sábado, 16 de abril de 2022

Domingo de Resurrección (Ciclo C): "Vio y creyó" (Jn 20,1-9)

 

1. LEE: Jn 20, 1-9

Todo tiene un comienzo. Incluso cuando todo parece acabado, la vida renace. Lo seco, de repente florece. A pesar de los miedos, la incertidumbre y las dudas sobre el futuro, la vida renace y siempre es posible un nuevo inicio. Incluso si el deseo de volver a empezar debe afrontar cada vez la lucha contra la tentación que nos invita a abandonar, es importante que sepas que la muerte ha sido vencida y la vida puede siempre tener un nuevo comienzo.

Este es el mensaje de Pascua, y el texto del evangelio de hoy describe de manera realista la dificultad de creer que la vida vuelve a comenzar y que todo se renueva aun cuando parece imposible.

Estamos de nuevo en “el primer día”, como si se tratase de una nueva creación. La muerte está dejando espacio a la vida, pero es difícil creerlo, es difícil imaginar que de verdad las cosas puedan recomenzar de nuevo. Ese sentimiento de consternación, de fracaso, la amarga desilusión nos habitan.

María Magdalena va al sepulcro cuando todavía es oscuro. Comienza su viaje apenas puede, movida por el deseo irrefrenable o, tal vez, simplemente por el escrúpulo de terminar lo que no había podido hacer aquel viernes. María busca un cuerpo para ungir, tiene un deber que cumplir. Busca un sepulcro sobre el que llorar, un lugar donde derramar su lamento.

Somos así: más que tomarnos el trabajo de volver a empezar, preferimos buscar sepulcros sobre los que llorar. Nos detenemos. A veces nos pasamos la vida entera sin ver la luz de un futuro posible.

Todavía está oscuro, tal vez porque todavía hay oscuridad en el corazón de María, en el corazón de una persona que no consigue ver el sol que nace. En el corazón de María está la oscuridad de la confusión, la oscuridad de la tristeza, el crepúsculo de la desilusión.

Muchas veces nos damos cuenta de que un nuevo comienzo es posible solo cuando atravesamos una ausencia. El vacío nos revela que no se puede seguir adelante así. Dentro de aquel sepulcro María no encuentra ya nada, ni siquiera un cuerpo por quien llorar. María encuentra un espacio vacío. Y allí experimenta el esfuerzo del comienzo y el riesgo de detenerse. El vacío puede hacernos caer en el precipicio o puede empujarnos a buscar. María podría detenerse allí y desperdiciar su vida lamentándose. Aquello que buscaba, ya no está.

María, en cambio, se deja interrogar por aquella ausencia. Se pregunta dónde está su maestro, donde está aquel que busca su corazón. Como la esposa del Cantar de los Cantares, María se lanza en la noche de la desilusión para buscar a aquel que ama. Cuando realmente amas, no te resignas, sino que te pones a buscar. Aunque sea de noche.

Al igual que la esposa del Cantar, también María pide ayuda, se confronta, se deja acompañar. Así también Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba, son imagen de aquellos llamados a emprender un nuevo comienzo, a partir de situaciones diversas. Aquel vacío no los deja indiferentes, sino que, paradójicamente, los empuja a buscar. Todos deben ponerse en movimiento a partir del propio presente.

Pedro es imagen de una fe que busca continuamente entender. Las cuentas no le cuadran. Es la imagen de una fe cansada, que no consigue correr. Es una fe debilitada por la traición. Una fe que todavía necesita ser sanada. Pedro llega al sepulcro. También él observa aquel vacío. Ve las vendas y el sudario en orden, como si todo hubiera sucedido con calma, pero de Pedro no se dice que cree. Pedro inicia un camino que lo llevará hasta Galilea. Allí, su curación pasará a través de aquel triple interrogatorio sobre el amor.

El otro discípulo, aquel que Jesús amaba, no tiene nombre, tal vez para darnos a cada uno de nosotros la posibilidad de tomar su lugar. Aquel discípulo es la imagen de quien ha tenido la experiencia de sentirse amado por Jesús. Ha escuchado su corazón. Ha permanecido junto a la cruz. Se ha sentido llamado y entregado al corazón de una Madre. Este discípulo es imagen de una fe llena de entusiasmo que sabe correr y también esperar. Este discípulo deja que Pedro entre primero. Es el discípulo que cree aun cuando todavía no comprende. Para él, este nuevo comienzo significa redescubrir el deseo de amar, dejar que el corazón se vuelva a encienda.

(Traducción de un comentario del P. Gaetano Piccolo S.I.)

2. MEDITA

1) ¿Me siento «discípulo amado»? ¿Tengo la experiencia de ser amada por el Señor?

2) ¿Sé descubrir en mi vida cotidiana, en los acontecimientos históricos, la presencia del Señor Resucitado? Recuerda alguna experiencia.

3. ORA
  • Haz silencio en tu interior...
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele... Dale gracias...
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar? Decide cosas concretas.

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