El texto que hoy nos propone la liturgia es prácticamente continuación del que leíamos el pasado domingo… No es un texto más bien corto pero denso, como suele ser los discursos elaborados por Juan… Por os, antes que nada, os recomendaría una lectura reposada del mismo, dejando que resuene en vuestro interior cada una de sus expresiones…
En el comentario de hoy, querría centrarme fundamentalmente en tres ideas fuertes que atraviesan el texto…
En primer lugar, estos discursos tienen la función de preparar a los discípulos (en realidad a la Iglesia naciente y a nosotros) al modo de vivir la “partida” de Jesús… Es verdad que el tiempo del Jesús terreno se termina, que Jesús vuelve a la casa del Padre, pero esto no quiere decir que nos abandona… Con su “partida”, Jesús inaugura un nuevo tipo de presencia, una presencia que le permite estar siempre entre nosotros, en nosotros, con una cercanía tal, que llega a la identificación: así como Él está en el Padre y el Padre está en Él, así Él estará en nosotros y nosotros en Él… Por eso, el cristiano es, ante todo, alguien que ha experimentado esa presencia, esa cercanía, esa unión con el Señor… Y es esa presencia la que nos conforta, nos sostiene, nos ilumina, nos guía en nuestro camino… No seguimos una idea, no veneramos un recuerdo… Jesús está vivo, presente y actuando en nuestro mundo… ¿Lo sientes así? ¿Lo vive así? ¿Qué es la oración, si no, la conciencia de esa presencia, el alimentarla, el cuidarla…? ¿Qué es la vida espiritual si no dejarse guiar por lo que dicha presencia nos dice, nos insinúa, nos indica…? No seguimos una ley, una norma, seguimos a Jesús…
Es aquí donde entra la figura del Espíritu… Jesús está presente entre nosotros a través de su Espíritu… Sería interesante que leyerais estos capítulos de despedida fijándoos en aquellas cualidades que se le aplican al Espíritu… Una de ellas es la de Maestro: Él nos ayudará a entender poco a poco el mensaje de Jesús… Él es quien nos recuerda (nos trae al corazón) y nos “sopla” al oído lo que tenemos que hacer para vivir fieles al mensaje de Jesús…
Y, por último, una tercera “idea”… El mensaje de Jesús, sus “mandamientos”, se reducen a uno solo: El amor… Como dirá S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras…” No se trata de mandamientos a modo del Antigua Testamentos… No son obligaciones, exigencias… No, el amor sólo puede brotar del corazón… Porque amo a Jesús, amo lo que Él dice, amo como Él me ha amado…
La profunda renovación del cristianismo vendrá por aquí, por renovar nuestra conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida, por seguir las indicaciones de su Espíritu, por vivir el amor como “regla de vida”…
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