1. LEE: Lucas 13, 22-30
Muchos grupos y sectas, y no pocas personas, viven obsesionados por saber cuántas personas podrán finalmente salvarse, y si, entre ellos, estaremos nosotros. Precisamente el evangelio de hoy nos habla de la famosa “puerta estrecha” que da acceso al Reino de Dios, es decir, a Dios mismo, y de quiénes entrarán en él.
Seguimos en camino hacia Jerusalén. Lucas insiste en recordarnos este dato en muchos momentos (cfr. 9,51.53.57; 10,1.38; 11,1; 13,22.33; 14,25; 17,11; 18,31.37; 19,1.11.28). En ese camino, un oyente “anónimo” (podría ser cualquiera) le hace una pregunta a Jesús: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» Jesús no entra en el “cuántos” sino que aprovecha para dar una enseñanza clara: «Luchen para entrar por la puerta estrecha». Esta es la exhortación que nos hace el evangelio de hoy. A él no le interesa el número sino que nos recuerda que entrar en la lógica del Reino no es fácil; por nuestra parte requiere “lucha”, compromiso. No porque sea cuestión de puños sino porque debemos luchar contra nuestras dinámicas egocéntricas, con nuestra tendencia a la mediocridad, a conformarnos con lo ya conseguido. Entrar por la puerta estrecha es hacer vida el mensaje de Jesús sin caer en la trampa de creer que basta con llamarnos cristianos. Recordemos, no el que dice «Señor, Señor entrará en el Reino» sino el que hace la voluntad del Padre; es decir, el que vive conforme al evangelio.
Tenemos que asumir con decisión el camino de nuestro seguimiento, sin caer en la trampa de pensar que, con lo que somos y hacemos, ya es suficiente y hemos llegado a la meta; el irnos asemejando a Jesús es un camino de toda la vida. De fondo hay un dato importante: Ni ser israelita entonces ni ser cristiano ahora asegura automáticamente la entrada en el Reino de Dios. Incluso la “seguridad” de pertenecer a la Iglesia o ejercer en ella servicios diversos puede ser un obstáculo real para entrar en él.
El texto nos advierte de que podemos encontrarnos con la sorpresa de encontrar la puerta cerrada y escuchar: «No sé de dónde son ustedes» (vv. 25.27). Por tanto, no basta haber “comido y bebido” con Jesús (¿haber participado en la Eucaristía?), ni haber escuchado su enseñanza (saber muy bien la doctrina de la Iglesia, conocer el evangelio…). El problema es no hacerlo vida. Y, más aún, se los acusa de estar supuestamente cerca del Maestro y, sin embargo, “hacer el mal”. Lo fundamental son las obras, la vida.
La imagen del llanto y rechinar de dientes expresa el fracaso y la desilusión de unos seguidores que creían tenerlo todo “seguro” y “derecho” al Reino y descubren que no son ellos quienes entran sino aquellos a quienes consideraban “fuera” (¿paganos?, ¿increyentes?).
El paradójico dicho del v. 30 alude, en primer lugar, a una circunstancia histórica: el pueblo judío contemporáneo de Jesús, primer depositario de la salvación, lo rechazó, a pesar de haberlo tenido tan cerca. En cambio, pueblos procedentes de todas las partes de la tierra, que no habían conocido la tradición religiosa que desembocaba en la persona única de Jesús, entrarán primero.
Esto mismo es aplicable a nosotros. Existe el riesgo de que muchos cristianos “practicantes” nos creamos mejores, por encima (“primeros”) de “otros”. Sin embargo, está claro que nos llevaremos sorpresas… Lo que cuenta no es la “etiqueta” que llevamos sino la vida.
Dicho esto, conviene recordar que Juan dirá claramente que Jesús es la puerta, la puerta que nos permite el acceso a Dios. Hay que “entrar” por Él, por sus enseñanzas, por su lógica…
2. MEDITA
- ¿“Lucho” contra todo aquello que no me ayuda a vivir acorde al evangelio?
- ¿Vivo de acuerdo a lo que creo? ¿Pongo en “práctica” las enseñanzas de Jesús o me limito a “saberlas”?
- ¿Voy siendo cada vez más fiel a la persona y al proyecto de Jesús, nuestro Maestro?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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