1. LEE: Lucas 14, 1.7-14
El evangelio de hoy nos va a brindar una enseñanza muy útil para nuestra vida cotidiana.
Jesús sigue su camino hacia Jerusalén. Ahora, sin embargo, lo vamos a ver asistiendo a una comida. El jefe de los fariseos lo ha invitado a su casa a una gran fiesta a la que asisten muchos invitados.
El tema de la comida es muy importante en los evangelios. A Jesús le gustaba compartir la mesa con todo tipo de personas, publicanos, pecadores, prostitutas y gente importante. Él no hace acepción de personas. Al parecer era algo tan habitual en Él, que lo llegaron a acusar de ser un comilón y un borracho.
Participar en comidas tiene un significado muy especial. En las comidas se da un ambiente familiar, cercano. Con este gesto, Jesús quería poner de manifiesto que Dios es alguien cercano, alguien que está deseando sentarnos a su mesa, como un padre o una madre ansía siempre reunir a su familia. De hecho, las comidas de Jesús son un antecedente de la eucaristía. En la eucaristía, nos reunimos en torno al Señor sus hijos e hijas y, allí, el nos alimenta con su cuerpo y con su sangre, comparte con nosotros su misma vida.
Ya en la comida, Jesús observa el comportamiento de la gente. Él es un contemplativo. Observa y de todo saca una enseñanza. Y, ¿qué observa? Que hay personas que enseguida buscan los primeros puestos y que, seguramente, a alguno de ellos les habrán llamado la atención pues se sentaron donde no les correspondía…, ¡qué vergüenza!
Aprovechando esto, cuenta una parábola en la cual se nos anima a no buscar “lo mejor” para nosotros sino para los demás; a tener una visión “modesta” de nosotros mismos. Incluso lo motiva con argumentos también muy humanos: “no exponernos al ridículo”.
En nuestras sociedades competitivas, lo importante es lograr protagonismo –primeros puestos–, despertar admiración y envidia; lo que prima es, como suele decirse, “salir en la foto”. En cambio, Jesús nos recuerda que quien asigna los puestos es el anfitrión, que quien tiene un lugar reservado para nosotros es Dios, que no necesitamos estar buscando un lugar relevante pues Dios ya nos tiene sentados a su mesa. Se nos invita, por tanto, a la humildad.
A continuación, se dirige al anfitrión. Como suele ser habitual, aquel jefe de fariseos había invitado a sus amigos, parientes, personas importantes… Y Jesús le dice que, para la próxima, invite a cojos, lisiados, pobres, etc. ¿Por qué? Porque Jesús quiere que aprendamos a actuar sin esperar nada a cambio, a actuar con gratuidad y generosidad. Es decir, nos anima a hacer el bien a quienes no podrán recompensarnos, a romper con la dinámica de hacer las cosas siempre y cuando podamos obtener algún beneficio.
Dicho esto, el evangelio nos regala una bienaventuranza: Si actuamos así, seremos felices, pues la recompensa la tendremos de nuestro Padre del cielo.
Actuemos con sencillez, sin andar buscando protagonismos y seamos generosos, gratuitos… como es Dios con nosotros…
2. MEDITA
- ¿Soy de los que buscan los primeros puestos?
- En lo que hago, ¿busco algún tipo de reconocimiento o recompensa? ¿Cómo me siento cuando no los recibo?
- ¿Soy “elitista” en mis relaciones? ¿A qué tipo de personas suelo excluir o sencillamente ignorar?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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