El Jesús que emerge de la oración en el Huerto de Getsemaní es alguien totalmente distinto al que hemos conocido en la vida pública. En aquella oración, Jesús ha dicho: "Padre, aparte de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya..." Y, así es, a partir de este momento, Jesús aparece como alguien totalmente entregado a la voluntad del Padre, a los acontecimientos que se desencadenan con una velocidad de vértigo...
Llegan los guardias, lo prenden, lo llevan, lo introducen... Jesús, al menos aparentemente, no tiene ningún control sobre sí mismo... A partir de este momento, hasta su muerte, está totalmente en manos de los demás... ¡Qué misterio más grande...! Dios que se deja llevar, traer, ultrajar, matar...
Los discípulos, como no puede ser menos, están desconcertados... Hay quien incluso saca una espada e hiere a uno de los soldados... No comprenden... Hacen lo que todos hacemos, defendernos, aun cuando esto implique herir a otros... Pero de qué distinta manera actúa Jesús... Inmediatamente, sana a aquel soldado que viene a prenderlo... ¡Dios es así...!
Conducen a Jesús a la casa del Sumo Sacerdote para ser juzgado... Y Pedro lo sigue de lejos... En realidad es una imagen conmovedora... Pedro ama a Jesús, y aunque está totalmente desbordado por los acontecimientos, no huye... sigue a Jesús, aunque de lejos... En estos momentos no puede acompañar a Jesús de cerca... las circunstancias y su propia situación personal se lo impiden... Pero está allí... Incluso se sienta entre aquellos que sienten animadversión por Jesús, se expone al peligro, aunque tiene la ilusión de no ser reconocido... Pobre Pedro, está hecho un lío, como nosotros, que estamos pero no estamos con Jesús, que lo seguimos pero, muchas veces, de lejos, sin querer ser reconocidos como "uno de ellos"...
Entonces, es reconocido... Primero es un simple comentario: "Éste andaba con Él"... Qué definición más hermosa... Pedro es aquel que, ante todo, andaba con Jesús... Pero él lo niega... Lo puede el miedo, aunque permanece allí... La acusación va un poco más allá y hay quien lo reconoce como "uno de ellos"... Y, efectivamente, ser discípulo es precisamente eso, ser uno del grupo de Jesús... Pero Pedro continúa evadiéndose...
Llega un momento de cierta "tranquilidad" hasta que, pasada una hora, la acusación es frontal: "éste estaba con él, se ve que es galileo"... Ya no hay duda... Y Pedro se desmarca por tercera vez... Y es entonces cuando canta el gallo (¡está amaneciendo!) y Jesús lo mira... ¡Qué mirada sería aquella! Sin duda no era una mirada acusadora... debió ser una mirada tan llena de amor, de confianza, de comprensión, que desarmó a Pedro por dentro... Y éste recordó las palabras de Jesús, salió fuera y rompió a llorar amargamente... ¡Ojalá nuestras lágrimas fueran como las de Pedro!, lágrimas de arrepentimiento, lágrimas de agradecimiento, sí, agradecimiento... Que el Señor nos regale la gracia de sentirnos mirados como Pedro... Que la mirada del Señor desenmascare nuestros miedos, nuestro seguimiento mediocre... Que sintamos el amor del Señor que nos ama en nuestra debilidad, en nuestra fragilidad, en nuestras cobardías... y que sigue confiando en nosotros...
Que en este Viernes Santo aprendamos a seguir a Jesús, aunque sea de lejos, como Pedro... y que su mirada amorosa vaya venciendo nuestros miedos y nos afiance en su seguimiento para que, como Pedro, apoyados en el amor del Señor, seamos también capaces de dar la vida, como el Maestro...
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