domingo, 9 de abril de 2017

Domingo de Ramos (Ciclo A). Lectura de la Pasión (Mateo 26,14- 27,66)

Con la lectura de la Pasión se abren los días culmen, aquellos de los que deriva y a los que conduce toda nuestra fe. Aquellos que todavía nos enamoran. ¿Queréis saber algo sobre mí? -dice el Señor-. Os doy una idea: un hombre crucificado. La cruz es la imagen más pura y elevada que Dios ha dado de sí mismo.Y todavía permanece abierta una pregunta. "Apenas nada", de David M. Turoldo: No, creer en Pascua no es fe auténtica: ¡en Pascua eres demasiado hermoso! La fe verdadera es en Viernes Santo, cuando Tú no estabas allá arriba, cuando ni siquiera el eco responde a tu grito, y apenas nada da forma a tu ausencia.Antes, Jesús nos haba citado en otro lugar, un lugar que está por debajo, donde se ciñe una toalla y se inclina para lavar los pies de los suyos. ¿Quién es Dios? El que me lava los pies. De rodillas, ante mí. Sus manos sobre mis pies. Como Pedro, yo también quisiera decir: déjalo, no lo hagas, es demasiado.
Y Él: soy como el esclavo que te espera y, a tu regreso, te lava los pies. Pablo tiene razón: el cristianismo es escándalo y locura. Dios es así: es beso para quien lo traiciona, no rompe a nadie, se parte a sí mismo. No derrama la sangre de nadie, derrama su propia sangre. No pide sacrificios, se sacrifica a sí mismo.
Y queda rota toda imagen, toda idea que nos haga tener miedo a Dios. Y esto nos permite volver a amarlo como enamorados, no como sometidos. La suprema belleza de la historia es la que aconteció en las afueras de Jerusalén, sobre aquella colina donde Dios se deja clavar, pobre y desnudo, sobre un madero para morir de amor.
La piedra angular de la fe cristiana es la cosa más hermosa del mundo: bello es quien ama; bellísimo, quien ama hasta el final. Y el primero en acogerlo no fue un discípulo sino un extranjero, un centurión pagano: "realmente este era Hijo de Dios". No ante un sepulcro que se abre, no ante un destello de luces, sino en la desnudez de aquel Viernes, viendo a aquel hombre en la cruz, en el patíbulo, en el trono de la infamia, como un gusano, un soldado experto en la muerte, dice: "realmente este era Hijo de Dios. Ha visto a alguien morir de amor y ha entendido que es cosa de Dios.
"Estaban allí muchas mujeres mirando desde lejos". En aquella mirada, llena de amor y de lágrimas, en aquel agarrarse con los ojos a la cruz, nació la Iglesia. Y renace cada día en que tiene hacia Cristo, todavía crucificado en sus hermanos, la misma mirada de amor y de dolor, que circula en las venas del mundo como una potente energía de Pascua.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

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