Entramos ya en la quinta semana de Cuaresma; es decir, estamos ya a tan solo una semana del Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa…
El evangelio que nos propone la liturgia de hoy, sitúa a Jesús ya en Jerusalén, entre aquellos que han subido a la ciudad santa para celebrar la Pascua. Pese a que Jesús forma parte de la multitud de peregrinos, es claramente identificado por la gente, y no sólo por los judíos sino también por “extranjeros”, en este caso por unos griegos, que también han ido a Jerusalén para adorar a Dios; es decir, hombres con una profunda inquietud religiosa.
Estos griegos, se acercan a Felipe, uno de los Doce, y le dirigen una hermosa petición: “Queremos ver a Jesús”.
Estos personajes representan no sólo a todos aquellos no pertenecientes al pueblo “elegido”, pero que son personas religiosas, sino a la cultura griega que, a la vez, busca la sabiduría, e intuyen que en Jesús pueden encontrar lo que están buscando.
¡Cuántas personas buscan internamente algo que les dé sentido a sus vidas! ¡Cuántos buscan al Dios verdadero que pueda saciar su sed! ¡Cuántos desean “ver” a Dios! Pero necesitan de alguien que los lleve a Jesús…
Felipe va en busca de Andrés y, juntos, trasladan esta inquietud a Jesús… Y Él responde con una frase que para nosotros puede resultar enigmática: “Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado”. Más adelante añade: “Padre, glorifica a tu Hijo”. A lo que el Padre responderá, diciendo: “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. Pero, ¿qué quiere decir “glorificar”?
La “gloria de Dios” es una expresión muy presente en el Antiguo Testamento que quiere expresar lo que Dios es esencialmente, su identidad y realidad más profunda. Ver la gloria de Dios es ver a Dios mismo… Por eso, lo que Jesús quiere decirles a los griegos, y a nosotros, es que quienes lo vean a Él verán a Dios mismo, conocerán quién es Dios realmente… Con ello responde a ese deseo que tenemos en nuestro interior de conocer a Dios no de oídas, sino desde la experiencia personal; no desde imágenes muchas veces tergiversadas, sino desde lo que Él es verdaderamente.
Y, ¿qué es lo que los griegos van a ver en Jesús? No verán a un dios Omnipotente, Todopoderoso e Inmutable… Verán al grano de trigo que cae en tierra y muere… Verán a un Dios que entrega su vida por amor…
La imagen del grano de trigo alude a su muerte. La propuesta de Jesús es descubrir en su entrega amorosa en la cruz, el amor del Padre que se desborda… Su invitación es a descubrir en esos brazos extendidos en el madero, esos brazos que se abren para acogernos con ternura infinita… Por eso dice: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”… Dios no es alguien que se impone, sino alguien que desea atraernos hacía sí a fuerza de amor…
Este evangelio nos invita a contemplar el amor del Padre manifestado en la cruz de Cristo… Nos invita a preparar nuestros ojos y nuestro corazón para vivir en profundidad lo que celebraremos en el Triduo Pascual: la entrega de Jesús, una entrega que, como el grano de trigo caído en tierra, dará mucho fruto.
El mensaje es sencillo: Dios es alguien que se entrega, alguien que está siempre con los brazos abiertos para acogernos… Pero para ello es necesario que nos acerquemos al crucificado, que lo contemplemos para descubrir en él, el amor que brota de la cruz, de modo que nosotros también aprendamos a ser como Dios: vida que se dona, brazos abiertos para todos aquellos que necesiten de nosotros…
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