domingo, 24 de mayo de 2009

“Tú, sígueme” (Jn 21, 20-25)

Aunque en muchos lugares hoy se celebra la Fiesta de la Ascención, como ésta ya la hemos comentado el jueves pasado, continuamos ahora con nuestros comentarios al c. 21 de Juan.

Llegamos al final del evangelio de Juan y nos vamos acercando, también, al final del Tiempo Pascual, con lo cual retomaremos el Tiempo Ordinario dentro de una semana, después de celebrar la Fiesta de Pentecostés…

¿Y cuál es el mensaje final de Juan? Muy sencillo: “¡Sígueme!”

Ser cristianos, lo hemos dicho en otras ocasiones, es seguir a Jesús… No es aprender y repetir una doctrina, no es cumplir a pie juntilla un código ético o una serie de preceptos… Eso es posterior… Somos cristianos porque creemos en Jesús, porque hemos descubierto en Jesús el rostro de Dios, porque vemos que Él es el camino, la verdad y la vida… El camino verdadero que conduce a la Vida…

Si leéis el relato, es corto y sencillo… Después de la pregunta: “Me amas” y de que Jesús le ha revelado a Pedro cuál es su verdadera misión dentro de la Iglesia: “Apacienta mis corderos”, le dice: “Sígueme”… Una vez más le recuerda que, si quiere cumplir fielmente su misión, ésta no puede ser un trabajo sin más, hecho desde la planificación cuidadosa, sino que es necesario mantenerse en el camino de Jesús, en su seguimiento… quien va por delante es siempre el Maestro… Nuestras iniciativas apostólicas deben ser respuesta a la iniciativa misionera de Jesús que es quien nos indica la dirección a tomar, el camino a seguir…

A continuación, Pedro ve al discípulo amado y hace lo que solemos hacer nosotros, preguntar por los demás: “Y qué será de éste”… Nos interesa enormemente la vida ajena… Y la respuesta de Jesús es contundente. Viene a decir, ¿a ti qué te importa? Lo que yo haga con él, es cosa mía; él camino que el otro tendrá que recorrer, es algo entre él y yo… Y termina repitiéndole, una vez más: “Tú, sígueme”…

Pidámosle al Señor ser fieles y dóciles ante lo que Él nos indica, y que no estemos tan pendiente de lo que los otros hacen o dejan de hacer, sino que mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, pendiente de nuestro propia camino, detrás del Maestro…

domingo, 17 de mayo de 2009

¿Me amas? (Jn 21, 15-19)

El c. 21 del evangelio según san Juan podría dividirse en tres escenas. La primera la hemos comentado el domingo pasado, cuando Jesús se aparece en la orilla del lago de Tiberíades a un grupo de discípulos que están pescando, es decir, misionando… La segunda escena es después de comer, en ese diálogo tan hermoso que tiene Jesús con Pedro y, la tercera, es cuando Pedro pregunta a Jesús sobre el discípulo amado.

En este comentario nos centraremos en la segunda escena.

Jesús y los discípulos han terminado de comer, de celebrar la eucaristía, y Jesús va a tener un diálogo personal con Pedro. Sí, Jesús busca el encuentro de tú a tú… lo buscó con Pedro y lo busca con cada uno de nosotros… Y el diálogo va a versar sobre un único tema: el amor. Por eso podría resumirse en una pregunta: ¿Me amas? ¡Eso es lo realmente importante, no si eres mejor que los demás, ni si trabajas mucho o poco… No, lo que Jesús desea saber es si realmente lo amamos, si mantenemos con él un vínculo personal, cercano, afectivo… Todo lo demás, vendrá por añadidura… No es el “hacer” o el “cumplir" con una serie de normas lo que nos configura como cristianos sino el amor a Jesús, la adhesión a su persona… Y se lo preguntará en tres ocasiones… Muchos dicen que para compensar las tres negaciones de Pedro… Y, Pedro, aún consciente de haber negado al Maestro tantas veces, casi con vergüenza, le responde en las tres ocasiones: “Sí, Señor, tú sabes que te amo…” Ya no es el Pedro seguro de sí mismo que lo sabe todo, sino el Pedro que se abandona en Jesús que es quien realmente conoce su corazón, débil, sí, pero con un gran amor a Jesús…

Pero no se trata de un amor romántico, intimista o meramente sentimental… A cada una de las respuestas de Pedro, Jesús lo remite a la Iglesia, a sus hermanos, y le dice: “Apacienta mis ovejas… apacienta mis corderos…” Es decir, el amor a Jesús se expresa en el cuidado a nuestros hermanos, desde los más adultos (ovejas) hasta los más pequeños (corderos)… Jesús nos entrega a sus hermanos a nuestro cuidado… ¡Ésa es la prueba del amor a Jesús!

Y ese amor debe manifestarse en la humildad y la docilidad… Pedro, el pretensioso, el que se creía el primero, tendrá que aprender a ir no donde él quiera, a hacer su propia voluntad, sino a dejarse llevar por otro, es decir, por el Espíritu de Jesús…

Escuchemos hoy esta pregunta de Jesús: “¿Me amas?” ¿Qué le responderías…? ¿Cuáles son esas ovejas y esos corderos que encomienda a tu cuidado?

miércoles, 13 de mayo de 2009

Viaje del Papa a África y a Tierra Santa

Como sabéis, del 8 al 15 de mayo el Papa Benedicto XVI está realizando un viaje Pastoral a Tierra Santa. Si queréis acompañarlo en esta Visita tan importante, podéis hacerlo a través del servicio que ofrece ACI Prensa en:

También recordaréis que a finales de marzo, el Papa realizó su primera Visita Pastoral a África... Os invito a leer esta Crónica publicada en Internet y que, al menos a mí, me ha parecido muy interesante. Podéis encontrarla en "La Buhardilla de Jerónimo".

Si conocéis alguna noticia o información que sería interesante publicar para darla a conocer a otras personas, mandádmela a yehosuah@gmail.com

domingo, 10 de mayo de 2009

¡Echad la red a la derecha! (Jn 21, 1-14)

Continuando con nuestros comentarios a los relatos de las apariciones de Jesús resucitado que aparecen en el evangelio de Juan, precisamente para ayudarnos a vivir más conscientemente este Tiempo Pascual, llegamos al último capítulo..

Todos los exegetas coinciden en que el capítulo 21 en realidad es un Apéndice, escrito después de la redacción de todo el cuarto evangelio. Sin embargo, el que sea una especie de “añadido” no sólo no le resta valor, sino que pone de manifiesto que, si se añadió, fue porque había algo importante que aún quedaba por decir. Así mismos, todos coinciden en que es un relato “eclesial”, por cuanto nos habla de la Iglesia.

Comienza diciendo: “Se apareció otra vez Jesús a sus discípulos”… La precisión temporal es más vaga o, mejor, más abierta… Con ello se nos intenta decir que esa aparición podría situarse en cualquier momento, dado que Jesús está permanentemente entre nosotros y, de vez en cuando, se deja ver… Y se aparece no ya a María Magdalena o sólo a los Doce, sino a un grupo de discípulos, es decir, se hace presente no sólo a un grupo privilegiado, sino a un grupo de cristianos, entre los cuales están algunos de los Doce, pero, otros, son sencillamente seguidores de Jesús, como nosotros. Por tanto, se nos está narrando no tanto un hecho pasado, cuanto el modo en que Jesús suele hacerse presente entre nosotros, también hoy…

En esta ocasión los discípulos ya no están encerrados con miedo sino que salen a pescar… La Iglesia, los cristianos, no debemos estar encerrados en un gueto o metidos en nuestro mundo, sino que debe lanzarnos a la mar, en medio del mundo, para “pescar” (recordemos que es el término que Jesús utilizaba para hablar de la misión de los apóstoles: “os haré pescadores de hombres”). Y el texto refleja muchas de nuestras experiencias en las que sentimos que, aunque trabajamos mucho, no pescamos nada…

Y es en ese momento, cuando Jesús se hace nuevamente visible en la orilla… Él no está en la barca pescando; somos nosotros quienes realizamos en primera persona el trabajo; pero Él está allí, acompañándonos con su mirada, siguiendo nuestros pasos, nuestros trabajos, nuestras dificultades y esos momentos en los que sentimos que todo lo que hacemos no tiene sentido, no da resultado… Y entonces les dirige (¡nos dirige!) una palabra: “Echad la red a la derecha”… Y, ellos, pescadores experimentados, no se dejan llevar por lo ya sabido, ¡allí no hay peces!, si no que siguen la palabra de Jesús y obtienen una pesca abundantísima… Con ello se nos invita a escuchar la palabra de Jesús, estar abiertos a las inspiraciones de su Espíritu para seguir sus indicaciones…

Luego viene el detalle en el que Jesús tiene preparadas unas brasas… pero pide a los discípulos pescado… Una vez más confluyen de manera admirable la acción de Dios y la nuestra… ¡Él quiere nuestro pescado, como en la multiplicación de los panes y los peces! ¡Y Él nos espera en la orilla para reponer nuestras fuerzas! Esta imagen evoca, una vez más, la Eucaristía, esa reunión en torno a Jesús en la que nos alimenta con su cuerpo y con su sangre y en la que se nos hace especialmente presente…

Ojalá el Señor no dé la gracia de experimentarlo, también nosotros, acompañándonos en nuestro trabajo y, presente, en cada eucaristía, reponiendo nuestras fuerzas para seguir faenando en el mar de nuestro mundo…

miércoles, 6 de mayo de 2009

Es mejor amar que temer (Colaboración)

CARTA DE UN SACERDOTE SOBRE LAS CADENAS DE ORACIÓN

Queridos hermanos y hermanas en la fe en el Señor Resucitado:

Preocupado por las constantes "Cadenas de Oración" que me llegan, sobre trabajo, prosperidad, ángeles y la Madre Teresa de Calcuta entre otras, con oraciones lindas, pero que terminan "condicionando", el tener que mandarlas a otras personas, o si no... le pedí al Padre Adolfo Franco, me escribiera algo al respecto y aquí les mando su respuesta.

"Esto de las cadenas de oración es una ABERRACIÓN, que va en contra de la fe; es querer manipular la Providencia de Dios, que por ser de Dios actúa libremente, y que no está sujeta a condiciones (como "envíe esto a diez personas") ni está enviando amenazas ("si no lo hace ya verá").

Y lo malo es que lo envían personas que deberían tener más formación cristiana; la fe cristiana destierra las amenazas y no acepta los tabúes.

Podrían leer entre otros, este texto del Deuteronomio capítulo 18, versículos 10-12. Esas fórmulas que hay en esas cadenas, tratan de convertir a Dios en una receta: haz esto, más lo otro y te resultará un beneficio, si no lo haces se convertirá en una maldición.

Creer en Dios, en su paternidad y en su providencia, es algo muy diferente; no se trata de asegurarnos las cosas mediante "nuestros recursos", sino sólo la seguridad de quien sabe que está en las manos de Dios".

Ojala esto te sirva para parar esas cadenas.

Propaguemos el amor de Dios sin condicionamientos, libremente, como Jesús nos enseñó.

domingo, 3 de mayo de 2009

“Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 24-29)

El evangelio de Juan reseña una segunda aparición de Jesús Resucitado a los discípulos. El contexto es el siguiente: Tomás, uno de los Doce, no estaba con la comunidad cuando Jesús se les apareció por primera vez, por tanto, no fue testigo directo de la resurrección. Al no haberlo visto con sus propios ojos, se niega a creer en el testimonio de quienes sí lo vieron (Jn 20, 24-25). El mensaje es claro. En primer lugar, quien no está en la comunidad tiene más difícil acceder a la experiencia del Resucitado… Y, en segundo lugar, retrata una situación muy frecuente: la dificultad de muchos en creer a quienes dan testimonio de Jesús, bajo el argumento de no tener la experiencia directa de los hechos. Dicho en positivo: para experimentar a Jesús, es importante formar parte activa de la comunidad cristiana y, segundo, fiémonos de las personas que nos hablan de su experiencia de Dios.

Pero el texto no termina aquí. Presentado el contexto, se nos dice: “Ocho días después, estaban otra vez los discípulos dentro y Tomás con ellos”. Esta indicación temporal es importante. “Ochos días después” quiere decir, el domingo siguiente. Esto nos da a entender que la comunidad cristiana, fruto de la experiencia de la resurrección, empezó a reunirse los “primeros días de la semana” (recordemos que éste es el originen de nuestras celebraciones eucarísticas dominicales). También se nos indica que, en esta ocasión, sí estaba Tomás; por tanto, pese a su “incredulidad” o tal vez escepticismo, se ha reintegrado a la comunidad, con lo cual parece abierto a la experiencia.

Lo que quiere resaltar el texto es que, nuevamente, sucede lo mismo… En la reunión dominical de la comunidad (probable alusión a la eucaristía), Jesús se presentó allí, en medio de ellos… Es un modo de decirnos que siempre, en toda celebración eucarística, Jesús está allí, con nosotros, realmente presente… ¡Es increíble! Y les dirige las mismas palabras que la vez anterior: “La paz con vosotros”. Si recordáis, son las mismas palabras del sacerdote al empezar la misa, con las que quiere hacernos caer en la cuenta de que estamos reunidos en torno a Jesús que, también a nosotros, nos dirige esas palabras.

Luego se dirige a Tomás y responde a su petición: tocar las heridas de sus manos y meter la mano en el costado… Reconozcamos que es algo insólito, pues normalmente Jesús no accede a peticiones de este tipo... Y Tomás cae desarmado, diciendo: “Señor mío y Dios mío”… Oh paradoja, del prototipo del incrédulo, sale la profesión de fe más profunda, comprometida y hermosa… Y, si nos fijamos, en realidad, no necesitó tocar a Jesús…

Al concluir el episodio, se nos recogen unas palabras de Jesús que son el mensaje del relato: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”. De este modo, el evangelista dedica esta bienaventuranza a cada uno de nosotros, pues nosotros sí que hemos creído sin ver…

Como hemos dicho desde el principio al comentar estos textos de apariciones, cada uno de los relatos son catequesis dirigidas a la comunidad cristiana para ayudarnos en nuestro itinerario de crecer en nuestra fe en Jesús… Y, si os dais cuenta, se nos invita al mismo tipo de fe del discípulo amado que, ya desde el principio, al ver el sepulcro vacío, es decir sin ver a Jesús, creyó en que estaba vivo (Jn 20, 8)… Por tanto, no es verdad que haya que “ver para creer”" sino, todo lo contario, “para ver, es necesario creer”.

Agradezcamos al Señor nuestra fe en su presencia en medio de nosotros, pidámosle que nos ayude a verlo presente en nuestra vida y, en particular, en cada eucaristía, y demos testimonio de nuestra fe en Jesús para que, por nosotros, otros también puedan acceder a esta experiencia.