sábado, 20 de junio de 2009

Fiesta del Inmaculado Corazón de María

El día siguiente al Corazón de Jesús, la Iglesia celebra el Corazón de María… Tal vez porque María es la persona cuyo corazón es el más parecido al de Jesús.

¿Qué decir de esta fiesta? El mejor comentario son las lecturas que la liturgia nos propone. Al leerlas, lo primero que me ha llamado la atención es que, tanto la primera (Is 61,9-11) como el salmo (1Sam 2,1.4-8) tienen como temática central la acción de gracias. Con ello se nos está diciendo que María tenía un corazón agradecido… Toda ella es un canto de alabanza al Señor… A ella puede aplicarse la bienaventuranza que dice: "Felices los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Sí, María tiene la mirada limpia y, por eso, ve a Dios presente en su vida a través de múltiples detalles que llenan su corazón de contento.

Qué alegría irradian las personas que tienen el corazón agradecido; son una bendición de Dios… Pero, cuidado… Parece que quien tiene esa mirada positiva sobre la vida es porque todo le ha ido bien o porque no ha sufrido y, la verdad, de María no puede decirse eso… Por ello, en el evangelio se nos presenta el episodio de Jesús perdido y hallado en el Templo. En esta escena, María queda desconcertada ante la actitud y respuesta de su Hijo… ¡Cuántas cosas suceden en nuestra vida que no entendemos…! Pero el texto concluye, diciendo: “Ellos no comprendían lo que quería decir… Su madre guardaba todas las cosas en el corazón…”

¡Qué distinta a la actitud que solemos tener nosotros…! Cuando no entendemos algo nos rebelamos o le damos vueltas en la cabeza hasta terminar aún más confundidos… Y he aquí la segunda enseñanza… No se trata sólo de tener el corazón agradecido (aún en medio de nuestras dificultades hay tantos motivos para dar gracias), sino que debemos aprender a guardar las cosas en el corazón, a rumiarlas, hasta que, poco a poco, el Señor nos vaya ayudando a comprender su sentido porque, como dicen San Pablo, al final todo se convierte en bien para los que aman a Dios…

Pidámosle a María que nos enseñe a tener un corazón como el suyo, un corazón como el de Jesús, un corazón sensible a la presencia de Dios y paciente para acoger todo lo que la vida trae, con la confianza de que, aunque muchas veces no lo entendamos, nuestro Padre va conduciendo nuestra vida y nuestros pasos por una vía segura… ¡la de su amor!

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