Después de dar Jesús unas instrucciones precisas que marcan el estilo de sus enviados, les va a dirigir una serie de advertencias que podríamos resumir en una sola: los seguidores de Jesús sufrirán persecuciones… como si ello formara parte de su misión…
Esto puede generar perplejidad pues, aunque conocemos estas palabras, seguimos creyendo en un Dios que debería garantizar la inmunidad a sus seguidores… Y, no, amigos… Jesús habla con claridad, no lleva a engaño y dice, claramente, que “el discípulo no puede estar por encima de su maestro” y a la vista está que a Jesús lo persiguieron…
Pero, atención… Se habla de persecuciones, de dificultades e incomprensiones “por mi causa”, por la causa del evangelio, no por actitudes o posturas nuestras que, justamente, merecen repulsa…
Recuerdo a una persona que se quejaba de que la gente la criticaba a menudo… Lo curioso es que incluso se sentía satisfecha, pues así se sentía más cerca de Jesús que había sido criticado… Sin embargo, hablando sobre el tema, vimos que, en realidad, muchas de esas críticas eran “merecidas”, pues en muchas ocasiones asumía actitudes poco evangélicas de superioridad o victimismo… Lógicamente Jesús no se refiere a esto… Como dice el refrán “en el pecado está la penitencia”. Y sí, muchas veces somos nosotros mismos los responsables de que nos sucedan determinadas cosas…
Las “persecuciones” de las que habla Jesús son aquellas provocadas por nuestra fidelidad al evangelio… Esto nos puede resultar un poco lejano, pues parece que las persecuciones corresponden a los primeros siglos del cristianismo, pero no es así… Actualmente la Iglesia es perseguida en muchos países. En unos abiertamente, como en China; en otros, de formas más sutiles, presionándola para que no levante la voz en defensa de los Derechos Humanos o de los más pobres…
Hay países en los que ser católico está “bien visto”, sencillamente porque no pone en peligro el “statu quo”… En otros, en cambio, basta manifestarse católico para ser considerado un “bicho raro”, anacrónico, etc. y hay que tener valor para decir sencilla y llanamente nuestra pertenencia a la Iglesia…
El evangelio nos invita a no tener miedo a vivir con coherencia nuestra fe, y a asumir las consecuencias que esto pueda tener… Muchas veces el ser auténtico, el no pactar con malas prácticas, el no formar parte de grupos dedicados a despellejar a los demás, el salir en defensa de los débiles nos puede ocasionar complicaciones y eso nos lleva a mantenernos a “cierta distancia” de los problemas, viviendo de manera “ligth” y descomprometida…
Los cristianos no podemos vivir metidos en “guetos” o en las sacristías… Es necesario ser como el fermento en la masa, como la sal en la comida, como la pequeña luz en la oscuridad… Debemos atrevernos a vivir en nuestros ambientes cotidianos los valores del evangelio, grabando en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Ya le basta al discípulo ser como su maestro”… Ojalá el Señor pueda decir esto de cada uno de nosotros…
Continúa...
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