No es difícil observar entre nosotros los rasgos más característicos del individualismo moderno. Para muchos, el ideal de la vida es «sentirse bien». Todo lo demás viene después. Lo primero es mejorar la calidad de vida, evitar lo que nos puede molestar, y asegurar, como sea, nuestro pequeño bienestar material, psicológico y afectivo.
Para lograrlo, cada uno debe organizarse la vida a su gusto. No hay que pensar en los problemas de los demás. Lo que haga cada uno es cosa suya. No es bueno meterse en la vida de otros. Bastante tiene uno con sacar adelante su propia vida.
Este individualismo moderno está cambiando la vida de los creyentes de occidente. Poco a poco, se va difundiendo una «moral sin mandamientos». Todo es bueno si no me hace daño. Lo importante es ser inteligente y actuar con habilidad. Naturalmente, hay que respetar a todos y no perjudicar a nadie. Eso es todo.
Va cambiando también la manera de vivir la fe. Cada uno sabe «lo que le va» y «lo que no le va». Lo importante es que la religión le ayude a uno a sentirse bien. Se puede ser un «cristiano majo» y sin problemas. Lo que hace falta es «gestionar» lo religioso de manera inteligente.
El resultado es una clase media instalada en el bienestar, compuesta por individuos respetables que se comportan correctamente en todos los órdenes de la vida, pero que viven encerrados en sí mismos, separados de su propia alma y apartados de Dios y de sus semejantes.
Hay una manera muy sencilla de saber qué queda de «cristiano» en este individualismo moderno y es ver si todavía nos preocupamos de los que sufren. Lo dijo Jesús con claridad: «A mí el Espíritu de Dios me envía a dar una Buena Noticia a los pobres». Ser cristiano no es sentirse bien ni mal, sino sentir a los que viven mal, pensar en los que sufren, reaccionar ante su impotencia, no refugiarnos en nuestro propio bienestar.
No hay que dar por supuesto que somos cristianos pues puede no ser verdad. Nos tenemos que preguntar si vivimos según lo que nos parece o si nos dejamos alguna vez conducir por ese Espíritu que a Él lo llevaba hacia los que veía sufrir.
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