viernes, 24 de diciembre de 2010

“Hoy os nacido un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11)

Esta noche, en la Misa del Gallo, escucharemos proclamar estas palabras en el evangelio… Lo que probablemente sucederá es que, estamos tan acostumbrados a escucharlas, que ya ni siquiera nos impresionan… Por eso, me gustaría ahora pararnos un poco a meditar en ellas…

El relato del nacimiento es extenso… Ha sido cuidadosamente elaborado por Lucas… Como tal, forma parte de los denominados relatos de la Infancia, que hacen de Prólogo a la obra lucana…

A estas alturas sobra decir que no estamos ante una crónica histórica… estamos ante algo mucho más profundo… Es verdad que no sabemos con exactitud ni el año ni el día en que Jesús nació, pero esto no quiere decir que el hecho no fuera real.

Muchos datan el nacimiento en diciembre del año 7 a.C., dado que en dicha fecha se dio la alineación de los planetas de Júpiter y Saturno, que identifican con aquella estrella que vieron los Magos, de la que nos habla Mateo… Pero, repito, esto no es lo más importante…

Lo que Lucas pretende realmente es decirnos, ya desde el principio, en el prólogo, quién es Jesús. Y nos lo dice de una manera muy sencilla pero profunda, aplicando a Jesús tres títulos: Salvador, Mesías y Señor… Diríamos que el título principal es el de Salvador… Esto es importante, porque por mucho que nos consideremos autosuficientes y tengamos la pretensión de no necesitar de nada ni de nadie, en nuestro fuero interno sabemos que esto no es verdad… Todos estamos necesitados de salvación y esta salvación no nos la podemos dar a nosotros mismos, sino que nos viene de otro… Y esta salvación que se nos ofrece nos viene de Dios… Sólo Dios puede rescatarnos, salvarnos de nuestra tristeza, de nuestra angustia, del sinsentido en el que muchas veces estamos inmersos si no hay más horizonte que esta vida frágil y caduca… Pues, por mucho que gocemos de posiciones sociales y económicas privilegiadas, nada impide que tarde o tempranos experimentemos la fragilidad de nuestra condición humana…

Recordemos, sólo el amor salva, y el amor sólo nos puede ser dado… y ese Amor, con mayúscula, sin fisuras, sin condiciones, sólo nos lo puede dar Dios…

Pero si se nos dijera únicamente que es el Salvador, no sería suficiente… Muchos se han presentado y se presentan como tales… Los dictadores tienen esa pretensión, los regímenes populistas, incluso los grandes líderes mundiales… De Jesús se dice, además, que es el Mesías, es decir, el Esperado de todos los tiempos, aquel a quien anhela la humanidad… y el Señor (“Kyrios”), es decir Dios… ¡Es Dios mismo, en persona!

Por eso, ¿cuál es el verdadero mensaje de la Navidad?, ¿qué es lo que celebramos esta noche? Celebramos que el Padre nos ama tanto que, como dice san Juan, nos ha enviado a su Hijo porque ha deseado venir a compartir nuestra suerte… ¡Esta es la encarnación!, Dios compartiendo la condición humana, experimentado la fragilidad, la debilidad… sabiendo lo que es ser hombre…

El cristianismo tiene la pretensión de afirmar que Dios se ha hecho uno de nosotros… Esto, si lo pensamos bien, es increíble… Y, sí, amigos, lo es, pero por increíble que sea, es verdad… Por eso, unámonos al coro de los ángeles que canta: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra, porque Dios nos ama!

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