El evangelio que se nos propone este primer Domingo de la Cuaresma ilustra de manera concisa pero llena de simbolismo, el Tiempo que estamos empezando.Estamos en los primeros versículos del evangelio según San Marcos (1,12-15). Allí se nos dice: “En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.”
Jesús, después de ser bautizado por Juan, y antes de empezar su vida pública, es conducido por el Espíritu al desierto…
El desierto tiene una carga simbólica importante en todo el Antiguo Testamento. Es lugar de soledad, de prueba, de carencia; pero, al mismo tiempo, es lugar de encuentro con Dios, de purificación… Moisés y Elías estuvieron 40 días de oración en el desierto… El pueblo tuvo que permanecer allí 40 años antes de alcanzar la Tierra Prometida… Así, Jesús, en solidaridad con su pueblo, atraviesa esta misma experiencia…
El desierto no es necesariamente algo negativo… Incluso actualmente muchos, para escapar del estrés, buscan momentos de desierto… El desierto es profundamente sanador… El silencio cura, la soledad nos ayuda a descubrir lo verdaderamente importante… Es en el recogimiento interior donde nos encontramos con nosotros mismos y con Dios… Por eso la Cuaresma nos invita a introducirnos en el desierto, en la experiencia de volver a lo esencial, de dedicar momentos al encuentro con Dios en nuestra propia interioridad, pero no para “escapar” de nuestros compromisos cotidianos, sino precisamente para poder vivir esos compromisos desde el Evangelio, como Jesús…
En el desierto, Jesús convive con fieras… Esto evoca el Génesis, al primer Adán que vivía entre animales en completa paz y armonía… Pero también evoca nuestra vida, en la que vivimos rodeados de “fieras”, de dificultades, de circunstancias que no siempre sabemos sortear ni a las que acertamos a responder… Pero, allí, es servido por ángeles… Como nosotros, que estamos rodeados de la presencia y la protección de Dios… Pero esta presencia sólo es perceptible cuando hacemos silencio, cuando miramos la realidad con esos ojos que la penetran y nos permiten descubrir ese amor providente que, en medio de las dificultades, nos acompaña y nos protege.
Tal vez desde aquí es más fácil comprender esa llamada que Jesús nos hace: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”
Jesús nos llama a la conversión… Pero esta conversión no es una cuestión moral… No… Jesús nos invita a enderezar nuestra vida y orientarla hacia Dios, para aprender a actuar de acuerdo a sus valores, a su proyecto sobre el mundo… Convertirnos es cambiar todo aquello que no se ajusta al evangelio, al estilo de vida de Jesús… Convertirnos es acoger en nuestra vida el Evangelio con toda su carga de compromiso… Convertirnos es volver a la casa del Padre, volver con los hermanos…
Aprovechemos este tiempo que se nos ofrece, estos 40 días de camino por el desierto, para volver nuestra vida a Dios y volver a nuestro mundo con el deseo de hacerlo más conforme al corazón del Padre.
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