sábado, 17 de abril de 2010

“Todo sale del corazón” (Mt 12, 33-37)

Retomamos el comentario al evangelio de Mateo, allí donde nos quedamos antes de empezar la Cuaresma.

Estábamos comentando la sección dedicada a presentar cómo Jesús fue rechazado por sus contemporáneos (cc. 11-13). El último texto que habíamos comentado era el de Mt 12, 22-32, que trata sobre la “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Precisamente a continuación de esa perícopa, Jesús dice, a modo de sentencia: “El árbol se conoce por sus frutos”. De este modo hace una afirmación importante, a las personas se las conoce por sus obras, más que por sus palabras... Por eso, quienes los rechazan y lo acusan y calumnian, por estas obras están demostrando que están totalmente cerrados a la acción del Espítu (la blasfemia contra el Espíritu Santo).

Pero Jesús va a ir más allá. Claro que al árbol se lo conoce por sus frutos y a las personas por sus obras pero, ¿de dónde salen las obras?, ¡del corazón! Si tenemos un corazón bueno, nuestras obras serán buenas; si tenemos un corazón malo o torcido, nuestras obras serán torcidas... Si nuestro corazón está herido, nuestras acciones estarán llenas de amargura y rabia; si nuestro corazón está pacificado, nuestras acciones serán portadoras de paz... Por eso, Jesús nos llama a tener un corazón bueno, un corazón sano...

Leyendo un comentario a este texto, el autor venía a decir, más o menos, lo siguiente: El primer deber que tiene toda persona, por tanto, es tener un corazón limpio... Porque no se trata sólo de hacer cosas de corazón o, como dicen muchos, de actuar conforme a la conciencia, pues la experiencia da que muchas personas, precisamente en coherencia con su conciencia, han hecho verdaderas barbaridades, el caso más extremo, es asesinar por causa de una ideología... Se trata, por tanto, de tener un corazón recto, un corazón que sintonice con el proyecto y las llamadas de Dios, un corazón abierto a su Palabra, atento a su voz...

Esta intuición es la que está detrás de la última Encíclica de Benedicto XVI “Caritas in Veritate”... El primer deber es actuar conforme a aquello que es verdadero; la verdad de las cosas, de la vida, no está a merced de la propia subjetividad... Por eso, el ser humano tiene el deber de buscar con rectitud de corazón la verdad, atreviéndonos a cuestionar nuestra propia manera de ver las cosas. Lo que se nos pide es un corazón lo suficientemente libre para percibir la verdad, venga de donde venga, aunque esta cuestione muchas de nuestras creencias...

Esto nos da nueva luz acerca de la blasfemia o pecado contra el Espíritu Santo... Quien no está abierto a la verdad, difícilmente podrá encontrarla... Y al mantener esa actitud cerrada, nos cerramos, al mismo tiempo, a la acción de Dios, pues Dios es Verdad, por lo que, con esa postura, difícilmente podremos "salvarnos"; es decir, encontrar el camino que lleva a la Vida...

Que el Señor nos regale un corazón limpio, abierto a su Palabra y a su voluntad...

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