Este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta como lectura del evangelio de la eucaristía, el texto conocido como la Transfiguración de Jesús, en la versión de Marcos (9, 2-11).
Siempre, para entender un texto, tenemos que conocer su contexto.
La Trasfiguración está en la segunda parte del evangelio de Marcos, inmediatamente después del primer anuncio de la pasión, cuando Pedro se ha opuesto al camino de sufrimiento de Jesús (Mc 8,31-33), y de que Jesús ha hablado abiertamente, diciendo: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8, 34-38), y poco antes del segundo anuncio de la pasión (Mc 9, 30-32). Esto, como es de esperar, no es casual. Nos viene a decir que el que anuncia que su vida tendrá un final violento y que será juzgado como malhechor, blasfemo, etc., es el mismo que tiene una relación especial con Dios.. ¡Vamos, que el ser Hijo de Dios no lo va a eximir de una vida de sufrimiento, persecución, malos entendidos, etc.! Sólo esto ya es una lección para nosotros, que creemos que, por creer en Dios, Él nos tiene que librar de toda suerte de males…
Pero, bueno, vamos despacio.
Después de que Jesús ha dejado a sus discípulos desconcertados con su primer anuncio de la pasión, toma aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió con ellos a un monte alto… Al parecer, tomó consigo a estos tres no porque fueran unos privilegiados, sino porque eran los más “duros de mollera”, a los que más les costaba entender el mensaje de Jesús, y Jesús tuvo que emplearse a fondo con ellos… Pero no les da discursos, no, los sube con Él a lo alto de la montaña, es decir, a un encuentro con Dios…
Recordemos que la montaña recuerda al Sinaí, donde Moisés hablaba con Dios como un amigo habla con otro amigo… Y allí, ¡Jesús aparece radiante! (es el significado de las vestiduras blancas resplandecientes), es decir, se muestra ante ellos en su más íntima esencia, en su identidad de Hijo de Dios, habitualmente velada por su humanidad… Sí, la transfiguración es la experiencia de descubrir a Jesús no como un mero hombre, ni siquiera como un gran hombre, un profeta o un hombre de Dios, sino como lo que es realmente, el Hijo de Dios. Y, seguramente, más de uno de nosotros hemos tenido ya esa experiencia… Porque, si no, aún no conocemos realmente quién es Jesús.
A continuación, aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Ambos representan todo el Antiguo Testamento. La interpretación más usual es que esta escena pone de manifiesto que todo el Antiguo Testamento se orienta hacia Jesús, en quien tiene su pleno cumplimiento. Por eso el Padre dirá más adelante, refiriéndose a Jesús: “¡Éste es mi Hijo amado, escuchadle”! Ya no se trata de escuchar lo que hasta entonces habían dicho las Escrituras, sino de escuchar a Jesús, Palabra de Dios hecha hombre, humanidad…
La invitación, por tanto, de este segundo domingo de Cuaresma, es a ponernos a la escucha de Jesús, descubriendo en Él el Camino que nos conduce al Padre, la Verdad que nos revela quién es Dios realmente y la Vida en plenitud… Que no seamos como Pedro que lo primero que se le ocurre es plantar tres tiendas (¡no ha entendido nada!) sino como María, la que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica.
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