SENTIDO DEL TRIDUO PASCUAL
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, a lo largo de estos tres días, celebramos un único acontecimiento: El Misterio Pascual, la Pascua del Señor, el paso de Jesús a la casa del Padre, nuestro paso de la muerte a la vida, el restablecimiento de la plena comunión con Dios y con los hermanos.
Antes de presentar cada uno de los días, una pequeña observación. Un “Triduo” alude a tres días. Pero, si el Triduo comienza el jueves, ¿acaso no son cuatro días? O, como me dijo una vez una persona, “es que el sábado no se cuenta”. ¿O acaso es el domingo el que no forma parte del Triduo? La cuestión es que a muchos las cuentas no les salen y resuelvan el problema como pueden.
Lo que ocurre es lo siguiente. El Triduo Pascual comienza con la celebración de la Institución de la Eucaristía, al atardecer del jueves. Por tanto, según el modo judío de contar los días, éste se considera ya el día siguiente; es decir, como si fuera parte del viernes (recordemos que para los judíos, el día termina al ponerse el sol, dando origen al nuevo día).
Aclarado este punto, entremos a presentar el sentido de cada uno de los días.
JUEVES SANTO
En la Misa crismal el obispo se reúne con todos los presbíteros de su diócesis y se consagra el crisma que será utilizado en diversos sacramentos. Con ello, se hace visible la unidad de la Iglesia y su dimensión misionera que parte de la eucaristía celebrada en torno al obispo.
Es en la celebración de la Última Cena donde se abre la gran fiesta del año: la Pascua.
Todo comenzó allí, en la Última Cena, en aquella reunión y despedida dramática. Allí Cristo asume en plenitud su misión, y adelanta, en signos (pan, vino, lavatorio de los pies) el desenlace final. Allí celebra la nueva Alianza y nos entrega el único mandamiento de los cristianos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Siempre se ha pensado que la Última Cena, la primera eucaristía, fue una cena pascual judía. Sin embargo, actualmente parece más verosímil la versión del evangelio de Juan que la sitúa la víspera de la Cena Pascual, precisamente para dejar en evidencia que la muerte de Jesús en la cruz coincide con el sacrificio del cordero pascual en el Templo (cf. Homilía de Benedicto XVI, el Jueves Santo de 2007).
En realidad, esto no tiene mayor importancia. Lo verdaderamente importante es caer en la cuenta de que los primeros cristianos tuvieron conciencia de que la verdadera Pascua no fue la que se celebró al salir de Egipto, sino que la celebró Jesús. Él es quien nos libera de la verdadera esclavitud, la del pecado, que nos enajena de nosotros mismos al alejarnos de la fuente de la vida que es Dios, rompiendo así la fuente de comunión conmigo mismo, con los demás, con el Padre.
En la Cena, Jesús anticipa el desenlace final de su vida. Parte el pan y lo reparte. El pan simboliza su cuerpo entregado, una vida totalmente vivida para los demás, partida y repartida. Toma la copa de vino, la bendice y la reparte. El vino simboliza su sangre; es decir, su vida. Jesús se entrega en cuerpo y alma, entero. Beber del cáliz significa estar dispuestos a compartir la misma suerte de Jesús y sellar con Él una Alianza, un pacto: amar como él amó.
Juan no narra la institución de la eucaristía. En su lugar, coloca el Lavatorio de los pies. Con ello explica el sentido de la eucaristía y de la vida de Jesús, una vida vivida en total servicio de los demás. Por eso dice: “Yo he hecho esto con vosotros para que vosotros hagáis lo mismo y seréis dichosos si lo cumplís”.
En la Eucaristía, en cada eucaristía, nosotros renovamos este pacto, nos comprometemos a vivir como Jesús, amando y sirviendo a los demás, y celebramos la pascua, la entrega de Jesús, el paso de la muerte a la vida, la liberación de una vida centrada en nosotros mismos y abierta a los demás.
Después de la eucaristía, se trasladan las formas consagradas al “Monumento”, donde permanecerán “reservadas”. Allí, se suele tener una noche de oración, que muchos denominan Hora Santa. El sentido de esta vela nocturna es acompañar a Jesús en su Oración en el Huerto de Getsemaní, donde después de una gran lucha interna, acepta la entrega de la propia vida, y acompañarlo, también, en aquella noche en la que fue abandonado por sus discípulos y tomado prisionero a la espera de un juicio cuya sentencia ya estaba dictada.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo celebramos la muerte de Jesús.
La muerte de Jesús es el acontecimiento histórico más seguro y mejor datable del destino de Jesús. Es muy probable que tuviera lugar el 7 de abril del año 30.
Su muerte en la cruz es el resultado de un enfrentamiento de Jesús con las autoridades judías. Con sus obras y su mensaje, Jesús se presenta no sólo como el Mesías, sino como el Hijo de Dios: perdona los pecados, critica algunas cuestiones de la Ley y de las prácticas judías. Por eso fue condenado como blasfemo.
Jesús fue condenado por los judíos en un juicio apañado, pero fue crucificado por los romanos, pues los judíos no tenían poder para dar muerte. Por eso transformaron los cargos de Jesús (Hijo de Dios; es decir, blasfemo, delito religioso) en cargos políticos (Rey de los judíos, subversivo, delito político, contra el César).
La condena de Jesús es un entramado de complicidades y cobardías en las cuales hay muchos responsables... Como ocurre en la actualidad… Intervienen las autoridades religiosas, políticas e incluso el pueblo, el mismo pueblo que lo aclamó el Domingo de Ramos… ¡Así es la naturaleza humana!
Desde el principio aparece como un día de luto y ayuno. El ayuno no se hace por penitencia (ya no estamos en cuaresma), pretende ser expresión de solidaridad (cuando vemos sufrir a alguien que queremos, se nos quita el apetito).
La celebración principal es la Celebración de la muerte de Jesús y la Adoración de la cruz. Con todo, no es un día triste, es un día en que se celebra una vida entregada hasta el final, un amor que es capaz de amar hasta dar la vida. Contemplamos la crueldad de la humanidad, capaz de matar hasta al mismo Dios; pero contemplamos también a Dios, capaz de seguirnos amando incluso cuando damos muerte a su propio hijo. La muerte de Jesús en la cruz es la expresión de una vocación vivida hasta el final, hasta las últimas consecuencias... Un amor capaz de pasar por el dolor, el sufrimiento, la traición, la soledad, la muerte... La cruz es la gran denuncia de la muerte de tantos inocentes, incluso hoy, de nuestros silencios cómplices y cobardías, y es la máxima prueba de que Dios nos ama.
En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre la persona humana. Jesús nos dice cómo se es hombre y mujer de verdad. Él fue el hombre transformado por el espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final amando, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás, que vence el odio extendiendo el amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida.
La celebración de la muerte de Jesús supone el compromiso de luchar por eliminar las cruces de la historia hoy y de amar hasta el final, como Jesús, siempre (en cualquier circunstancia) y a todos (incluidos los enemigos)...
SÁBADO SANTO
El Sábado Santo es el día del gran silencio. Cristo es sepultado, desciende a lo profundo de la tierra, como el grano de trigo, como la semilla que espera a dar fruto.
La afirmación de que Cristo fue sepultado es una manera de confirmar que su muerte fue real. Incluso se dice que “descendió a los infiernos”; es decir, su vida, su ámbito de influencia no tiene fronteras, ni en esta vida ni en la otra... no hay lugar, por desgraciado que sea donde Dios no pueda llegar, de donde Él no nos pueda rescatar.
Este día no se celebra la Eucaristía; ni siquiera se da la comunión.
En medio del silencio y la decepción de muchos destaca la gran esperanza y confianza de María. En ella encontramos la confianza inquebrantable, la fuerza de esperar y el amor incondicional. Por eso es también el día de acompañar a María, de acompañarla en su dolor y en silencio. Ella nos enseña a confiar, a esperar y a amar de verdad.
Es un día de sentir a María como nuestra Madre y de acogerla en nuestra casa, en nuestra vida, de hacer realidad las palabras de Jesús: “He aquí a tu Madre. Es un día de sentir su protección y su amor de Madre”.
LA VIGILIA PASCUAL
La gran noticia que se produce “al amanecer del primer día de la semana” es que Jesús ha resucitado! Cristo no acabó en la pasión ni en la muerte del Viernes santo sino que el Padre lo rescató de la muerte y le dio la vida en plenitud
El acontecimiento pascual de Cristo es el centro de la historia y de su historia, el núcleo fundamental de la fe apostólica, el quicio de la fe y de la vida cristiana y eclesial, la esencia de la eucaristía: la vida vence a la muerte; la muerte no tiene la última palabra.
La resurrección como tal no tuvo testigos. Sin embargo existen testimonios abundantes de apariciones diversas y listas de testigos con nombres propios. Todo ello nos permite afirmar que la resurrección es un hecho histórico. Sabemos que resucitó aunque no sepamos cómo lo hizo.
La resurrección no es la reanimación de un cadáver. De ser así, sería algo transitorio. La resurrección es el comienzo de una nueva forma de ser y existir que rompe con las barreras propias del tiempo y del espacio; por eso, Jesús puede estar en todas partes y en todos los tiempos precisamente porque está en Dios.
Creer en la resurrección supone creer que merece la pena vivir como Jesús vivió, dar la vida por lo que Él la dio. Más aún, que es la única vida que conduce a la vida. Creer en la resurrección es creer que estamos llamados a la vida, que todo no termina en la muerte. Creer en la resurrección es creer que no estamos hecho para la nada sino para encontrarnos con Dios. Por eso Juan afirma que la vida eterna empieza ya ahora, al conocer a Dios ya en esta vida.
Creer en la resurrección es creer que el amor vence, que nadie puede matar el amor, que Dios siempre tiene la última palabra y saldrá por los inocentes.
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