jueves, 23 de febrero de 2023

I Domingo de Cuaresma (Ciclo A): Tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11)

 

1. LEE: Mt 4, 1-11

El miércoles pasado iniciamos la Cuaresma, un período largo de preparación (40 días) hacia la Pascua, la gran celebración cristiana del triunfo de Jesús sobre la muerte, y anuncio y confirmación de nuestro destino final: la casa del Padre.

El color morado, propio de este tiempo, nos habla de interioridad. Y, sí, es un tiempo propicio para hacer silencio, para reflexionar, para revisar nuestra vida, para ponernos a punto… Para ello, el evangelio del Miércoles de Ceniza nos invitaba a cultivar las tres grandes “prácticas” cristianas: la limosna, la oración y el ayuno (¡en este orden!). La limosna es una llamada a poner al otro en el centro, una llamada a compartir, a la solidaridad, a estar pendientes de las necesidades de los demás, de su necesidad de escucha, de atención, de pan, de trabajo. La oración es una invitación a cultivar nuestra relación con Dios, a dedicar tiempo a estar con Él, a leer y meditar su Palabra. Y el ayuno nos ayuda a recuperar el dominio sobre nosotros mismos, sobre nuestras apetencias y deseos.

Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, el primero de cinco (el sexto será Domingo de Ramos). Cada domingo, las lecturas han sido elegidas para ayudarnos a recorrer un itinerario de preparación espiritual. Y este itinerario inicia con la consideración de las llamadas “Tentaciones de Jesús en el desierto”.

Meditar en las tentaciones de Jesús nos puede ayudar a tomar consciencia de nuestras propias tentaciones. Conocerlas para desenmascararlas y vencerlas.

La clave para desentrañar la esencia de cada una de ellas está en la respuesta que da Jesús al diablo. Etimológicamente, “diablo” quiere decir el que divide, el que separa, precisamente porque lo que intenta es separarnos de Dios, dividirnos entre nosotros, fracturarnos por dentro.

Jesús lleva 40 días en el desierto, bajo un ayuno estricto. Al final, lógicamente, tiene hambre. Es entonces cuando va a intervenir el tentador. Se va a aprovechar de su debilidad, de su necesidad y le va a proponer algo razonable: «si eres Hijo de Dios, convierte estas piedras en pan». ¿Dónde está la trampa? En primer lugar, lo reta a demostrar que es Hijo de Dios violentando la naturaleza de las cosas en beneficio propio. En el bautismo, Jesús sintió con fuerza cómo el Padre lo llamaba Hijo. La tentación nos hace dudar de esta convicción profunda, nos incita a demostrarla pretendiendo que Dios satisfaga nuestras necesidades o buscando satisfacer nuestros deseos y necesidades con “pan”, con cosas materiales. Por eso, Jesús responde: «No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»… También de pan, por supuesto, pero no solo… Cuántas veces se nos olvida que hay un “hambre” que solo lo puede satisfacer Dios.

Luego, el diablo lo lleva nada menos que al Templo, el lugar privilegiado de encuentro con Dios. Pero no lo lleva para que ore, sino para que monte un espectáculo, para que cometa una temeridad, para poner a prueba a Dios. Y, nuevamente empieza diciendo: «Si eres Hijo de Dios…» Por eso, Jesús responde: «No tentarás, no pondrás a prueba a Dios». Es decir, no dudarás de que Dios está contigo, no le pedirás “pruebas”, no pretenderás que haga lo que tú le pidas para creer en Él. Al Templo no se va tanto a pedir cuanto a orar, a poner nuestra vida en manos de Dios... Y cuántas veces lo hacemos… Creeré en Ti si… Cuántos han perdido la fe porque Dios no respondió a sus requerimientos… De hecho, cuando Jesús estuvo en la cruz lo tentaron diciéndole, si eres Hijo de Dios, ¡demuéstralo!, baja de la cruz… Si eres Hijo de Dios, que Él te salve… Y Jesús se mantuvo firme, con una confianza absoluta en su Padre Dios, sin pedirle pruebas extraordinarias… ¿Y nosotros?

Para la tercera tentación, el diablo lo sube a lo alto del monte… Si nos fijamos, lo lleva cada vez más alto. Es la tentación del poder entendido como dominio. Porque el problema no es el poder, todos tenemos poder, Jesús tuvo poder; el problema es usar el poder para colocarme a mí mismo en el centro, para abusar, para ser servido, no para servir. Y ese deseo de dominio, de control, puede llevarme a “venderme”, a sacrificar mis valores, mi familia, a traicionar a mis amigos… a olvidarme de Dios y adorar, rendirme a otros “dioses”… Es la tentación extrema, pues nos lleva a, de facto, prescindir de Dios y, hecho esto, a cometer cualquier tipo de atrocidad… Por eso, Jesús responde: «Solo a Dios adorarás…»

Estas tres tentaciones son prototípicas. Jesús las sufrió a lo largo de toda su vida pública y, más fuertemente aún, en la Pasión. Y también cada uno de nosotros las sufrimos, si bien muchas veces ni siquiera somos conscientes de ello.

Que este tiempo de cuaresma que empezamos sea una oportunidad para vivir momentos de desierto, de interioridad, de silencio; tiempo para leer y orar la Palabra de Dios; para descubrir todo aquello que nos aleja de Dios, del hermano… Tiempo para conocer nuestras tentaciones y vencerlas, para crecer en nuestro ser de hijos y hermanos.

2. MEDITA
  • ¿Soy consciente del modo como yo soy tentado?
  • ¿Cómo satisfago mi necesidad de seguridad? ¿Con “cosas”, con la búsqueda de prestigio y/o poder, o tengo puesta mi seguridad y confianza en Dios?
  • ¿Son la eucaristía y la Palabra de Dios mi alimento espiritual?
  • ¿En qué ocasiones yo también pongo a prueba a Dios?
  • ¿Uso mi “poder” para servir o para dominar?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

jueves, 16 de febrero de 2023

VII Domingo (Ciclo A): Amemos como somos amados por Dios (Mt 5, 38-48)

 

1. LEE: MATEO 5, 38-48

El evangelio de hoy nos presenta dos enseñanzas de Jesús muy importantes, que van al núcleo de su propuesta. Estas tocan dos temas “sensibles”: cuál debe ser nuestra respuesta cuando somos víctimas de alguna injusticia o forma de violencia, y cuál nuestro comportamiento con quienes nos han hecho daño.

En el primer caso, Jesús pide superar el “ojo por ojo y diente por diente”. Esta norma hace referencia a la ley del Talión, que lo que pretendía era una justicia proporcional, es decir, si alguien te quita un ojo, solo le puedes quitar uno, no dos, lo cual supuso un gran avance. Sin embargo, para Jesús no es suficiente. Para él, la única manera de terminar con la espiral de violencia (la ley del Talión terminaría por dejarnos a todos ciegos) es no responder al mal con mal, más aún, vencer el mal a fuerza de bien.

Esta invitación de Jesús, a muchas personas les parece demasiado extrema. Sin embargo, nos olvidamos que Jesús vivió así. Él renunció a toda forma de violencia, hasta el punto de morir injustamente en la cruz.

Con todo, esto no significa que asumamos una postura pasiva, que no hagamos nada. Fue precisamente esta cita del Sermón de la Montaña la que inspiró a Gandhi la lucha por la independencia de la India con métodos no violentos. Lo que se rechaza categóricamente es responder a la violencia con violencia.

La segunda enseñanza hace referencia a una disposición del libro del Levítico (19,18) y que refleja muy bien el sentir popular: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo»; es decir, amarás a quien te ama y rechazarás a quien te rechaza pues, no tengo por qué hacer el bien a quien me hace mal. ¡Bastante con no hacerle ni desearle mal! Y, sin embargo, Jesús va más allá pues, si actuamos así, ¿qué hacemos de extraordinario?, eso lo hace cualquiera. Jesús pone unos ejemplos extremos, exagerados. Habla de amar al enemigo precisamente para ilustrarnos un amor extremo, exagerado. 

Dicho esto, conviene aclarar que, cuando Jesús nos dice que lo propio del cristiano es amar incluso al enemigo, no se refiere a sentir afecto por él, ¡no mandamos sobre nuestros sentimientos! Lo que se nos pide es hacerle el bien, rezar por él; es decir, lo que se nos dice es que el amor no es un sentimiento, es una decisión. Yo amo no porque el otro lo merezca o porque espero algo de él, sino porque mi decisión es amar, independientemente de lo que el otro haga o me haga.

Ahora bien, lo importante es cómo Jesús justifica esa postura. Y su argumento es simple: se trata de actuar como actúa nuestro Padre celestial con la humanidad, con nosotros, conmigo. Y, ¿cómo actúa? Con un amor infinito, hagamos lo que hagamos, hasta cuando dimos muerte a su Hijo… Y si somos hijos suyos, lo normal es que actuemos como Él actúa. Más aún, es actuando así como alcanzamos nuestra “perfección”, es decir, alcanzamos la plenitud de nuestro ser, pues llegamos a ser plenamente imagen y semejanza de Dios que es amor.

El evangelio de hoy es uno de esos evangelios “difíciles”, exigentes. Aunque, si lo leemos despacio, no se nos pide más de lo que de hecho recibimos de Dios, un amor sin límites, e imitar el modo como vivió Jesús. Además, se nos revela el camino de la verdadera perfección, que no es la ausencia de defectos ni una vida sin tacha, sino que la perfección está en crecer en nuestra capacidad de amar a todos, siempre, sin condiciones, sin excepciones…, como somos amados por nuestro Padre/Madre Dios.

2. MEDITA
  • ¿Cómo vivo la invitación que me hace Jesús a amar a todos, siempre, incondicionalmente, incluso a los enemigos, a quienes me han hecho daño?
  • ¿Se podría reconocer al Dios de Jesús viéndome a mí en mi re­lación con los demás?
  • ¿Cómo me siento ante lo que propone Jesús?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?