sábado, 22 de enero de 2011

Los inicios… (Mt 4, 12-16)

Después del Bautismo de Jesús en el Jordán (Mt 3) y de las Tentaciones en el desierto (4, 1-11), que de alguna manera nos hacen una primera presentación de Jesús inmediatamente antes de empezar su vida pública, el evangelio de Mateo nos pone delante los inicios de la actividad de Jesús.

En primer lugar se nos dice que Jesús empieza su ministerio público después de saber que Juan había sido encarcelado… Esto no es un mero enmarque cronológico… Con esta alusión se nos pretende presentar a Jesús en continuidad con Juan (con el Bautista se cierra una etapa y Jesús toma el testigo) y, al mismo tiempo, se nos hace una alusión velada a toda la historia de los profetas en Israel: Al igual que sus antecesores, Juan morirá mártir y, esto, es un "anuncio para navegantes"… Al Jesús tomar el testigo de Juan, se está jugando la vida…

Lo curioso es que Jesús elige Galilea para empezar su misión entre la gente… Esto debió resultar escandaloso para los primeros cristianos… Lo lógico habría sido que eligiera Jerusalén, el centro de la religión judía, el lugar del Templo, no Galilea, una región despreciada, marginal, considerada casi pagana… Por eso, Mateo justifica esta decisión apelando a las Escrituras, citando un pasaje de Isaías, hermoso, por cierto: en Galilea, el pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz, sobre aquellos que habitaban entre sombras de muerte una luz despuntó… Y, esto, ¿no os recuerda el episodio de los reyes venidos de oriente? En aquel pasaje, también unos paganos ven aparecer una luz en el cielo… Y esa luz los conduce hacia Jesús… Y llegados a Jesús, la luz de la estrella desaparece, pues están ante la Luz, con mayúsculas…

Sí, Jesús es la Luz… Y esa Luz ha querido brillas allí donde hay oscuridad, donde hay sombras; allí en esos lugares considerados marginales, irrelevantes… porque para Dios no hay nada ni nadie irrelevante…

Jesús es la Luz, como más tarde dirá san Juan en el prólogo de su evangelio… Y una luz que brilla no sólo para los judíos, para los creyentes, sino una luz con vocación universal, que desea brillar entre todos los hombres, entre todos los pueblos…

Dejemos que Jesús nos inunde con su luz… Llevemos su luz hasta los rincones más apartados, donde su luz no ha penetrado aún… Y, precisamente en esta semana en la que estamos orando por la unidad de los cristianos, superemos todo particularismo y abrámonos a un amor universal, en el que Dios es realmente Padre de todos y nosotros, hermanos de la humanidad…

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