jueves, 27 de noviembre de 2008

Tiempo de Adviento: ¡El Señor está cerca...!

El domingo próximo empezaremos el tiempo de Adviento… un tiempo que nos ayuda a prepararnos a celebrar la Navidad…

Es importante recuperar y aprovechar este tiempo como tiempo de preparación… Lamentablemente los días (por no decir semanas) próximos a la Navidad suelen ser un tiempo de agobio… ¡Hay tantas cosas que preparar, regalos que comprar, cenas a las que asistir…! Y, claro, la auténtica fiesta pasa totalmente desapercibida… Por eso, a partir de hoy interrumpimos el comentario al evangelio de Mateo para utilizar este espacio como una ayuda para vivir de manera sencilla y consciente el Adviento y, por tanto, la Navidad.

El término “adviento” viene de “adventus”, que quiere decir venida… Por eso, el adviento se asocia a tres actitudes básicas: la vigilancia, la esperanza y la alegría… Sí, hay que estar atentos, despiertos porque el Señor llega, se acerca… de la manera más inesperada y, a la vez sencilla… atentos para descubrir su presencia entre nosotros… Y es eso lo que nos abre a la esperanza… Nuestra vida no está avocada al fracaso, a la monotonía y la rutina… No… Nuestra vida tiene futuro, tiene sentido porque está en las manos de Dios… Y la prueba es que, un día, Dios quiso habitar entre nosotros… Por eso, la Navidad es siempre tiempo de alegría…

Como preparación, os invito a recuperar una hermosa tradición: La corona de Adviento… Hacerla es muy sencillo. Con unas ramas preferiblemente de pino se elabora una corona. Entre sus ramas, a igual distancia, se colocan tres velas moradas y una rosada. Si no tienes en este color, usa velas blancas y colócales un listón morado y rosado. Hay quien utiliza velas de colores, dándoles a cada una un significado: verde (esperanza), blanca (paz), rosa (alegría), roja (amor). El simbolismo consiste en encender una vela cada semana y hacer una sencilla oración en familia o con unos amigos. El encender progresivamente las velas, semana tras semana, indica la Luz del Padre, que es Cristo, que está por venir y a quién nos acercamos progresivamente. Es también recomendable que la corona esté en un lugar visible, como en medio de la mesa familiar.

Para este primer domingo os propongo la siguiente oración:

Encendemos, Señor, esta luz,
como aquel que enciende su lámpara para salir en la noche,
al encuentro del amigo que ya viene.
En esta primera semana del Adviento
queremos levantarnos para esperarte preparados,
para recibirte con alegría.

Muchas cosas no nos permiten verte.
Muchas situaciones nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes,
porque tú nos traes la luz más clara,
la paz más profunda,
y la alegría más verdadera.

¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

domingo, 23 de noviembre de 2008

Solemnidad de Cristo Rey del Universo (Mt 25,31-46)

Hoy domingo la Iglesia celebra la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. Con ello se cierra el Año Litúrgico y nos preparamos ya para empezar el nuevo ciclo, que inicia con el Adviento…

El nombre de esta fiesta a muchas personas les resulta bastante anacrónico… ¿Acaso se puede hablar de Jesús en estos términos: “Rey”? ¿Acaso el mismo Jesús no rechazaba este tipo de títulos? Pero no hagamos una crítica fácil… En la cruz colgaba un letrero que decía: "Jesús, rey de los judíos"… Y, ante Pilato, Jesús reconoció que Él era rey, pero que su reino no era de este mundo. Por tano, es mejor intentar comprender el sentido de esta celebración que darla por trasnochada.

La imagen del rey es una figura “arquetípica”, es decir, que de alguna manera está en nuestro consciente colectivo. El rey, en sentido originario, es aquel que “rige”, aquel que dice lo que debe “regir” la vida del pueblo (por eso da normas) y, por tanto, muy asociada a su figura, está el ser juez, pues es quien puede determinar qué es justo (derecho) o injusto. Por tanto, celebrar a Jesús como rey, es reconocerlo como centro, como eje, como aquel que rige nuestra vida personal, la vida social, etc…

El título de rey abarca muchos matices. Hoy, iluminados por el evangelio del día, vamos a centrarnos en la figura de Jesús como el Rey-Juez.

Si recordáis, el evangelio presenta la conocida como “Parábola del Juicio final”… Viene a decirnos que al final de la vida seremos juzgados… Y seremos juzgados por nuestras obras… Y no por cualquier obra, sino por las obras que hayamos hecho a favor de los más débiles y necesitados: los sedientos, los hambrientos, los encarcelados, los enfermos; es decir, por lo que tradicionalmente hemos conocido por “obras de misericordia”.

Éste es un aviso muy importante… Contaminados por la cultura actual, vivimos como si nuestras actuaciones no tuvieran ninguna consecuencia, vivimos sin hacernos plenamente responsables de nuestros actos, vivimos de manera tan egocéntrica que nos despreocupamos de los que sufren y padecen tantos tipos de necesidad… Y no ya en los confines dle mundo, sino a nuestro lado... Y Jesús nos dice, no sólo que existe otra Vida, sino que, aquella vida, está en estrecha relación con ésta… Y no para meternos miedo, sino para vivir con responsabilidad… Como decía San Juan de la Cruz: al final de la vida seremos juzgados por el amor…

Recuerdo que una vez en clase de teología un profesor nos dijo: “¿Os imagináis la felicidad de un alumno si supiera cuál va a ser la pregunta que le harán en el examen final?, no se entretendría en estudiar muchas cosas inútiles y se centraría en aquella sola. Y, mirad por donde, es lo que nos dice Jesús, la única pregunta que nos hará cuando nos encontremos cara a cara con Él será: ¿Amaste?”

Sí, toda la vida y enseñanza de Jesús se reduce a esto: enseñarnos a amar… ( y no en abstracto, sino como Él nos ama), y a expresar nuestro amor con obras… Obras sencillas, pero que a quien las recibe, pueden devolverle la vida.

Miremos nuestra vida a la luz de este evangelio y hagámonos esa pregunta: ¿Amas? ¿Cómo lo expresas?

jueves, 20 de noviembre de 2008

“Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17)

Al terminar este primer ciclo de milagros, Mateo concluye con un “sumario”, es decir, con un resumen en el que se generaliza la actividad sanadora desarrollada por Jesús. Y dice así: "Le trajeron muchos endemoniados; él expulsó los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con todas nuestras enfermedades."

En estas breves palabras se nos dicen cosas muy importantes. En primer lugar, se presenta la actuación de Jesús como cumplimiento de aquello que era tan esperado por el pueblo, y que había sido anunciado por Isaías: alguien que actuaría movido por compasión, alguien que no vendría a hacer una demostración de fuerza u ostentación que subyuga, sino alguien que se apiadaría de nuestras debilidades y que sería capaz de cargar con ellas hasta, gracias a su actuación, ser completamente sanados… Y, sí, ¡ése es Jesús! No es el Mesías todopoderoso que vendrá a aplastar al enemigo invasor –léase los romanos– sino el Mesías siervo, el Mesías humilde que nos liberará del verdadero enemigo, el que nos tiene oprimidos por dentro y que se manifiesta en tantas enfermedades del espíritu y, en no pocas ocasiones, del cuerpo…

Por eso Jesús viene primero presentado como un exorcista, alguien que vence a los demonios. Sí, un exorcista que nos libera de tantas fuerzas malignas que nos tienen empequeñecidos por dentro, que no nos dejan ser nosotros mismos y que no nos permiten vivir de acuerdo a lo que realmente somos: Hijos de Dios y hermanos de todos… ¡Cuántos demonios solemos tener dentro que nos hacen verlo todo negativo, que nos llevan a percibir a los otros como enemigos y que desdibujan la imagen de Dios Padre! Y, claro, al rescatarnos de la fuerza del mal, nos recobra devolviéndonos la salud plena, la de quien se siente en paz consigo mismo, con Dios, con los demás…

En este "sumario" Mateo insiste en la fuerza sanadora de la palabra de Jesús, diciendo que expulsaba los demonios con una sola palabra... Acerquémonos a su palabra, meditémosla en el corazón, acojámosla en nuestra vida y dejemos que nos sane por dentro...

lunes, 17 de noviembre de 2008

“Se levantó y se puso a servirle” (Mt 8, 14-15)

El tercer milagro que nos presenta Mateo es el de la curación de la suegra de Pedro… El relato es muy sencillo y parco en detalles… Sin embargo, aporta matices muy significativos…

En la curación del leproso, es el enfermo quien se acerca a Jesús; en el caso del criado del centurión, es su jefe el que intercede por su salud… En este episodio, en cambio, toda la iniciativa parte de Jesús… En la versión de Mateo, nadie intercede por esta mujer que está en cama con fiebre… Es Jesús quien la ve y se le acerca… Un gesto precioso y cargado de humanidad… La toca… la toma de la mano… ¡Y recordemos que es una mujer…! ¡Qué hermosa es la experiencia de sentirnos tocados por Jesús sin nosotros buscarlo ni pretenderlo…! ¡Cuántas veces hemos sido tocados por Jesús por pura iniciativa suya…!

Y, he aquí, que una vez sanada, la mujer se puso a servirlo… Mateo no usa un plural sino un singular… No es que la suegra de Pedro rápidamente se ponga a servirlos a todos, como haría cualquier ama de casa, más aún cuando tiene unos invitados… ¡No! La situación es que la mujer estaba postrada con “fiebre”… Y Mateo deja muy claro que, una vez recuperada, se pone al servicio de Jesús… Y, sí, éste no es un dato baladí… Con ello nos dice que el verdadero mal de la mujer, aquella “fiebre”, era algo que le impedía estar al servicio de Jesús y con la sola cercanía del Maestro viene liberada de lo que la tenía tumbada, sin capacidad de levantarse… Sí, la verdadera curación es la que nos sana de todo aquello que no nos deja estar plenamente al servicio de Jesús, de su causa, que no nos deja vivir de acuerdo al evangelio…

Una vez más, dejémonos tocar por Jesús y, como aquella mujer, pongamos toda nuestra vida a su servicio… 

jueves, 6 de noviembre de 2008

Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mt 8,2-4)

Al igual que los capítulos 5-7 del evangelio según san Mateo recogen una "recopilación" de las principales enseñanzas de Jesús, los capítulos 8-9 "agrupan" una serie de milagros de Jesús en tres ciclos de tres milagros cada uno, intercalados por unos breves relatos... Estos "milagros" tienen el carácter de signos a través de los cuales se va a poner de manifiesto que lo que Jesús ha anunciado, la llegada del Reino de Dios, es verdad, pues ya empieza a actuar en la historia liberando a las personas del poder del mal...
La primera serie de milagros nos presenta tres curaciones: la de un leproso, la del siervo de un centurión romano y la de la suegra de Pedro. Estas tres primeras actuaciones no son "casuales". Jesús precisamente va a mostrar su amor compasivo a tres excluidos: un enfermo infeccioso (por tanto obligado a vivir fuera del contacto con la gente), un romano (por tanto, un excluido de la salvación de Dios, ofrecida sólo al pueblo elegido) y una mujer (por tanto, excluida del discipulado rabínico).
Mateo narra los milagros de Jesús con gran sobriedad... Y en ellos se recogen pequeñas oraciones que pueden ayudarnos en nuestra relación con Dios... 
En este primer milagro, un leproso se acerca a Jesús, no tiene miedo a ser rechazado... Se postra ante él (lo adora) y le dirige una oración: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"... Qué oración más sencilla y más humilde... Podemos también nosotros dirigirnos a Jesús con esas palabras: "Señor, si quieres..." Y, acto seguido, Jesús, con un gesto lleno de ternura, lo toca y le dice: "Quiero, queda limpio"... Sí, Jesús toca al leproso sin miedo al contagio, sin repugnancia... Jesús toca mis miserias, mis pecados, mis heridas... sin repugnancia... Y me limpia, me renueva, me hace volver a nacer...
Dejémonos tocar por Jesús... expongamos ante Él nuestros dolores, nuestras heridas, nuestras debilidades y, sencillamente, sintamos su mano que nos acaricia y nos hace sentir amados en lo que somos...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Jesús "El Sanador" (Mt 8,1)

Puede que el título os resulte un poco "extraño", pero con él adelantamos el contenido de esta nueva sección del evangelio de Mateo, la denominada "sección de los milagros". 
Así como en los capítulos 5-7 se nos presentaba a Jesús como "Maestro de Sabiduría", los capítulos 8 y 9, ponen ante nosotros a un Jesús que actúa, y cuya actuación trae la sanación integral de las personas que se le acercan... Sí, Jesús no es sólo un profeta que trae una palabra en nombre de Dios, sino alguien que trae la salvación, que trae salud... Pero, atención, Jesús no es sin más un "curandero", ¡no! Jesús, a través de sus milagros, pone de manifiesto la enorme compasión de Dios ante el sufrimiento humano, nos dice que el Padre nos quiere sanos, pero no sólo de cuerpo sino, sobre todo, de espíritu... Por eso, los milagros no pretenden ser una demostración de "poder" para "convencer" a nadie, sino una demostración de amor y de la fuerza sanadora de Dios cuando cada uno de nosotros dejamos que su amor y su Espíritu nos habite.
El c. 8 empieza de una manera muy sencilla pero muy "gráfica": "Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre..." 
En el c. 5, Jesús había "subido al monte" para hablar en nombre de Dios... Ahora "baja del monte" para tener contacto con el dolor y el sufrimiento humano... Dios es alguien que "baja" a nuestro encuentro, que viene donde nosotros estamos, que no tiene asco de nuestras miserias... 
En el Antiguo Testamento bajó a liberar a su pueblo por medio de Moisés (Ex 3); en el Nuevo, "baja" encarnándose y haciéndose uno de nosotros... Y, actualmente, sigue "bajando" a nuestro encuentro con deseo de habitar por siempre en nuestra casa, en nuestra vida...
Acojamos a Jesús que baja y dejémonos encontrar por Él.