jueves, 15 de febrero de 2018

Nuestra ingenua pretensión de control

De una u otra manera, todos pretendemos tener las cosas bajo control: nuestras finanzas, nuestros hijos, nuestra pareja, nuestro futuro, nuestros sentimientos. Hacemos planes, establecemos metas, previsiones y, sí, está bien… pero…, la experiencia nos da que hay muchas cosas que escapan a nuestro afán de tenerlo todo controlado… una enfermedad, un accidente, una muerte, un despido, una repentina caída de la bolsa… Y esto, generalmente, nos genera mucho estrés.
Sin embargo, estas experiencias vitales de pérdida de control, pueden ser una oportunidad para caer en la cuenta de que la vida fluye y que, como el agua de un río, hay que dejarla fluir… Y que igual que es imposible atrapar el agua del océano en nuestras manos, es imposible querer controlarlo todo pues, al pretender hacerlo, no pocas veces lo terminamos ahogando…
La vida está llena de paradojas, cosas que escapan a nuestro control. Hay que prever y, al mismo tiempo, ser flexibles. El secreto está en alimentar en nosotros un profundo sentimiento de confianza vital: sí, estamos en buenas manos, hay Alguien, un Padre amoroso, que cuida de nosotros… Cuando experimentamos esto, ya no tenemos tanto miedo a dejar que las cosas, que la vida, que las situaciones fluyan.
Hoy Jesús en el evangelio nos dice que el que quiera salvar su vida la perderá (Lc 9,22-25); por eso, no debemos estar obsesionados por salvar todas las situaciones y mantenernos siempre en un entorno seguro, controlado. Y nos propone como alternativa ir en pos de Él. Sí, seguir a Jesús, hacer nuestros los valores que nos propone el evangelio. Entonces nos daremos cuenta de que en cada coyuntura, en cada encrucijada de la vida, Él nos mostrará el camino.

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