«Érase una vez un rico que vestía de marca, usaba prendas de lujo y organizaba grandes eventos a los que invitaba a personajes importantes. No le faltaba ni se privaba de nada. Y, en su misma puerta, había también un pobre al que le hubiera bastado las sobras de aquel rico…» Esta sería una actualización del inicio de una parábola que cuenta Jesús a los fariseos, hombres religiosos de buena posición social. Y, este drama, lamentablemente no es solo una parábola, un cuento…, es un reflejo de nuestra sociedad del bienestar donde unos disfrutan de toda una serie de privilegios y, a otros, les falta hasta lo necesario. Y esto retrata no solo a la sociedad, como si se tratase de un ente abstracto, sino de cada uno de nosotros. Porque, para Jesús, rico es todo aquel que vive encerrado en sí mismo, que solo mira por sus propios intereses y bienestar. Ni siquiera es necesariamente una mala persona; hasta puede tratarse de alguien honrado…; el problema es que se ha vuelto egoísta, materialista, con ansias de poder, de figurar y que, eso, lo ha vuelto indiferente a quienes tiene a su lado, salvo que los necesite o pueda sacar de ellos algún provecho.
Esta parábola nos habla del pecado de la indiferencia, de la insolidaridad, del pecado de omisión pues, viendo una necesidad y pudiendo hacer algo, no lo hacemos.
Si nos fijamos, aquel rico de la parábola no tiene nombre. El nombre, en la cultura judía, habla de la identidad, del ser de la persona… Y aquel hombre, cuyo horizonte era únicamente lo material, su propio bienestar y disfrute, ha ido perdiendo el contacto con su ser, con su esencia, hasta el punto de no tener nombre… es solo un rico, a quienes todos ven no en su esencia de persona, sino en lo que tiene. Sin embargo, el pobre sí tiene nombre, se llama Lázaro, que significa “Ayuda del Señor”. Aquel pobre lo ha perdido todo, menos su ser, su dignidad. Y aquel, a quien nadie ve ni atiende, es mirado por Dios, solo que, no olvidemos, la providencia de Dios somos nosotros, y el Señor llama continuamente a la puerta de nuestra conciencia y de nuestro corazón para que seamos solidarios.
Hay un detalle que suele pasar desapercibido. Aquel rico tenía cinco hermanos; es decir, su padre tenía 6 hijos. Seis es un número imperfecto. Solo si integran en la familia a Lázaro, solo si lo reconocen y lo tratan como hermano, serán siete, y así alcanzarán la plenitud de la fraternidad. Solo si integramos a los Lázaros de nuestro mundo, podremos hablar de una sociedad verdaderamente justa, humana, fraterna, según el proyecto inicial de Dios.
Esta parábola es una apelación al hoy. El único deseo de Dios es que aprendamos a vivir como hermanos. Todas las palabras y acciones de Jesús iban dirigidas a eso, a enseñarnos a vivir como hermanos, a denunciar las múltiples formas de injusticia, de insolidaridad. Jesús cree en nosotros, cree en la capacidad de la humanidad de romper con el círculo egocéntrico en el que estamos metidos.
Que no nos pase como a aquel rico que pedía que alguien fuera a decirles a sus hermanos cómo tenían que comportarse en esta vida. Nosotros lo sabemos, el evangelio es muy claro… Y, como decía san Juan de la Cruz, al final de la vida seremos examinados en el amor… En nosotros está hacerlo vida con los Lázaros que están a nuestra puerta… No hace falta ir a buscarlos… Basta abrir los ojos…
2. MEDITA
- ¿“Veo” a los “Lázaros” que están a mi alrededor o he caído en la indiferencia? Piensa detenidamente en ello.
- ¿Soy consciente de que mis bienes me han sido dados para compartirlos? ¿Cómo lo demuestro?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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