Pensando en lo que tenía que escribir en el Blog referente al evangelio de este domingo, me ha venido el recuerdo de un encuentro que tuve este lunes de Pascua con una persona. Fue un encuentro casual. No nos conocíamos de nada. Sin embargo, empezamos a conversar... Era una mujer de 42 años... Necesitaba hablar o, mejor, desahogarse... Su corazón estaba lleno de tristeza, de amargura, de rabia... Había sufrido muchas decepciones en la vida... No se había sentido querida por sus padres, la relación con su familia era un desastre, sus experiencias amorosas habían terminado en fracaso... Conclusión, el amor no existe, la amistad no existe... Esto la había llevado a tomar una actitud vital de cerrarse ante todo y ante todos... Paulatinamente había ido evitando amistades, hasta había ido abandonando la pasión de su vida: el piano...
Poco a poco la conversación fue derivando al terreno espiritual. Después de escucharla un buen rato, le dije: "Me recuerdas el evangelio en el que Jesús se aparece en medio de sus discípulos, cuando estos estaban encerrados por miedo a los judíos"... Sí, ella también se había encerrado por miedo... Miedo a ser herida, miedo a nuevas decepciones... El miedo siempre nos lleva a vivir cerrados sobre nosotros mismos... El miedo a comprometernos, el miedo a complicarnos la vida, el miedo a lo desconocido... Pero, lo más hermoso, es que el Señor Resucitado es capaz de atravesar esas cerrazones y presentarse allí, en medio de nosotros...
El Señor nos invita a abrir puertas y ventanas... A dejarlo entrar, a dejar penetrar la luz... Y nos invita a salir, a ir al encuentro de los demás para anunciar ese amor, esa paz y esa vida que surgen en nuestro interior como una fuente cuando dejamos que Dios nos llene y actúe...
En esta mujer, vi actuar al Resucitado... Vi cómo su rostro se iba serenando, se iba pacificando, pero con una paz que venía del interior, de descubrir a Dios como manantial de vida... Ella estaba cansada de luchar, no tenía fuerzas, y ahora veía que no se trataba de seguir luchando sino de acoger a Dios y dejarlo actuar... Comprendió que era necesario cerrar el pasado, vivir el presente y abrirse al futuro... Sí, cerrar el pasado, dejar de mortificarse y hurgar las heridas; vivir el presente, que es lo único real, es allí donde se aparece y actúa el Resucitado; y abrirnos al futuro, vivirlo con esperanza, pues sabemos que el Señor Jesús vive en medio de nosotros y nos lleva de la mano, en medio de las vicisitudes de la vida…
Que el Señor nos libere de nuestros miedos, sane nuestras heridas y nos haga experimentar la alegría de saberlo en medio de nosotros, comunicándonos su paz, su vida, su energía…
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