sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo: Oración ante el sepulcro...

Sábado Santo, el "día después"... El día en que empezamos a ser conscientes de lo que ha pasado... Ese día terrible en el que nos quedamos solos y vienen a nosotros un alud de pensamientos y sentimientos... El día en el que, superado el shock inicial de los acontecimientos, nos preguntamos "por qué", "qué es lo que realmente ha ocurrido..."
En este Sábado Santo, Jesús, ya no estás... Ni siquiera podemos verte en la cruz... Has muerto... Y has sido sepultado, enterrado..., con todo lo que esto significa... Has sido totalmente quitado de en medio...
Impresiona el silencio, el vacío... Solo María espera en silencio... Solo ella es capaz de seguir esperando... ¿Qué? No lo sé... Y, seguramente, ella tampoco... Solo sabe que Dios es fiel, que Dios es justo, que Tú eres más fuerte que el pecado, el odio, la muerte... ¡Qué difícil es permanecer muchas veces en ese silencio esperanzado, en ese silencio que no comprende, pero que confía en que Tú estás presente y actuando, aunque no entendamos cómo...!
Intento, Señor, penetrar en todo lo ocurrido... Tu muerte injusta no es una muerte entre otras... Es algo más... En Ti se hace terriblemente visible el poder enorme del pecado... Y, sobre todo, su modo de actuar tan sutil... Por eso es tan difícil escapar de sus garras... Es como esa serpiente del Génesis que nos seduce, nos envuelve, nos engaña y ¡nos muerde...! Y solo nos damos cuenta cuando ya todo ha pasado y las consecuencias parecen irreversibles...
Sí, cada vez estoy más convencida... Somos engañados, seducidos, envueltos... ¡Nadie pecaría voluntaria y conscientemente...!
Los jefes judíos, incluido el sumo sacerdote, los que estaban llamados a hablar y actuar en tu nombre, fueron envueltos por el miedo a perder poder, y lo justificaron con falsas razones, "convenía que muriera una solo por todo el pueblo..." Sí, podemos llegar a justificar el asesinato, el odio, la eliminación del otro... Todo lo demás es fruto de esto... Buscar cuándo y cómo prenderlo de modo que todo pareciera "justo" es mera consecuencia lógica...
Judas fue engañado... Nunca sabremos sus motivos internos... ¿Fue el dinero, fue la decepción? Nunca lo sabremos... Es tan incomprensible que uno de los Doce lo vendiera, que se han buscado muchas razones para justificarlo... Incluso pudo haber creído que esta era la mejor manera de que Jesús diera testimonio de sí mismo ante el Sanedrín, que llegara a convencerlos o, como dicen otros, que al tomarlo prisionero, el pueblo se sublevara y armara la tan ansiada revolución contra Roma... Nunca lo sabremos... Lo que sí sabemos es que lo vendió... Pero no nos escandalicemos... Nosotros también tenemos un Judas dentro... Siempre encontramos buenas razones para nuestros actos, nuestras traiciones... ¡Cuántas veces vendemos a nuestros hermanos, los dejamos en evidencia, los entregamos...! ¿Por quedar bien? ¿En nombre de la justicia...? ¿Por envidia...? ¡Cuántas sutiles razones que, al final, se desvelan en lo que son, un instrumento de muerte...!
Pedro fue envuelto en las redes del Maligno... Cayó preso del miedo... ¡El miedo...! ¡Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer por miedo, por cobardía...! Y también nos justificamos... Estamos hechos para el bien; por eso, cuando cometemos el mal, necesitamos justificarnos, envolvernos en buenas y santas razones... Pero Pedro tuvo la gracia de dejarse mirar por Jesús, y eso puso ante sus ojos y en su corazón lo que realmente había hecho... ¡Ese es el secreto...! Dejarnos mirar por Jesús... Dejar que nos revele lo que tenemos oculto en el corazón... Tantas falsas razones para no amar, para no entregarnos, para no seguir verdaderamente al Maestro...
Aparentemente, Pilato no fue engañado... Sabía que Jesús era inocente... Desde el primer momento... Sabía que se lo habían llevado por envidia... Pero estaba en juego su "amistad con el César"... Puestas la justicia y la conveniencia personal en la balanza, pesó más el propio interés... Pero esto es tan deleznable, que busca el modo de "lavarse las manos". Intenta que sea el pueblo el que decida, proponiéndole una injusta amnistía...; injusta, pues suponía declarar a Jesús culpable... Y, sí, lo consigue, es el pueblo quien condena a Jesús, no él... ¡Qué sutil!, ¡realmente brillante! Por eso, tampoco me sorprende Pilato... Todos tenemos un Pilato dentro... Nos las arreglamos para salir con las manos limpias de situaciones de las que también formamos parte... No queremos mancharnos las manos y no nos implicamos; dejamos que sean otros los que decidan... Por eso, pensándolo bien, Pilato también fue engañado... Creyó que actuando así, sería inocente de esa muerte y, no, fue igualmente culpable... Otro sutil engaño del Maligno...
Y así podríamos seguir recorriendo cada uno de los personajes de la Pasión... Los soldados actúan por "deber" y eso parece eximirles de culpa, pero tampoco los exime... Los discípulos que huyen, respondiendo al instinto básico de "salvar" su vida...
Con todo, esta es solo una cara de la moneda... La cara que pone ante nosotros el sutil poder del mal que nos envuelve y nos lleva a matar al hermano, a matar al justo, a matar a Dios..., a caer en las sutiles redes de la envidia, las falsas razones, la cobardía... Nosotros, hechos para el amor, la justicia, la protección del débil...
Pero no es esto lo más relevante de lo que sucedió en la cruz... No... Si nos quedáramos ahí, seríamos también engañados... Ver al crucificado podría sumirnos en la desesperanza, en la convicción de que, ante el mal, no hay nada que hacer; la convicción de que quienes triunfan son los que ostentan el poder, los que utilizan las armas de este mundo... Contemplar al crucificado podría llevarnos, equivocadamente, a la impotencia o a la rebeldía... ¿Merece la pena seguir a un crucificado? ¿Tiene algún sentido seguir el camino de Jesús, cuando ello nos conduce a la muerte, en sus múltiples formas? Es el pecado más sutil... Convencernos, una vez más con justas razones, de que no tiene sentido, pues nos coloca en una situación de debilidad e indefensión, a merced de los demás...
Por eso necesitamos pasar muchas horas delante del Crucificado... Muchas horas contemplando su lucha en Getsemaní, su entereza para atravesar por un juicio amañado, por ultrajes inhumanos, por una condena injusta... Contemplarlo para, ayudados por su gracia, penetrar en su corazón, en sus razones más profundas..., porque las hay...
Y, ¿qué vemos en el Crucificado? ¿Un hombre vencido...?, ¿una víctima más de la injusticia...?, ¿un Dios derrotado en su intento de darnos a conocer su camino...? ¡No..., claro que no...! Vemos al gran vencedor del pecado, al que no se dejó seducir ni caer en las redes del Maligno...
"No entiendo", me diréis muchos... "¿Vencedor...?"... "Vencedor de qué..."
La gran tentación de Jesús fue desconfiar del amor de su Padre... Es también nuestra gran tentación... Sentir que en el sufrimiento, en el dolor, en la injusticia, Dios está ausente... Jesús siguió llamando a Dios Padre, Abbá, en Getsemaní... Lo siguió llamando Padre en la cruz... Siguió orando y confiando...  Sus desgarradoras palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", están tomadas del salmo 21, la oración de quien, aun en medio de la oscuridad del alma, confía en que Dios intervendrá en su favor... De allí su recomendación insistente: "Orad y velad para no caer en la tentación". Porque la tentación la tendremos, y solo la oración, esa relación asidua y amorosa con el Padre, irá acrecentando nuestra confianza filial y nos permitirá atravesar por tantas situaciones difíciles de esta vida...
Jesús vence la tentación de la desconfianza... Vence la tentación de la violencia, de responder al mal con mal... Por eso exige a Pedro que guarde su espada y cura la oreja de Malco... Al mal no se lo puede vencer con sus mismas armas... Al mal se lo vence desarmados... O, mejor, con las armas de Dios: la verdad, el amor, la entrega... De hecho, fue lo que llevó a exclamar al Centurión: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios"... Es verdad que no alude a su filiación divina, sino a un actuar que corresponde solo a un hombre de Dios...
Jesús vence la tentación de la blasfemia, de la venganza, de la amargura, del victimismo, del ensimismamiento..., propia de cuando estamos sumidos en el dolor... Por eso, en la cruz perdona, disculpa ("no saben lo que hacen"), salva ("hoy estarás conmigo en el paraíso")...
Su lucha no es contra los hombres que lo llevan a la muerte... Su lucha es contra el Maligno, el gran seductor del género humano, el experto en la mentira, el señor de la muerte....
Eso es lo que veo yo hoy en la cruz... Nuestra lucha, Señor, no es contra los demás... No es contra quienes sentimos que nos tratan injustamente... Nuestra lucha debe ser la tuya, la lucha contra el Maligno... El Maligno que actúa en los otros, y el Maligno que actúa en mí...
En la cruz, Jesús, veo el amor que vence, en las condiciones más duras posibles... En la cruz veo tu amor invencible, inclaudicable, incondicional... En la cruz sigues amando a tus verdugos... Sigues amando a tus discípulos... Sigues amando a la humanidad...
En la cruz te ofreces, te entregas... para liberarnos del poder del pecado, desvelándonos sus sutiles engaños y sus terribles consecuencias...
Solo el amor vence, solo el amor puede salvar, solo el amor...
Señor Jesús, líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación, abre nuestros ojos y nuestro corazón para no caer en sus engaños, para no entrar en su juego, para no ser instrumentos de muerte... Abre nuestros ojos y nuestro corazón para dejarnos amar, para dejarnos abrazar por Ti, para ser tu amor y tu abrazo para tantos crucificados de este mundo...
María, tú que permaneciste junto a la cruz; tú que permaneciste amando, incluso cuando torturaban y mataban a tu hijo; tú que fuiste capaz de esperar y confiar, aun sin comprender... Dame tu fe y confianza...
María, tú que el Sábado Santo, con el corazón traspasado, esperabas en silencio, guardando, como siempre, las cosas en tu corazón..., enséñame a esperar, a permanecer en un silencio contemplativo, pues Dios nunca falla...
María, mujer de dolor y de esperanza... Discípula de Jesús... Reflejo de su corazón... Recíbenos como hijos tuyos, acepta vivir en mi casa y enséñame a ser discípulo/a de tu Hijo...

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