El texto que ahora consideramos empieza de una manera sencilla, como uno de tantos relatos de curaciones. Le presentan a Jesús un endemoniado ciego y mudo, y Jesús lo cura, de modo que aquel hombre hablaba y veía…
Ahora no nos pararemos tanto en el sentido del milagro, pues de ello ya hablamos al comentar los cc. 8-9 (Jesús viene para curarnos y liberarnos de todo aquello que nos deshumaniza, que no nos permite ver a Dios ni ser sus testigos, que nos impide vivir como hijos y hermanos), sino que nos centraremos en las reacciones que provoca este hecho.
Llama la atención que, ante el mismo hecho, hay dos tipos de reacciones totalmente distintas. La gente queda estupefacta y ante esta actuación se pregunta si Jesús no será el Hijo de David, es decir, el Mesías. En cambio los fariseos reaccionan no sólo con incredulidad sino que me atrevería a decir que, incluso, con calumnias y mala idea. Como no pueden negar el hecho, van a dar su propia interpretación, y para sorpresa de todos, lo atribuyen a la acción de “Beelzebul, Príncipe de los demonios”… ¡Realmente no hay peor ciego que el que no quiere ver…! Y cuando la evidencia se nos impone pero no queremos aceptarla, buscamos mil argumentos para no plegarnos a ella sino que buscamos razones para desacreditarla… ¡Qué terrible!
Acordaos que en esta sección Mateo nos está presentando el rechazo del que Jesús fue objeto. Un rechazo que siempre desconcertó a la Iglesia primitiva… Y aquí lo que se nos pone delante es la actitud de quienes están totalmente cerrados ante cualquier realidad que no coincida con lo que ellos tienen previamente preconcebido; diríamos que estamos ante una “ceguera ideológica”. Hay personas que sencillamente no pueden creer porque tienen tal cantidad de prejuicios, que nunca podrán aceptar en lo que ocurre la actuación de Dios…
Hace unos días, estuve viendo una película sobre las apariciones de Lourdes, “Bernardette”. Muy bien hecha, por cierto. Me llamó mucho la atención cómo la gente sencilla, del pueblo, aceptan con naturalidad la evidencia, es decir, las curaciones debidas al agua que brotaba de la fuente de Lourdes; en cambio, la gente más “ilustrada” buscaba mil explicaciones para atribuir dichas curaciones a la composición del agua, a la credulidad de la gente, etc… Esto me recuerda aquel texto en el que Jesús decía que el Padre se revelaba con más facilidad a la gente sencilla (Mt 11,25-27)…
Y, sí, pues ésta parece ser la “blasfemia contra el Espíritu Santo”… Un actitud de tal cerrazón, que hace difícil la actuación de Dios y que, por eso, no es perdonada, es decir, no nos permite conocer a Dios ni disfrutar de su amor y de su presencia… ¡Qué fuerte!
En fin… Que el Señor nos dé un corazón sencillo y una mente humilde para reconocer los signos de su amor y de su presencia con los que Él rodea nuestra existencia…
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