domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de Ramos

Con el Domingo de Ramos damos inicio a la Semana Santa. Sin embargo, es importante recordar que seguimos en tiempo de Cuaresma…
Este día, la liturgia celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. No se trata de una entrada “triunfalista”, la del vencedor que impone su poder o subyuga con su fuerza, sino de la llegada a la “meta”…
Jesús, desde su encarnación, ha emprendido un camino que culminará en Jerusalén, con la entrega de su vida. Lo que va a ocurrir estos días no es fruto de la casualidad ni Jesús será mera víctima de los poderes que dominan este mundo… No, lo que Jesús va a vivir tiene en gran parte su explicación en una opción del Padre que Jesús ha hecho suya, demostrar su amor a la humanidad, un amor que no se echa para atrás en el momento de la dificultad, la incomprensión, la injusticia o la traición…
La liturgia de hoy nos presenta, a la vez, las dos caras de los acontecimientos que estamos celebrando: su lado “glorioso” (que es una anticipación de la Resurrección) y su lado “doloroso” (no hay Resurrección sin muerte). Por este motivo, la liturgia está claramente dividida en dos partes: la entrada de Jesús en Jerusalén y la lectura de la Pasión.
La procesión y la aclamación que precede a la celebración eucarística no sólo recuerda a los habitantes de Jerusalén que recibieron a Jesús como el Hijo de David, el Mesías esperado. Con este gesto queremos anunciar la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte. Es decir, es una auténtica profesión de fe. Por eso, las palmas y los ramos, más que objetos benditos que muchos conservan con devoción, son para aclamar al Señor. De hecho la bendición de los ramos es secundaria en relación a la procesión.
El modo en que Jesús hace su entrada en Jerusalén, refleja claramente el estilo de actuación que lo ha acompañado durante toda su vida y que nos invita a hacer nuestro. Jesús entra montado en un burro. Los evangelistas ven en este gesto a Jesús como el Rey de paz anunciado por el profeta Zacarías (9, 9-19). Un rey manso y humilde, que no viene a atropellar a nadie sino a sanar y a anunciar el amor incondicional de Dios a cada uno de nosotros; un Dios que no exige nada sino que va a dar su propia vida. Realmente esta imagen nos descoloca, pues seguimos pensando en un Dios Todopoderoso que solucione nuestros problemas y los del mundo a golpe de varita mágica o de actuaciones espectaculares… Y, no, la única “arma” de Dios es su amor… Por eso, el gesto de realizar una procesión “detrás de Jesús”, expresa nuestro compromiso de seguir a Jesús haciendo nuestro su estilo en nuestra vida de cada día.
A la procesión sigue inmediatamente la eucaristía. Del aspecto glorioso de los Ramos pasamos al doloroso de la Pasión (por eso algunos también llaman a este día el Domingo de Pasión). Como evangelio se lee la pasión entera, según una de las versiones de los Sinópticos (la de Juan se lee siempre en el Viernes Santo). De este modo, se nos anticipa lo que vamos a vivir en los días sucesivos.
No olvidemos que Jesús fue condenado a muerte injustamente, fue torturado, denigrado, abandonado, traicionado. Asistimos a hechos espeluznantes y vergonzosos para toda la humanidad… Y, a la vez, asistimos a la entrega amorosa de un Dios que nos ama sin medida… que prefiere “dejarse matar” a imponer su fuerza y su poder… Y “dejarse matar” no por masoquismo o victimismo, sino porque Dios es amor y ni siquiera en los momentos más extremos puede dejar de amar.
Os invito a participar en esta celebración con fe, entusiasmo y profundo respeto y agradecimiento. Y que ello nos prepare a vivir en profundidad, incluso en medio de nuestras merecidas vacaciones, el acontecimiento más decisivo de toda la humanidad.

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