Después de este largo camino de preparación recorrido durante la cuaresma, estamos ya próximos a la celebración de la Semana Santa, que dará comienzo este domingo con la celebración del Domingo de Ramos.
Aunque parezca increíble, dados los tiempos que corren, es necesario recordar cuál es el verdadero sentido de la Semana Santa, pues, aunque en la mayoría de los países, se conserva el nombre, poco a poco va perdiendo su sentido original. Para muchos es más bien un tiempo de vacaciones al que se le ha dado el nombre de “Vacaciones de Primavera” (lógicamente en el hemisferio norte); para otros, esta semana se identifica con las Procesiones, que en muchos casos incluso están siendo promocionadas como parte de los paquetes turísticos o como meros espectáculos folclóricos. Y, a juzgar por las personas que participan en los actos litúrgicos de estos días, son muy pocos los católicos que realmente entienden y viven lo que estamos celebrando.
La Semana Santa tiene sentido si se vive desde la fe en Cristo, pues Él es el gran protagonista de estos días. Esta semana es la más importante del año para la Iglesia y para todo cristiano. Es “santa” porque ha sido santificada por los acontecimientos que en estos días se conmemoran en la liturgia: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Estos acontecimientos son la prueba definitiva del amor de Dios a la humanidad, a cada uno de nosotros, manifestado en la entrega total de su Hijo. Con su muerte y resurrección, Cristo restableció la vida de comunión con Dios y con los hermanos; muriendo destruyó la muerte y resucitando nos ha dado la vida en plenitud.
Como hemos dicho antes, la Semana Santa comienza el Domingo de Ramos, que es el pórtico de la Pasión, y se intensifica de manera particular el jueves por la tarde, con la celebración de la Institución de la eucaristía, que da inicio al Triduo Pascual, que dura hasta la celebración del Domingo de Pascua o de Resurrección.
La liturgia de la Semana Santa surgió de la devoción de los primeros cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces como ahora, gustaban de visitar los lugares de la Pasión: Getsemaní, el pretorio, el Gólgota, el Santo Sepulcro. Entre los más interesantes documentos de los primeros tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de Semana Santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.
Ahora bien, durante la Semana Santa, la Iglesia no sólo “recuerda” hechos pasados, sino que sigue las huellas de su Maestro. Las narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados. Paso a paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús holló con sus pies durante los últimos días de su vida mortal. No basta “hacer memoria”; es importante recordar que estamos llamados a ser nosotros mismos, memoria viva de Jesucristo, viviendo como Él viviendo, en la entrega total de la propia vida. No son días para estar como meros observadores sino para acompañar a Jesús...
Son acontecimientos tan llenos de significado, que a lo largo de estos días intentaremos ir desentrañando su significado.
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