domingo, 8 de noviembre de 2009

No hay manera de daros gusto… (Mt 11, 16-19)

Seguramente todos vosotros habéis conocido personas a las que no hay manera de dar gusto… Hagas lo que hagas, les parecerá mal… Si les preguntas cómo están, te metes donde no te llaman; y si no les dices nada, resulta que no te preocupas por ellos… En fin… Pues ésta fue la experiencia de Jesús con sus contemporáneos… Y parece ser que es ésta la experiencia de Dios con nosotros…

Jesús acaba de elogiar a Juan Bautista, aunque siempre ha dejado claro que con él se cierra una etapa, la de la espera…

El evangelista Mateo aprovecha esta ocasión para transmitir otra de las tradiciones que circulaban sobre Juan, la que lo había catalogado como endemoniado dado su estilo de vida extremadamente austero. Jesús alude a esta crítica para hacer caer en la cuenta de que en realidad los dirigentes judíos no están en disposición de acoger a ningún mensajero de Dios… Dicen no aceptar a Juan porque es un endemoniado, pero resulta que tampoco aceptan a Jesús, pues lo catalogan de “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores” (v. 19)… Parece ser que en el fondo la actitud es la de poner siempre excusas para no seguir el camino del Señor sino para seguir nuestro propio camino, nuestra manera de ver las cosas…

Este episodio también refleja el hecho de que Jesús fue causa de escándalo por su comportamiento… Comer con publicanos y pecadores resultaba provocador… ¿Cómo podía ser mensajero de Dios alguien que se acercaba a aquellos que vivían de espaldas a Dios, que no cumplían la Torá, que incluso explotaban a sus hermanos?

Sí, amigos, Jesús es desconcertante… No se ajusta sin más a nuestros esquemas mentales, a nuestra obsesión de dividir el mundo en buenos y malos, en creyentes e increyentes, etc. Para él, todos somos hijos de Dios… Y Dios no es un Dios triste… Dios es el Dios de la fiesta, de la comunión, del compartir… Por eso, cabría preguntarnos, ¿a qué Dios seguimos?

Ojalá nuestro ser cristianos nos lleve a experimentar también internamente la alegría que sentía Jesús y, sobre todo, nos lleve a acercarnos a todos sin exclusiones, con el deseo de hacerles experimentar, también, que Dios es Dios de todos, sin excluir a nadie… Éste sería el mejor modo de “hablar bien” de Dios… Y esto sí que sería una buena noticia…

Y ojalá no seamos como aquellos niños de la plaza a quien no hay cómo complacer… Cuántas veces no hacemos más que quejarnos de Dios, de la Iglesia… Dejemos de recriminar tanto y sigamos el camino que Jesús nos propone…

1 comentario:

Ricardo dijo...

Muy buen comentario, ¡Gracias!