Las palabras que Jesús elige para hablarnos de la Trinidad son palabras que hablan de familia, de afecto: Padre e Hijo, personas que abrazan, que se abrazan. Espíritu es una palabra que alude a la respiración: cada vida vuelve a respirar cuando se sabe acogida, tenida en cuenta, abrazada. Desde el principio, existe la relación, el vínculo.
Y si nosotros estamos hechos a su imagen y semejanza, lo que se dice sobre Dios, se dice sobre el ser humano. De allí que el dogma de la Trinidad no sea una fría doctrina, sino sabiduría que nos ayuda a vivir.
Lo nuclear de Dios y del hombre es la relación. Por eso la soledad me pesa tanto y me da miedo, porque es contraria a mi naturaleza. Por eso cuando amo y encuentro una amistad verdadera me siento tan bien, porque entonces soy nuevamente imagen de la Trinidad.
En la Trinidad podemos contemplar como en un espejo lo más profundo de nuestro corazón y el sentido último del universo. El principio y el final, el origen y vértice de lo humano y lo divino, es el vínculo de comunión.
“Dios ha amado tanto al mundo que nos ha dado a su Hijo”… En estas palabras Juan encierra el porqué último de la encarnación, de la cruz, de la salvación: nos asegura que Dios, desde toda la eternidad, no hace más que considerar a cada hombre y cada mujer más importante que Él mismo.
“Dios ha amado tanto...” Y nosotros, creados a su imagen y semejanza, “tenemos necesidad de mucho amor para vivir bien” (J. Maritain), “que nos ha dado a su Hijo…”. En el Evangelio el verbo amar va unido siempre a un verbo concreto, práctico, fuerte, el verbo dar (“no hay amor más grande que dar la propia vida…”). Amar no es algo sentimental, no equivale a emocionarse o enternecerse, sino a dar, un verbo de manos y de gestos…
“Dios no ha enviado a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo”. Salvarlo del único gran pecado: la falta de amor. Jesús es el sanador del desamor (V. Fasser). Lo que explica toda la vida de Jesús, lo que justifica la cruz y la Pascua no es el pecado del hombre, sino el amor por el hombre; no se trata de quitar algo a nuestra vida, sino de añadirle, porque “quien crea, tendrá más vida”.
“Tanto amó Dios al mundo...” No solo al ser humano, sino al mundo entero, tierra, plantas, animales… Y si Él lo ha amado, también yo quiero amarlo, cuidarlo, cultivarlo, con toda su riqueza y belleza, y trabajar para que la vida florezca en todas sus formas, y hable de Dios como un pequeño fragmento de su Palabra. El mundo es el gran jardín de Dios y nosotros somos sus pequeños “jardineros planetarios”.
Ante la Trinidad, yo me siento pequeño pero abrazado, como un niño: abrazado por un viento en el que navega la creación entera y que tiene por nombre amor.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)
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