domingo, 18 de diciembre de 2016

Soñar los sueños de Dios. IV Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 1, 18-24)

Entre los testigos del Adviento, entre aquellos que dan “testimonio de la luz” (Jn 1,7.8) y nos acompañan en Navidad, está José, hombre justo que sueña y ama, que no habla sino que actúa…
“Antes de ir a vivir juntos, resultó que María esperaba un hijo”. Sorpresa absoluta de la criatura que concibe al inconcebible, al mismo Creador. Algo que, sin embargo, hace pedazos el corazón de José, pues se siente traicionado. Y entra en crisis: “no queriendo acusarla públicamente, pensó repudiarla en secreto”. Vive el conflicto entre la ley de Dios que dice: quitarás de tu vista al pecador (cf. Dt 22,22) y el amor que siente por aquella joven.
José está enamorado de María, está inquieto, no deja de pensar en ella y la sueña de noche. Y basta que la coraza de la ley venga perforada por el amor, que el Espíritu irrumpe y actúa.
“Mientras consideraba estas cosas, se le apareció en sueños un ángel…” José, el hombre de manos endurecidas por el trabajo y corazón tierno y herido, no habla sino que sabe escuchar los sueños que lo habitan: el hombre justo tiene los mismos sueños de Dios. Y “José hizo como le había dicho el ángel”, elige el amor por María, porque “poner la ley antes que la personas es la esencia de la blasfemia” (Simón Weil). 
Y, de este modo, es el profeta que anticipa y prepara las elecciones que hará Jesús, cuando infringirá la ley del sábado para curar el dolor del hombre. Para los justos, “la única regla es el amor; hay que obviar la ley cuando esta entra en conflicto con el amor” (Maria di Campello). María deja la casa del sí dicho al Señor y va a la casa del sí dicho al hombre; va como mujer enamorada, con su corazón lleno de ternura y con total libertad.
María y José, carentes de todo menos de amor, están abiertos al misterio, porque si hay algo sobre la tierra que abre el camino hacia el absoluto, es el amor. El corazón es la puerta de Dios. 
 José tomará consigo a María y al niño, aquel hijo que no ha engendrado y del cual será su auténtico padre porque lo amará, lo ayudará a crecer, lo hará feliz, le enseñará a ser hombre, y a soñar, y a creer en el amor. José no tiene sueños de imágenes sino sueño de palabras. Un sueño de palabras es también ofrecido a todos nosotros: es el Evangelio.
José ve ángeles. Dios envía sus mensajeros a cada una de nuestras casas, como a la de María; envía sueños y proyectos, como a la de José. Nuestros ángeles no tienen alas, son las personas que comparten con nosotros pan y amor; viven en nuestra casa pero son mensajeros del invisible y anunciadores del infinito: ángeles que en su voz llevan la semilla de la Palabra de Dios.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

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