Aunque en este segundo domingo de Pascua del Ciclo B, se presenta la aparición de Jesús a los Doce en el Cenáculo, en este Blog vamos a continuar comentando los relatos de las apariciones del evangelio de Juan…
El domingo pasado se nos decía, antes que nada, que no hacía falta ver al Señor para creer en Él… De hecho nosotros no lo hemos visto y, por pura gracia, se nos ha regalado el don de la fe…
Después de que Pedro y Juan han visto el sepulcro vacío, vuelven a casa.
Acto seguido, como segunda escena, se nos vuelve a presentar a María Magdalena junto al sepulcro…
María Magdalena representa la mujer enamorada… Ser discípulos es sentir esa fuerte atracción por Jesús, esa fascinación del corazón…
María no se resigna y vuelve al lugar donde estaba el cuerpo de Jesús… María no está sencillamente desconcertada o triste… Está desconsolada… El texto insiste en sus lágrimas… Lágrimas de dolor, de ausencia pero, sobre todo, lágrimas de amor… No sé si tenéis la experiencia de haber perdido a un ser querido… Es como si te desgarraran el alma, como si se hubieran llevado una parte de ti mismo… Está tan obsesionada con la ausencia de Jesús, que no es capaz de ver… Como cuando nosotros estamos tan presos de nuestro dolor, que nos cerramos a cualquier otra experiencia…
La pregunta del ángel es importante: “¿Por qué lloras?” Igual podría decirnos a nosotros tantas veces, ¿por qué lloro?... Con esa pregunta, intenta sacar a María de sí misma y abrirla a una nueva realidad…
Ella insiste en lo que ya previamente le había dicho a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús quería: “Lloro porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”… Entonces, el evangelista nos hace caer en la cuenta de que Jesús está ahí, de pie, ¡vivo!, pero María no es capaz de reconocerlo… ¡Como nosotros…! Sumidos en nuestro dolor, en nuestra obsesiones no vemos a Jesús a nuestro lado…
Y continúan las preguntas: “¿A quién buscas?” La misma pregunta que Jesús había dirigido a sus dos primeros discípulos: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38) En la respuesta se juegan muchas cosas… El problema es qué buscamos… María busca a un muerto, y Jesús está vivo…. María insiste en buscarlo en el sepulcro, en el pasado… Y Jesús está en el presente y nos invita a caminar hacia el futuro… Pero ella sigue cerrada… Hasta que Jesús, en un gesto lleno de ternura, la llama por su nombre: “María”… sin más… sin apellidos, sin adjetivos… María a secas… ¡Qué importante es sentirnos llamados por nuestro nombre! La experiencia del resucitado es sentir que Él está aquí, presente, conmigo… y que para Él soy única e irrepetible…. Sentir que me conoce como nadie me conoce, sin apellidos, sin adjetivos, sin etiquetas… Entonces, sólo entonces, María lo reconoce… Sólo Dios puede conocernos de ese modo… Sólo en sus palabras experimentamos el amor, la ternura, la aceptación, la paz… Y se lanza sobre Él y lo abraza, como para no dejar que se le vuelva a escapar… ¡Cómo nos gustaría también a nosotros atrapar a Dios, agarrarnos a experiencias, a presencias…! Y a Dios no lo podemos sujetar…
Y he aquí el otro mensaje de la resurrección… No lloremos la ausencia de Dios, no, Él está a nuestro lado… No lo busquemos en los recuerdos, en el pasado… Él está aquí, en mi presente… No pretendamos controlarlo, agarrarlo para tener seguridad… Vivamos de la fe, de la seguridad de que no necesitamos sujetarlo para que esté siempre conmigo…
Una vez más, Jesús intenta llevar a María más allá… Y le da una misión: “Vete a mis hermanos y diles…” Qué hermosa frase… Llamar hermanos a quienes lo han abandonado y traicionado… ¿Para decirles qué?: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”… Es el modo en que Juan nos presenta lo que conocemos como la Ascensión de Jesús, el retorno a la casa del Padre…
Sí, amigos, éste es el mensaje de la resurrección… El Padre de Jesús es también nuestro Padre… Padre de todos… de los agradecidos y desagradecidos, de los que le son fieles y de los que le traicionamos…
Dejemos que resuenen estas palabras en nosotros y sintamos realmente sus hijos…
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