El evangelio de Mateo recoge las palabras más importantes de Jesús, organizándolas en 5 discursos:
- El Sermón del Monte (5-7) o la Ley del Reino.
- Las palabras dirigidas a los primeros misioneros (el capítulo 10) o el Predicar del Reino.
- Las parábolas del Reino (el capítulo 13), o la dinámica de crecimiento del Reino.
- El discurso a la comunidad cristiana (el capítulo 18), o el modo de vivir los hermanos en la Confraternidad del Reino.
- Palabras sobre el fin del mundo (los capítulos 24-25), o la consumación del Reino.
Igual que hicimos ya con el primer discurso, ahora vamos a iniciar el comentario al segundo. Así como el primero nos presentaba la nueva lógica del Reino, el modo de vivir de los seguidores de Jesús, ahora se nos dice que para ser sus seguidores, tenemos que ser misioneros. En realidad es lo que recoge el Documento de Aparecida, que habla de los cristianos como discípulos y misioneros.
Este discurso lo podemos dividir en tres partes: una introducción (9, 36-10, 5a), el discurso, propiamente dicho (10, 5b-42) y una conclusión (11, 1).
La introducción es particularmente significativa. En primer lugar, sirve de enlace entre la sección anterior, que presentaba a Jesús como el Sanador y como un misionero itinerante, y esta sección dedicada a enseñar a sus discípulos y prepararlos para ser sus enviados.
Todo el discurso va a poner el énfasis en la identidad profunda que existe entre Jesús y sus apóstoles: los misioneros son enviados a continuar la misma misión de Jesús, a hacer y decir lo que Él decía. Por eso necesitan estar identificados con Él y conocerlo en profundidad.
El texto comienza dándonos a conocer la motivación de Jesús: la compasión. Todo lo que Jesús hace es movido por su sensibilidad hacia el sufrimiento de quienes lo rodean. Su mirada es profunda, pues no sólo percibe su dolor físico, sus enfermedades, si no, sobre todo, su abandono, su desorientación… Ve a las personas como “ovejas sin pastor”, es decir, sin auténticos guías espirituales que les indiquen el camino, sin maestros que les enseñen, sin líderes que los cuiden… Y ve la necesidad de personas que se dediquen a esto, como Él. Por eso dice: “la mies es abundante, pero los obreros pocos”. Pero no hace una simple llamada a la generosidad, pues deja claro que la iniciativa es siempre del Padre, quien envía, es el Padre. Por eso añade: “rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”. Sí, la mies, es del Señor… y, nosotros, sus obreros… no propietarios…
Inmediatamente después, se nos presenta a Jesús llamando a doce discípulos. El número 12, como sabéis, alude a las 12 tribus de Israel… Jesús quiere así dar comienzo al nuevo pueblo de Dios. El texto deja claro que no llama a 12 sin más, sino a 12 discípulos, pues antes de ser misioneros o, mejor, para ser misioneros, como hemos dicho antes, debemos ser discípulos, seguidores de Jesús, pues no se trata de predicarnos a nosotros mismos ni hacer cosas buenas, sino de ser prolongadores de la misión del Maestro.
A estos doce, Jesús les da poder; más aún, comparte con ellos su propio poder… Pero no un poder para dominar, para estar por encima de los demás, sino para liberar (expulsar demonios) y para curar… Éste es el verdadero poder, éste es el uso del poder que nos pide Jesús… Estamos llamados a liberar, a sanar, no a imponer ni a adoctrinar…
Conviene caer en la cuenta de que quien llama es Jesús. En todo el Antiguo Testamento, quien llamaba era Yahveh… Con esto, se nos dice veladamente la profunda identidad entre Dios y Jesús… Y no sólo llama, sino que envía y da unas instrucciones muy precisas que son las que tenemos que escuchar atentamente e interiorizar.
Sí, amigos, la invitación de Jesús es a ser sus enviados, sus embajadores. Nos invita a escucharlo, a seguir sus enseñanzas (discípulos), pero también nos urge a salir por los caminos, al encuentro de las personas, a llevar esas enseñanzas allí donde se desenvuelve nuestra vida cotidiana (misioneros) y, por qué no, a dedicar nuestra vida a esta tarea… Dios sigue llamando y necesitando personas que consagren sus vidas a este servicio.
Sintámonos portadores de ese “poder de Jesús”, y usémoslo como Él, para sanar y liberar a las personas de todo aquello que las oprime por dentro y nos la deja vivir como hijo/as de Dios.
Continúa...
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