1. LEE: Lc 13, 1-9:
Cuando sucede una tragedia (un accidente, un terremoto, una guerra…), no pocos pensamos inmediatamente que se trata de un castigo de Dios. ¡Cuántas veces no habremos escuchado: “¿Por qué Dios me ha castigado”! Y, esto, en boca de personas “religiosas”.
Estas palabras reflejan la imagen tan distorsionada que tenemos de Dios, como si fuera alguien que castiga. Y, así mismo, la imagen distorsionada sobre nosotros mismos, como si fuésemos personas merecedoras de castigo o, tan “inocentes”, que no merecemos tal suerte. ¡Cuánto nos cuesta creer en el Dios que nos ha venido a revelar Jesús! Un Dios Padre bueno, paciente, misericordioso.
El evangelio de este domingo aborda precisamente este tema. Unas personas van donde Jesús y le cuenta una tragedia tremenda que les ha pasado a unos galileos. Y, Jesús, saliendo al paso de lo que están pensando, les dice directamente que lo que les ha pasado a aquellas personas, no ha sido un castigo divino, pues, lamentablemente, eso nos podría suceder a cualquiera de nosotros. No es verdad que a los buenos todo les tiene que ir bien y a los malos mal, ¡basta ver la realidad! Hay cosas que sencillamente suceden, sea por la fuerza de la naturaleza o como consecuencia del mal que realizamos los seres humanos. Ni Dios manda un terremoto ni da origen a una guerra…
Con todo, Jesús va a aprovechar esta ocasión para darnos una nueva enseñanza. No se trata de lamentarnos de las tragedias que vemos a nuestro alrededor, sino de vernos a nosotros mismos. Nos lamentamos del mal que hacen otros, pero no vemos el mal que ocasionamos nosotros. Por eso, Jesús nos invita a caer en la cuenta de aquello que necesitamos cambiar pues, si no, al final todos pereceremos, pues seguiremos ocasionando mal a nosotros mismos y a los demás.
El Dios que nos muestra Jesús aparece claramente retratado en la parábola que cuenta a continuación. Se trata de una higuera que no da fruto. El viñador quiere cortarla; el dueño de la higuera, en cambio, le pide paciencia, darle un año más de plazo. Y no solo eso, él mismo se compromete a cuidarla para que así pueda dar el fruto esperado. Ese es Dios. Alguien que continuamente nos da nuevas oportunidades; que nos cuida para que demos frutos de buenas obras, frutos de amor. La Cuaresma es precisamente esa nueva oportunidad, una oportunidad para revisar cómo estamos viviendo, cuáles son nuestros frutos; una nueva oportunidad para convertirnos, para ser lo que estamos llamados a ser.
2. MEDITA:
- ¿Cuándo observo la presencia del mal en la realidad, tiendo a culpar a Dios?
- Si yo fuera esa higuera, ¿qué frutos encontrarían Dios y los demás en mí? ¿Cuáles espera?
- En mi relación con los demás, ¿me parezco más al viñador o al dueño de la higuera?
3. ORA:
- Haz silencio en tu interior…
- Dialoga con el Señor... Pídele… Dale gracias…
4. COMPROMÉTETE:
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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