jueves, 21 de julio de 2022

XVII Domingo (Ciclo C): "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1-13)


1. LEE: Lucas 11, 1-13

El próximo domingo, la liturgia nos propone proseguir en la lectura del evangelio según san Lucas, c. 11, vv. 1 al 13 que, en esta ocasión, nos habla sobre la oración y nos muestra a Jesús como modelo de persona orante.

Seguimos en el “camino”, en la escuela del discípulo. Hace dos domingos, con la parábola del Buen Samaritano Jesús pone en el centro el servicio movido por la capacidad de con-movernos ante el sufrimiento y necesidad del otro. El domingo pasado se nos invita a estar a los pies de Jesús, escuchando su palabra y su enseñanza, sin dejarnos absorber por el trabajo; hoy se nos recuerda que Jesús es el enviado del Padre y a Él nos lleva, y nos enseña a tener una relación de confianza y abandono en un Dios que es, ante todo, Padre; es decir, se nos enseña a orar.

En el texto podemos apreciar dos partes. En la primera, se nos enseña el Padrenuestro (vv.2-8) y, en la segunda, se nos habla sobre la eficacia de la oración (vv. 9-13). En ambas, se nos da un ejemplo (se nos cuenta una pequeña parábola) y terminan con una frase lapidaria de Jesús.

El texto empieza mostrándonos a Jesús en oración. Lucas destaca de manera particular este rasgo de Jesús. Él ora, en distintas circunstancias y, sobre todo, en momentos decisivos de su vida (3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28; 11,1; 22,17.19.41; 23,34.46; 24,30). Esto motiva a que uno de sus discípulos le pida que les enseñe también a ellos a hacerlo.

Esto resulta muy curioso pues los judíos oraban con frecuencia; como prueba tenemos el libro de los salmos, ampliamente utilizado, hasta el punto que los sabían de memoria (Jesús mismo los recita en varias ocasiones). Sin embargo, en Jesús se observaba algo novedoso. Su modo de relacionarse con Dios era muy especial, hasta el punto de llamarlo Abba, Papá, lo que denotaba una relación tierna, cercana, impregnada de amor, de confianza, de abandono. Además, los discípulos fueron testigos de los efectos de la oración en Jesús, cómo salía fortalecido, tonificado, transfigurado…

Como respuesta a esta petición, se nos transmite la enseñanza del Padrenuestro. Esta oración condensa lo esencial del cristiano. Nos enseña a relacionarnos con Dios como con un Padre. No es una oración lanzada al vacío o a un ser impersonal, ni una repetición de fórmulas. No. Es una oración dirigida a alguien en quien ponemos toda nuestra confianza, que sabemos nos escucha y que está dispuesto a darnos aquello que necesitamos.

Oramos, además, en plural; es decir, no solo por mí sino por todos, a quienes siento hermanos, hijos de un mismo Padre. Y se nos enseña qué es lo que realmente tenemos que pedir: que Dios sea conocido, que vivamos según sus valores y haciendo nuestra su voluntad, que es la construcción de un mundo de hermanos. Que nos dé lo que realmente necesitamos, sin acaparar; que nos perdone y nos enseñe a perdonar; y que nos fortalezca para que nos mantengamos en el camino del bien. Se trata, por tanto, de aprender a vivir como Dios quiere no que Él haga lo que nosotros queremos.

Los dos ejemplos que luego se narran vienen a reforzar esta enseñanza. Dios es más que un amigo; incluso más que un padre que solo desee lo mejor para sus hijos. Y se nos invita a pedir, a buscar, a llamar con confianza, pues el Señor está deseando hacérsenos presente y darnos, sobre todo, su Espíritu Santo.

2. MEDITA
  • ¿Qué lugar ocupa la oración en mi vida? ¿Cómo oro?
  • En mi oración ¿me relaciono con Dios como Padre? ¿Es expresión de confianza y abandono?
  • ¿Qué suelo pedir en la oración? ¿A qué me invita hoy la oración del Padre nuestro?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

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