La Cuaresma es el tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia, como buena pedagoga, nos propone un itinerario que dura 40 días, en el cual vamos recorriendo un camino que nos invita a la “conversión”, a mirar nuestra vida teniendo como espejo a Jesús, para ir cambiando todo aquello que nos permite vivir de acuerdo a los valores del Evangelio; es decir, como hijos y hermanos… Porque, a fin de cuentas, todo se sintetiza en esto…
Al igual que el Tiempo Ordinario empieza con el relato del Bautismo, la Cuaresma empieza siempre con la narración de las Tentaciones de Jesús en el desierto. La contemplación del Bautismo de Jesús nos predispone internamente a seguir con atención a Jesús durante su vida pública… Sí, Él es el Hijo amado de Dios… por eso merece la pena conocerlo para aprender de Él…
Las Tentaciones, en cambio, se nos proponen como el “paradigma” de la vida cristiana… En cierto sentido, la vida es un desierto que hay que recorrer… El desierto en la Biblia es un lugar ambivalente… Por una parte, es en el desierto donde se produce el encuentro con Dios, precisamente porque no estamos distraídos por nada y nos encontramos con el único verdaderamente importante… Y, al mismo tiempo, el desierto es lugar de prueba, de tentación, precisamente por la dureza del camino y porque no tenemos agarraderos…
El evangelio de hoy nos señala que Jesús también tuvo que atravesar el desierto, igual que hizo el pueblo de Israel… Los israelitas vagaron durante 40 años antes de llegar a la tierra prometida; Jesús permanecerá en ese lugar 40 días… 40 días en los que será “tentado”…
Como sabéis, el número 40 tiene un sentido simbólico. Quiere decir un tiempo prolongado… Con ello se nos indica que Jesús fue sometido a la tentación a lo largo de toda su vida… Igual que nosotros… Pero, ¿qué es la tentación?
“Tentación” es todo aquello que nos seduce, que nos engaña, que aparece como bueno y apetecible, pero que, al final, nos aleja de Dios y termina destruyéndonos a nosotros mismos y a los demás… Como tal, la tentación no es mala… Es sólo eso “tentación”. Siempre estará en nosotros la libertad y la decisión de caer en ella o de vencerla…
Sí, Jesús, al igual que nosotros, fue tentado, pero supo vencer las insidias y medias verdades del “diablo”, ayudado por la oración y la Palabra de Dios…
¿Y cuáles son esas tentaciones “tipo”? Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas, hablan de 3, aunque cambian el orden.
La primera tentación es la del pan. Jesús tiene hambre. Tiene “necesidades”. El demonio, aprovechándose de eso le dice: “Si eres Hijo de Dios…” Es la tentación básica, llevarnos a dudar de nuestra condición de hijos… Y añade: “haz que estas piedras se conviertan en pan”… Es la tentación de creer que como Dios es nuestro Padre, Él tendría que resolver todas nuestras necesidades básicas… Y, si no lo hace, pues no es Dios… ¡Qué imagen de Dios más perversa! Y Jesús responde: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Es decir, Dios no es el dios bombero o aspirina, sino el Dios que responde a nuestras necesidades más profundas… El hombre no sólo necesita alimentar su cuerpo (¡también!), sino alimentar su alma, su espíritu… Qué verdad tan cierta… En nuestras sociedades opulentas donde no se carece de nada, muchos mueren de inanición espiritual…
La segunda tentación es la del poder… Creer que desde el dominio, desde la prepotencia, se puede hacer más y somos más… ¡Si todos hicieran lo que yo digo, todo iría mejor! Aunque, claro, eso supondría dejar de lado los valores del Evangelio y apuntarse a otra manera de ver la vida, aunque lo racionalicemos… Y Jesús dice: ¡No!... Sólo Dios puede ser el centro de nuestra vida, de lo contrario, terminaremos esclavos de nuestro afán de dominio, de nuestra necesidad de estar por encima de los demás…
Y, la tercera, es más sutil… “Tírate de lo alto del Templo… sus ángeles te protegerán”… Es la tentación de jugar con fuego, pensando que nunca va a pasar nada… De nuevo el dios bombero… La tentación de llamar la atención… Y, no… Jesús dice: “No tentarás al Señor tu Dios”; es decir, no es Dios el que tiene que plegarse a nuestros deseos, sino que somos nosotros los que debemos aprender a vivir según sus indicaciones…
Revisemos nuestra vida a la luz de estas tres tentaciones y empecemos nuestro camino de conversión…
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