jueves, 11 de agosto de 2022

XX Domingo (Ciclo C): "He venido a traer fuego a la tierra" (Lc 12, 49-53)


1. LEE: LUCAS 12, 49-53

Este domingo 20 del tiempo ordinario seguimos en el contexto del camino a Jerusalén que, recordemos, es camino de formación de los discípulos y nos propone enseñanzas muy importantes para seguir creciendo como seguidores de Jesús. 
En el evangelio de hoy, Jesús habla de su misión en estos términos: «Yo he venido a prender fuego en la tierra». ¿Qué nos quiere decir?

El símbolo del fuego aparece en la Biblia con diversos sentidos, por ejemplo: devastación y castigo, purificación e iluminación. Y, sí, el fuego destruye e ilumina, purifica y calienta… La frase nos recuerda también la predicción de Juan el Bautista, quien anunció que detrás de él venía uno que bautizaría «con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16). Así, en el evangelio de Lucas esta frase alude también al Espíritu que Jesús ha venido a traer. Jesús ha venido a transformar los corazones, a hacerlos arder, como a los caminantes que se dirigían a Emaús. El pro­fundo anhelo de Jesús es ver cómo su Espí­ritu –que el mismo evangelista Lucas describirá como “lenguas de fuego” (Hch 2, 1-13)– purifica y renueva los corazones, aunque toda purificación conlleva un acrisolamiento a veces doloroso.

Esta misión tiene un precio. La imagen del bautismo parece referirse al destino sufriente de Jesús, como “el precio” a pagar por su fidelidad al encargo encomendado. Bautizarse es sumergirse, sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Jesús es consciente de su destino, y ello le genera angustia (recordemos Getsemaní), pero la angustia no le impide desear llegar hasta el final.

El deseo de Jesús es que ese bautismo se realice pronto; pues esa inmersión en el sufrimiento era necesaria (Lc 24,7.26.44-46) para que la vida nueva que emerge del bautismo, el fuego, se pro­pagase por doquier. Ese es también el simbolismo del bautismo cristiano como explícitamente lo afirma San Pablo: es un morir; pero para renacer a una vida nueva (Rm 6,4; Col 2,12).

¿Cuáles son las repercusiones de esa misión? De manera desconcertante Jesús proclama: «¿Piensan que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división» (Mt 10,34 hablará de “espa­da”). ¿Hay una contradicción con lo que tan a menudo ha dicho? Jesús llamó bienaventu­rados a los que luchan por la paz (Mt 5,6). Y el saludo del Resucitado empieza siempre por la oferta y el deseo de paz (Lc 24,39; Jn 20,19). Pero el mismo Jesús ha advertido que la paz que él nos desea y nos da no es como la da “el mundo” (Jn 14,27). En el discurso de despedida en la Última Cena, afirma que esa paz puede coincidir con la tribulación en un mundo que se rebela ante su mensaje: «Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán tribulaciones; pero confíen en mí. Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Para entender bien esto, hay que tener presente que no todo a lo que llamamos paz es auténtica paz. En línea con los profetas –principalmente de Jeremías–, la paz que Jesús ha venido a traer no es la paz de los cementerios, donde nunca pasa nada... Es una paz, que muchas veces implica conflicto, pues supone oponerse a muchas situaciones que van contra los valores del evangelio, contra todas aquellas situaciones que deshumanizan a las personas.

Por tanto, la sorprendente afirmación de que Jesús viene a traer división debe comprenderse, en primera instancia, en sentido histórico: el Mesías Jesús fue motivo de división entre los judíos y en su seno familiar; Jesús fue, en verdad, una “señal de contradicción”, como ya en el mismo evangelio de la infancia Simeón lo había profetizado (cf. Lc 2,34).

Además, en un mundo tan convulso y tan injusto como el nuestro, nuestra fidelidad a la persona y proyecto de Jesús también generará esa misma división y contradicción. La exigencia de la justicia y de la vida digna para todos los seres humanos habitualmente choca con los intereses egoístas de personas y países que, aunque suene fuerte, viven a costa de la muerte de otros. Hay poderosas “estructuras de pecado” que no aceptan de buen grado las exigencias del Evangelio que tienen que ver con la justicia social.

Por tanto, el discípulo que quiere llevar al mundo el fuego de Jesús ha de contar con que se enfrentará a resistencias y oposición. El proyecto y la persona de Jesús quiebra el orden de algunos valores sociales aceptados comúnmente. La existencia del mal es lo que explica que un mensaje de amor pueda provocar divisiones y perturbar la vida social “instalada”. Pero es un fuego que, aunque quema, trae luz, calor y ardor a la oscura frialdad de este mundo. Ser, como discípulos, una brasa de ese fuego en nuestro tiempo es una tarea que vale la pena; pero requiere fortaleza.

En resumen: Hoy el evangelio nos dice con claridad que la misión de Jesús es traer fuego a la tierra. Un fuego que queme todo aquello que deshumaniza al ser humano, que queme todo aquello que no nos permite vivir según los valores del Reino. Y esa misión le acarreará sufrimiento y muerte (imagen del bautismo), una muerte que generará nueva vida. Vivir los valores de Jesús también nos traerá conflicto, pues entraremos en contradicción con los valores reinantes, pero esa será la señal de que somos auténticos seguidores de Jesús y deberemos aprender a mantener firmes, al igual que Jesús.

2. MEDITA
  • ¿He experimentado alguna vez que mi seguimiento a Jesús, vivir de acuerdo a los valores del evangelio genera división, incomprensión y conflicto?
  • ¿Cómo los he afrontado? ¿Prefiero ceder, en nombre de la paz para no “complicarme la vida”?
  • ¿En qué siento que tendría que ser más valiente? ¿Con qué tendría que “romper”?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

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