayuno, nos ayuda a revisar el uso que hacemos de las cosas: el alimento, el tiempo, el trabajo, los medios de comunicación social, etc. En definitiva, a no caer en la dinámica absurda del consumismo sino a recuperar el uso de las cosas como lo que realmente son: medios puestos al servicio de la vida y dones que Dios nos regala para nuestra propia subsistencia y para compartir con los demás. Por eso, el ayuno tiene también una finalidad social, o mejor, son un cauce para crear fraternidad, pues aquello de lo que nos privamos (el ayuno supone privación), lo compartimos con quienes carecen de algo o de todo (limosna).

Pero hay algo más. El ayuno nos predispone, nos prepara al encuentro con Dios. Experimentar, aunque sea incipientemente, el hambre, la carencia, la necesidad de algo a lo que estamos acostumbrados, nos permite abrirnos a otras necesidades más trascendentes, nos permite experimentar también el hambre de Dios y a reconocerlo como Dador de todo. De allí que, la Cuaresma es un buen momento para intensificar la oración.

Pero, ¡ojo!, hablamos de oración, no de rezos… A los católicos, habitualmente, se nos ha enseñado a rezar y no tanto a orar. Rezar supone repetir fórmulas ya hechas. Esto, en principio, no tiene nada de malo, pero se corre el riesgo de decir palabras mecánicamente y de corrido, sin pensar, y menos aún sentir, lo que estamos diciendo. La oración, en cambio, es un diálogo con Dios. Y un diálogo no puede basarse en fórmulas ya hechas sino que debe ser espontáneo, de corazón a corazón, de tú a tú. Es igual que en nuestras relaciones personales. Qué distinto es relacionarnos desde fórmulas convencionales: “buenos días”, “¿cómo estás?”, “bien”, etc., a relacionarnos desde nuestra propia interioridad. Santa Teresa, por ejemplo, dice que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, y San Ignacio explica, sencillamente, que “El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro… comunicando sus cosas, y queriendo consejo en ellas…”

Si la oración es diálogo, se supone que hay dos interlocutores. Pero, en este diálogo, la iniciativa parte siempre de Dios. Es Él quien nos dirige una palabra, el que está deseando comunicarse con nosotros, el que se pone a nuestro alcance.  Por eso, la primera actitud que se requiere para la oración es dedicar un tiempo a ese encuentro, un tiempo de calidad que implique silencio, de modo que estemos abiertos a la escucha.

Sí, amigos, Dios habla, ¡ya lo creo! Pero para escucharlo hay que “ponerse a tiro”. Nos habla a través de su Palabra; y Su Palabra es Jesús: sus palabras, su vida, sus hechos… Toda la Escritura debe ser leída e interpretada desde Jesús, Él es la clave de lectura. Pero también nos habla a través de los acontecimientos, leídos desde Él, y a través de las necesidades de tantas personas que nos rodean.

Os invito a que estos días dediquéis unos minutos al diálogo con Dios, a leer su Palabra, a comentarle vuestras cosas… A hablar con Él como un amigo habla a otro amigo, escuchando lo que tiene que decirnos en este momento de nuestra vida. 

jueves, 5 de marzo de 2009

Pascua 2009 (Colaboración)

¿Cómo procuraré yo, que la celebración de la Pascua de este año 2009, sea verdadera?

Me hago esta pregunta en lo más profundo de mi ser para darme una respuesta sincera. Vivir la Pascua me lleva a cambios profundos en mi vida, cambios que me llevan a que mi vida se acerque más a la vida de Jesús y su Evangelio.

Este camino que comenzamos reconociendo nuestros pecados y de conversión, es un camino siempre nuevo, el camino hacia Jesús es continuo.

Comienzo, somos débiles y frágiles y solo SU fuerza nos hace seguir, renovarnos, reconciliarnos con nosotros mismos, asumir nuestra historia. Asumamos responsablemente el presente, asumamos nuestra vida con sus luces y sus sombras. Seamos humildes y aceptemos nuestras realidades y reconciliémonos con nuestra vida. Digámosle al Padre “aquí estoy sin esconderte nada de mi corazón”. En este camino hacia la Pascua pido al Padre, que la misericordia sea la que presida nuestras vidas, nuestra manera de mirar, de relacionarnos, de vivir como seguidores de Jesús.

En estos días de camino quiero oír la voz de Jesús que me dice: “Mira, estoy a la puerta y llamo. Si tú me abres, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20) y poderle contestar dame un corazón nuevo. Quiero emprender una vida nueva.  

miércoles, 4 de marzo de 2009

Practicad el Ayuno

En este camino hacia la Pascua que es la Cuaresma, queremos reorientar nuestra vida hacia Dios, teniendo como guía a Jesús y su Evangelio.


Para ayudarnos en este camino de “conversión”, de regreso a la casa del Padre, uno de los medios que se nos propone es el ayuno. Por ello, en estos tiempos que corren, es importante aclarar en qué consiste.


El ayuno, tal como se entiende en la Iglesia Católica, consiste en hacer una única comida fuerte a lo largo del día. En este sentido, no debe confundirse con la abstinencia (entendida como no comer carne) o con la mesura (control de la cantidad de comida que injerimos para no excedernos). Son días de ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y días de abstinencia el Miércoles de Ceniza y todos los viernes de la Cuaresma. Hay que tener presente que la abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad. 


Dicho esto, tenemos que preguntarnos qué sentido tiene hoy ayunar. De hecho, para muchos es una práctica arcaica, que no tiene mucho sentido y que, incluso, puede resultar hipócrita y poco útil en términos prácticos pues, a fin de cuentas, ¿a quién beneficia? El que yo pase “hambre” (sólo decirlo da vergüenza, pues el hambre es otra cosa) unas horas no soluciona el hambre del mundo. Sin embargo, en muchos ámbitos el ayuno está de “moda”. Se ayuna para adelgazar, se ayuna para ser ecologista (no se consumen determinados productos), se ayuna desde un sentido social (lo que ahorro lo doy como solidaridad), se ayuna como señal de protesta (huelga de hambre). Por tanto, lo que realmente está en crisis es su sentido religioso.


En primer lugar, no debemos olvidar que el “ayuno” no es un “sacrificio”, algo que hago para fastidiarme, como si el objetivo fuera ése. No. El ayuno es antes que nada un medio para ordenar mi vida, para recuperar mi verdadera humanidad y reforzar mi conciencia de hijo y de hermano. Dios no quiere que nos fastidiemos la vida sino que crezcamos como personas y como creyentes.


En realidad, como hemos dicho ya hace unos días, el ayuno alude a nuestra relación con los bienes no desde la apropiación, el abuso o el consumismo sino desde su verdadero sentido, viviéndolos como “cosas”, como medios, como dones de Dios. El ayuno nos invita a recuperar el “orden” interno, pues muchas veces estamos sometidos al uso de cosas de las que no podemos o sabemos prescindir y que nos quitan de la relación con los demás y con Dios (la TV, el ordenador, el trabajo…) o, sencillamente, nos quitan libertad. De hecho, en muchas religiones, el ayuno es un medio privilegiado que prepara nuestro cuerpo, lo “limpia” y lo capacita para tener un encuentro más profundo con Dios.


El ayuno supone “prescindir”, “abstenerse de” como señal de autodominio, de libertad interior. Es dejar sitio en nuestro interior para experimentar el deseo de Dios, que es el único que nos sacia profundamente, no las cosas (por tanto, nos remite a la oración), y para compartir con otros (permanece actual el destinar a un fin social el dinero que ahorramos con lo que dejamos de consumir). Por eso, puedo preguntarme: Cómo estoy en mi relación con las cosas, cómo las uso, qué dependencias tengo, de qué no podría prescindir… Y, a su vez, pensar de qué tendría que “ayunar” (privarme o abstenerme) para ser más libre y para compartir con los demás.


Para profundizar en este tema os sugiero leer el artículo “Recuperar el Ayuno” de José Eizaguirre, y el texto de Isaías 58, 1-9a (El ayuno que Dios quiere).