El evangelio que se nos propone este tercer domingo de cuaresma es un poco desconcertante y se ha prestado a interpretaciones muy variopintas.
Se trata de lo que muchos titulan: “La expulsión de los mercaderes del Templo” y, otros, “la purificación del Templo” (Jn 2, 13-25).
La escena tiene mucha fuerza. Se nos presenta a un Jesús que agarra un látigo y empieza a echar del templo a quienes comerciaban en él. Muchos se aprovechan de esta escena para justificar sus respuestas airadas ante determinadas situaciones, diciendo: Jesús también se enfadó y les cayó a latigazo limpio a los comerciantes del templo… Sin embargo, no parece que éste sea su significado.
Este episodio se recoge en los cuatro evangelista, lo que nos hace pensar en su verosimilitud histórica. En los sinópticos aparece al final de la vida pública, mientras que Juan lo coloca al principio. Por eso, muchos exegetas opinan que Juan vio en este hecho una clave de lectura para entender la vida y misión de Jesús.
Para Juan es claro que Jesús lo que pretende es “purificar el Templo”; es decir, devolverle su verdadero sentido y presentarse Él como el nuevo Templo. El Templo, que tiene como función principal ser la “Casa de Dios”, lugar de oración y de encuentro con Él, ha sido convertido en un negocio… ¡Es esto lo que lo “quema por dentro” (significado de la expresión: “el celo de tu casa me devora”). Jesús, sumamente paciente con los pecadores, con los enfermos, no puede soportar que se manipulen las cosas de Dios, que se comercie con el nombre de su Padre…
Esto, en realidad, es una crítica muy fuerte… En todos los tiempos los seres humanos tenemos la tendencia, y la tentación, de hacer de la religión un negocio… Se “venden” gracias; se “compran” favores, indulgencias… ¡Cuántos se aprovechan de la buena fe de la gente sencilla y los expolian bajo capa de oraciones o de obtener de Dios algún beneficio! O, nosotros mismos, cuántas veces tenemos la pretensión de “conseguir” de Dios algo que necesitamos a fuerza de limosnas, sacrificios u oraciones, en vez de estar dóciles y atentos a su voluntad…! ¡Cuántas veces tenemos la osadía de querer manipular a Dios, como si Dios se dejara comprar…!
Y a Jesús esto “le quema” por dentro, lo saca de sus casillas, pues su Padre no tiene nada que ver con ese fetiche que hemos hecho de Él… El Padre no sólo no se deja comprar, sino que no nos pide nada a cambio de nada… El Padre es todo don, todo gracia, todo amor gratuito y desinteresado… Quienes negocian con la religión y se enriquecen a costa de la fe del pueblo, profanan a Dios y a las cosas santas… Por eso se habla de que, con este gesto, Jesús purifica el Templo…
Mercadear con Dios no es algo inusual… No sólo se hace cuando pretendemos “comprar” o “vender” los dones que Dios da de manera gratuita, sino cuando vivimos lo que actualmente algunos denominan una religión “a la carta”… Sí, hacemos a Dios a nuestra medida, según nuestros gustos… Como quien va al supermercado y toma unas cosas y deja otras, según su necesidad… Jesús sí, pero la Iglesia, no; las celebraciones "movidas, sí, pero esas eucaristías aburridas, no; me gusta eso de “ama y haz lo que quieras”, lo acojo; no estoy muy de acuerdo con eso del respeto a la vida en todas sus formas (no al aborto, a la eutanasia, a la manipulación de embriones, etc.), lo relativizo; la Iglesia dice una cosa, la hago dependiendo de si a mí me parece bien…Y, no, amigos… A Dios, o lo tomamos entero, con todo lo que Él es y propone (cf. El Sermón del Monte), o estamos mercadeando con Él…
En este domingo, la Cuaresma nos invita a tomarnos a Dios en serio… Dios no se compra ni se vende; las cosas de Dios no pueden ser vividas “a la carta”… Dios es don, es regalo que desea ser acogido de manera agradecida… Y, fruto de ese agradecimiento, nos comprometemos a vivir según este nuevo culto que Jesús nos propone. El nuevo Templo, el verdadero lugar de encuentro con Dios es Jesús… Sigamos sus huellas, acojamos su palabra, vivamos esa nueva vida que nos propone, vivamos como verdaderos hijos del Padre…
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