domingo, 4 de octubre de 2009

“¿Eres Tú el que estamos esperando?” (Mt 11, 2-6)

En los primeros 10 capítulos del evangelio de Mateo se nos ha hecho una gran presentación de Jesús como el Mesías esperado. Recordemos que este evangelio fue escrito especialmente para un público judío. La gran tesis de su autor es “demostrar” que aquel a quien toda la Escritura había anunciado durante siglos es Jesús.

Aunque nosotros no somos de origen judío, reconocer a Jesús como el Mesías es reconocerlo como el esperado, el deseado, el enviado por Dios para mostrarnos el camino que nos conduce a Él.

En los capítulos anteriores se nos ha dado a conocer el Mensaje de Jesús (cc. 5-7) y los signos que lo avalan (cc. 8-9). Jesús ha aparecido ante nuestros ojos como “Maestro de Sabiduría” (cc. 5-7) y como “El Sanador” (cc. 8-9). Y es a continuar esta misión a lo que se nos envía a nosotros (c. 10).

Sin embargo, este “gran hombre”, este “Dios-con-nosotros” que nos ha dado a conocer palabras de sabiduría y que viene a sanarnos de todas nuestras enfermedades y dolencias, fue rechazo entonces y lo sigue siendo ahora… ¿Por qué? Es ésta la pregunta a la que Mateo intentará respondernos en los capítulos siguientes (11-13).

Lo que está claro es que ante Jesús nadie queda indiferente… Su presencia suscita atracción o rechazo… Pero lo realmente doloroso es que fue rechazado precisamente por el pueblo que estaba mejor preparado para acogerlo… ¿No nos pasará algo similar a nosotros?

Este rechazo que sufre Jesús viene tipificado en tres tipos de personas: Juan el Bautista, unos niños que juegan en la plaza y los fariseos.

Juan está en la cárcel y hasta sus oídos llega lo que hace Jesús. Y lo que escucha lo desconcierta… Él había anunciado el juicio implacable de Dios y lo que ve son gestos de misericordia… Había presentado a un Dios justiciero que estaba por venir con todo su poder para aplastar a los malvados (cf. Mt 3, 1-12) y lo que ve es a un hombre sencillo, humilde, que no alza la voz y que se dedica a sanar, no a condenar… ¿Os imagináis su confusión, incluso, su decepción?

Pero no creáis que esto es algo anacrónico. No. Muchos hombres y mujeres siguen –seguimos- esperando muchas veces a un Dios que venga a poner orden… Nos resulta difícil adherirnos al Dios de Jesús que aparece envuelto en debilidad y sencillez… Seguimos esperando a un dios todopoderoso que resuelva todos los problemas, que elimine a nuestros “enemigos”, y lo que nos encontramos es la llamada a perdonar, a ser misericordiosos… ¿Acaso esto no nos desconcierta también a nosotros?

Por eso, para salir de dudas, Juan manda una comitiva donde Jesús para plantearle esta pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (11, 3).

Y Jesús, como siempre, nos remite no a la habladurías sino a los hechos: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (11, 4-5). Sí, ésta es su carta de presentación, éstas son sus credenciales, estos son los signos que verifican que es Él aquel de quien habló Isaías (26, 19; 35,5ss.; 61,1ss.).

Y termina diciendo: “Y dichoso aquel que no se escandalice de mí” (11,6). Es decir, aquel que no se sienta decepcionado por mi modo de actuar que, en definitiva, es el modo de actuar de Dios.

Siempre ha escandalizado el Dios de Jesús. Por eso nos empeñamos en tergiversar su figura añadiéndole notas de poder. Y, no… Jesús nos muestra el rostro de un Dios Padre que no se impone, que no pretende subyugarnos sino que lo que desea es que seamos felices y liberarnos de todo lo que nos impide vivir como auténticos seres humanos, llamados a vivir como hijos suyos y hermanos de todos…

Mateo, al presentarnos el desconcierto del Bautista, en realidad se dirige a nosotros e intenta aclarar nuestras dudas, invitándonos a reconocer en Jesús al enviado de Dios que nos indica el camino a seguir, un camino de compasión, cercanía y misericordia, que para muchos puede parecer debilidad pero que, en realidad, es lo que verdaderamente nos asemeja a Dios.

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