1. LEE: LUCAS 19, 1-10
El evangelio de hoy nos presenta uno de los encuentros de Jesús. Se trata de su encuentro con un personaje público muy importante llamado Zaqueo.
Zaqueo era un hombre rico, al parecer, muy rico. Era jefe de publicanos. Recordemos que los publicanos eran considerados traidores y corruptos dado que estaban al servicio de Roma, el imperio invasor, y eran quienes cobraban impuestos, muchas veces desorbitados, a sus mismos compatriotas.
La escena se sitúa en Jericó. Jericó solía ser la última ciudad por donde pasaban los peregrinos que iban camino a Jerusalén, con lo cual se nos indica que Jesús está ya muy cerca de su destino, un destino que él mismo es consciente que lo conducirá a un fuerte enfrentamiento con las autoridades judías y, muy probablemente, a la muerte. Así mismo, en el Antiguo Testamento, Jericó aparece como la ciudad en la se dio por terminado el largo periodo de los 40 años del pueblo de Israel por el desierto, justo antes de entrar en la tierra prometida. Por tanto, es una manera de decirnos que, con Jesús, el nuevo pueblo de Dios está a las puertas de terminar su largo peregrinar.
Es un texto muy rico en detalles. Puede ser abordado desde múltiples perspectivas. Yo propongo fijarnos en lo que podemos denominar “dinámica del encuentro”. Dicho de otra manera, qué pasos se dan en ese maravilloso encuentro en Jesús y Zaqueo, como un modo de iluminar nuestros propios encuentros.
Si nos fijamos, en este texto quien tiene la iniciativa es Zaqueo. A él, a pesar de tenerlo aparentemente todo, le falta algo. Tiene un deseo, ver a Jesús. Y un deseo que no son meras intenciones sino un algo que lo moviliza, que lo lleva a poner todos los medios que están a su alcance. Sin duda, la autenticidad de nuestros deseos se verifica en la capacidad de movilizarnos. Zaqueo supera una serie de dificultades. Supera su amor propio, el miedo al ridículo…, no le importa subirse a un árbol a la vista de todos. Supera la dificultad de la gente que le impide ver a Jesús. Supera su baja estatura. Nada lo detiene. Es el primer paso, tener un gran deseo y poner todos los medios que estén a nuestro alcance para hacerlo realidad.
Una vez que Zaqueo ha hecho todo lo que está en su mano, Jesús se lo pone realmente fácil y tiene unos detalles hermosos. Levanta los ojos, lo mira y lo llama por su nombre. Qué importante es sentirnos mirados y llamados por nuestro nombre. Con eso le da a entender que lo conoce, que sabe quién es, lo personaliza. Y no solo eso; le pide que baje. Zaqueo no necesita estar por encima, no necesita esconderse, Jesús quiere que se ponga a su altura, que se acerque. Y, más aún, se invita a su casa. No solo lo mira; le demuestra un gesto de amistad y confianza. Y gestos así, nos desarman. Ese es Jesús.
Y Zaqueo no empieza con excusas. No mira su agenda a ver si tiene tiempo, no piensa en qué dirá la gente, no le da largas. Inmediatamente baja y recibe a Jesús con alegría. Zaqueo no deja pasar la oportunidad…. Tener a Jesús en su casa, en su vida, no es una carga, es fuente de gozo.
La gente, sin embargo, permanece ajena a este encuentro. Lo único que sabe hacer es criticar. No es capaz de ver el deseo de cambio de Zaqueo, ni el deseo de Jesús de recuperar lo que está perdido. La gente somos todos aquellos que nos sentimos con una cierta “superioridad moral”, que somos prontos a juzgar, que no hemos aprendido a mirar como somos mirados por Dios.
Pero Zaqueo no se deja amedrentar. Le da igual las críticas. Él sabe lo que quiere. Se sabe mirado, y eso es lo que cuenta. Más aún, su reacción va a ser un cambio radical de vida y de valores. En el centro ya no estará su dinero sino la solidaridad, la generosidad, la justicia. Dará la mitad de sus bienes a los pobres, devolverá cuatro veces más a quienes haya defraudado…, ¡obras son amores!
Este cuarto paso nos da la clave. Un verdadero encuentro con Jesús nos cambia. Y lo que nos cambia es el corazón, la mirada. Cambia nuestros valores, nuestras prioridades. Hace que en el centro ya no estemos nosotros y nuestros intereses sino los demás… ¡Esa es la gran conversión! Volver a Dios es siempre volver al hermano.
2. MEDITA
- ¿Busco yo también a Jesús? ¿Qué hago para encontrarlo?
- ¿Cómo me veo, como Zaqueo o como muchedumbre?
- ¿Me he sentido mirada por Jesús como Jesús miró a Zaqueo?
- Zaqueo hace cosas concretas, y yo… ¿En qué se concreta mi fe, qué hago o qué no hago?
- Mi relación con Dios, ¿se refleja en mi relación con mis hermanos?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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