1. LEE: Lc 12, 32-48
Este domingo 19 del tiempo ordinario seguimos en el contexto del camino a Jerusalén que, recordemos, es camino de formación de los discípulos y nos propone enseñanzas muy importantes para seguir creciendo como seguidores de Jesús.
El evangelio de hoy da un salto respecto al domingo anterior (omite el texto, fundamental, del abandono en la Providencia divina: Lc 12,22-32), aunque sí recoge el último versículo de dicha unidad (v. 32).
Desde la experiencia de la Providencia de Dios Padre, los discípulos viven confiados en la providencia, lo que les permite vivir desprendidos de los bienes materiales, entrando en la dinámica del compartir (dar limosna).Por eso, nuestra actitud real ante los bienes nos revele si es auténtica nuestra confianza en Dios y dónde está realmente nuestro corazón.
Si leemos con atención, notaremos una insistente llamada a estar preparados, estar vigilantes. La preparación se concreta en una relación con Dios basada en la confianza y desprendimiento; con los demás, a través de la solidaridad; y con uno mismo, a través de la vivencia de los valores evangélicos que se nos proponen, poniendo nuestro corazón en ellos.
Se nos invita a ser discípulos fieles y responsables y, ellos, dará como resultado una vida “feliz” y tranquila. De hecho, Jesús se empeña en llamar “bienaventurados” a quienes viven “preparados” ante su venida.
Las numerosas imágenes del texto (personas que esperan despiertas a su señor, las lámparas encendidas, la administración de personas y bienes, el servicio, la sobriedad…) tienen gran fuerza y evoca episodios fundamentales de la historia de Israel.
“La cintura ceñida” y las “lámparas encendidas” hacen alusión a la “noche de la liberación”. Los israelitas en aquella noche –la de la primera cena pascual– confiaron en la promesa de Dios, comieron de pie, con la cintura ceñida, preparados para la marcha. Aquella noche no durmieron. Estuvieron en vela esperando el paso del Señor. Por eso, Jesús nos dice: «Estén preparados, porque cuando menos lo piensen, vendrá el Hijo del Hombre».
La exhortación a la vigilancia se fundamenta en una honda convicción: el Señor vendrá. Desconocemos el día y la hora; y el Señor «puede tardar» (Lc 12, 45). Pero, mientras llega ese momento esperado del encuentro, no hay que echarse a dormir, o caer en la desidia o refugiarse en la irresponsable excusa del “aún hay tiempo”; sino que hay que prepararse para hacerse encontrar por el Señor ocupados en realizar la misión asignada. El tiempo de la espera es, pues, tiempo de vigilancia: el tiempo de la fidelidad y de la responsabilidad. Y si somos servidores fieles, tendremos la dicha de ser “servidores servidos” por el propio Señor, cuando llegue.
¿Qué es lo que hace posible esa actitud de vigilancia? La confianza en el Señor. Por eso, para estar despiertos en la noche, necesitamos fortalecer nuestra fe, cuidarla, mimarla. Una fe, que es primordialmente un fiarse de alguien que nos quiere y al que queremos. Sabemos que ese alguien, que es Jesús, aunque está “ausente”, está presente de otra manera a como lo estuvo en su vida en la tierra. «Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo», nos prometió. Necesitamos buscarlo continuamente, alimentar su presencia, para que no se nos duerma la fe y para que nos aliente y nos acompañe en nuestra espera vigilante y servicial.
El evangelio eleva su exigencia a partir de la pregunta de Pedro, es decir, cuando el texto se dirige a los responsables de la comunidad. No deben olvidar que no son dueños, sino administradores, y deben ser fieles, sensatos y cuidadosos con todos los miembros de la misma. Desde la responsabilidad de cada uno, es una invitación a pensar en nuestra fidelidad al Señor, en nuestra sensatez en el ejercicio y en nuestro esmero pastoral.
Todo el vocabulario, con sus matices, gira en torno al señor y a los siervos. Es una llamada a pensar en quién es, de verdad, el “Señor” de nuestra vida y en el modo en que nosotros somos “siervos” suyos y transparencia suya para los demás.
2. MEDITA
- ¿Cuál es mi tesoro? ¿Qué/quién está en el centro de mi corazón?
- ¿Cómo desempeño la misión que se me ha encomendado? ¿Podría considerarme el Señor un servidor fiel y sensato?
- ¿Qué me reprocharía hoy el Señor?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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