1. LEE: JUAN 1, 1-18
Cuando pensamos en la Navidad, siempre viene a nuestra mente las escenas tal como nos las narra el evangelista san Lucas; el nacimiento en Belén, el anuncio a los pastores, el canto de los ángeles, María, José, aquel niño recostado en un pesebre. Es un texto hermoso, lleno de detalles, que se lee en la misa de la noche del 24. En la misa de Navidad, el día 25, se nos propone el conocido como “Prólogo de san Juan”; un himno, con algunas pequeñas partes narrativas, de una belleza y profundidad inigualables.
Juan nos invita a adentrarnos en el misterio que se esconde en ese niño y nos recuerda que aquel niño que contemplamos con ternura, aquel niño que podemos tener en nuestros brazos, es la Palabra (con mayúscula) que existe aún antes de la creación del mundo, es decir, desde siempre, pues es Dios. ¿Qué nos quiere decir con esto?
La creación del mundo, según el Génesis, se hizo gracias a la Palabra. Dios pronunciaba su palabra: “Hágase el cielo… hágase el sol…” y todo sucedía de acuerdo a su palabra. Su palabra no es una palabra vacía, como muchas palabras nuestras. Su palabra tiene fuerza creadora, hace lo que dice.
La palabra nos permite comunicarnos. Con la palabra nos expresamos. La palabra exterioriza lo que pensamos, lo que sentimos, lo que deseamos. Y Dios es comunicación. Desde siempre ha deseado comunicarse con nosotros. A lo largo de la historia, nos dirigió muchas palabras (eso es la Biblia), pero llegada la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por medio de su hijo Jesús. Él es la Palabra de Dios, en Él, Dios se nos comunica. Quien ve a Jesús, ve al Padre; quien lo escucha, puede tener la certeza de que está escuchando lo que Dios quiere.
Sí, Jesús es la Palabra que Dios Padre ha pronunciado. Y esa Palabra está llena de vida, de luz. Quien la acoge, quien la escucha, quien la pone en práctica, no solo llena su ser de vida y de luz, si no que se convierte en hijo de Dios, pues Jesús mismo nos hace partícipe de su misma vida.
Y, sí, un día, Dios quiso venir a morar entre nosotros. Y puso su tienda aquí, en nuestra tierra. No vino de paso, vino para quedarse. Y aunque muchos lo rechazaron, nadie puede extinguir su luz.
Jesús es la mayor expresión del amor y la fidelidad de Dios. Que al contemplar a este niño débil, frágil, vulnerable, seamos conscientes de que es el modo como Dios ha querido revelársenos. No como una fuerza prepotente, como un poder avasallador, sino como alguien que desea que lo tomemos en brazos, que no le tengamos miedo, que lo acojamos en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro mundo… para transformarnos, para transformarlo todo…
2. MEDITA
- ¿He experimentado cómo la Palabra (el Señor Jesús) me llenan de luz y de vida? ¿En qué lo noto?
- ¿Escucho esa Palabra con atención?
- ¿Soy consciente de que acoger a Jesús me abre la posibilidad de llegar a ser hijo/a de Dios?
- ¿Experimento el caudal de gracia que nos llega a través de Jesús?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
1 comentario:
Le doy gracias a DIOS POR SU PROTECCIÓN DESDE MI NACIMIENTO Perdón por todas las faltas que e cometido en mi vida.
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