sábado, 25 de septiembre de 2010

“Subió al monte a solas para orar” (Mt 13, 22-23)

Los evangelios sinópticos coinciden en reseñar que, después de que Jesús sació a la multitud, “obligó” a sus discípulos a subirse a la barca y que lo adelantaran yendo a la otra orilla, mientras Él se encargaba de despedir a la gente...

El hecho de que Jesús haya tenido que “obligarlos”, indica que los discípulos por su propia iniciativa no habrían dejado a la gente; más aún, seguramente les molestó que Jesús les hiciera embarcar y atravesar el lago... Este dato, que puede resultar anecdótico, nos deja también una enseñanza...

Jesús acaba de dar de comer a una multitud; es decir, acaba de hacer algo extraordinario que ha dejado a todos impresionados... Esto provoca en la gente la reacción de querer proclamarlo rey... Esta reacción es má habitual de lo que parece... ¿No os ha pasado alguna vez que cuando algo os sale bien o cuando estáis atravesando un momento de éxito personal, profesional, etc., aparecen multitud de “seguidores”, personas que dicen apreciarnos, que nos valoran, agasajan, etc., etc.? Pues a Jesús le pasó lo mismo... Pero Él no buscaba el éxito, pues conocía bien el riesgo de “engancharse” a la fama, a la buena imagen ante la gente... Por eso, al darse cuenta de lo que está sucediendo, rápidamente “saca” a sus discípulos del peligro de querer convertirse en el centro de atención, de creerse benefactores de los demás, olvidando que toda la acción, todo el protagonismo le corresponde única y exclusivamente a Dios... Por tanto, la primera enseñanza es la de tener cuidado de no “engancharnos” al éxito y la de no olvidar que todo lo bueno que hacemos, tiene su origen en el Señor, origen y dador de todo bien...

Pero Jesús hace algo más... Les pide que se le adelanten a la otra orilla... Tenemos que tener cuidado de no “acomodarnos” en los lugares donde estamos bien, donde somos aceptados y bien considerados... El Señor siempre nos invita a ir más allá, a la otra orilla, allí donde hay personas que nos necesitan, aunque nos cueste dejar lo ya conocido... Y lo bonito es que lo que les pide es que le adelanten... ¡He aquí la segunda eseñanza! Nosotros estamos llamados a ir por denlante de Jesús, a abrirle el camino para que otros lo puedan acoger y recibir...

Finalmente, el texto nos dice que, después de despedir a la gente –¡Jesús siempre tan atento!–, subió al monte a solas para orar...

Jesús, en medio de la vorágine de su actividad, saca siempre tiempos largos para estar a solas con su Padre... Es ese contacto con Dios lo que le mantiene el corazón libre ante la tentación del éxito, de acomodarse allí donde todo es más fácil... Es la oración lo que hace que su corazón esté centrado en lo único verdaderamente importante, Dios y la misión que le ha encomendado...

Pidámosle al Señor, una vez más, que nos enseñe a ser como Él... Que hagamos el bien sin quedar seducidos por el éxito... Que no nos acomodemos, sino que salgamos siempre al encuentro de quienes nos necesiten... Que rescatemos tiempos de calidad para estar con el Padre, descansar en Él y alimentarnos de su amor y de su vida...

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