La escena, como ocurre siempre con Mateo, va a lo esencial. Jesús pasa y ve a un hombre llamado Mateo que estaba sentado al mostrador de los impuestos... Jesús pasa y se fija... Son hermosas las escenas del evangelio en las que se refleja la mirada de Jesús... Nosotros solemos pasar por la vida sin mirar a las personas, sin mirarlas a la cara, a los ojos... Jesús, no... Y se fija en un hombre con un nombre concreto, Mateo; es decir, no mira en general... Mira a Mateo, igual que me mira a mí...
Y, ¿quién era Mateo? Alguien que estaba sentado (es decir acomodado, instalado) cobrando impuestos... Alguien, muy probablemente judío, que colaboraba con Roma en el cobro de impuestos a su propio pueblo... Y que, claro, aprovechaba su oficio para sacar alguna ganancia "extra"... No parece ser que Mateo fuera un gran potentado (no sería el director del Banco); de lo contrario, no estaría sentado en la calle enfrentándose con la gente, sino en su casa, recibiendo únicamente los beneficios... Mateo, a fin de cuentas, era también un empleado... como tantos funcionarios de nuestras ciudades que viven de las coimas, etc., etc...
Pero Jesús no ve eso... ve a una persona, con un nombre... Y, sobre todo, ve que es capaz de salir de esa situación, de levantarse... Y lo llama: "Sígueme"... Y, oh sorpresa, aquel recaudador, aquel abusador de sus hermanos, sigue la voz del Maestro... Lo que no había hecho aquel maestro de la ley o aquel discípulo del que se nos hablaba al inicio de la sección...
Jesús debió quedar conmovido... Y, Mateo, profundamente tocado... Nadie lo había mirado de ese modo, nadie había creído en él y en sus posibilidades de cambio...
Sintámonos mirados así por Jesús... Mirados con amor... sin juicio... sin crítica... Sólo Dios nos ve como realmente somos, no desde las apariencias, no lo que hacemos... Dejémonos mirar por Él e intentemos aprender a mirar como Él nos mira...
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