1. LEE: Lc 10, 1-12.17-20.
Este domingo, la Iglesia nos invita a meditar en el pasaje conocido como “El envío de los 72 discípulos”. Todos los sinópticos dejan constancia del envío de Jesús a los Doce; solo Lucas habla de un envío misionero más amplio. Este es su modo de indicarnos que la tarea misionera no es exclusiva de un grupo “especializado” o de una “élite” sino que es tarea de todos los bautizados.
El evangelio nos presenta una especie de programa para los misioneros. De él podríamos destacar tres puntos que nos invitan a la reflexión. En primer lugar, se dice claramente que Jesús los envía para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir; es decir, nuestra misión principal es «preparar el camino al Señor». Todas nuestras acciones evangelizadoras, nuestras múltiples formas de intervención en ayudas sociales, labores catequéticas; nuestras palabras, nuestra vida… son una manera de allanar el camino, de facilitar el reconocimiento y la acogida del Señor Jesús. Como dice el papa Francisco, no somos sin más ONGs sino presencia evangelizadora. Y, evangelizadora, precisamente porque ayudan a las personas a ser más libres, a valerse por sí mismas, a reconocerse amadas por Dios.
En segundo lugar, Jesús envía a sus discípulos de dos en dos. Nosotros realizamos nuestra labor misionera por encargo de otro, que es el “dueño de la mies” y es una labor comunitaria, no individual ni personalista. Con cuánta facilidad solemos olvidar esto. Por eso es importante mantener viva la consciencia de que no se trata de “mi misión” sino de la misión de Jesús, la misión de la Iglesia, la misión de mi parroquia, movimiento, congregación…
Y, en tercer lugar, sería bueno recordar que, para llevar adelante esta misión, hemos sido “empoderados” por el Señor. No somos sin más nosotros; es el Señor actuando en nosotros. Y este poder nos capacita para vencer el mal en sus múltiples formas. El texto deja claro que somos enviados como ovejas en medio de lobos. Las dificultades forman parte inherente de la misión, de la vida. El reto es no tener miedo a los lobos, no evitarlos ni, peor aún, convertirnos en ellos. Nuestro poder es para comunicar vida, para sanar, para liberar, para construir, para ser instrumentos de paz, esa paz que no es resignación ni búsqueda de componendas, sino esa paz auténtica, profunda, fruto de la justicia, del amor sincero, de ser capaces de generar relaciones nuevas que permitan un nuevo orden social en el que todos podamos vivir con la dignidad que nos corresponde, donde todos hagamos realidad el sueño de Dios: vivir como hijo y hermanos.
2. MEDITA
- ¿Cómo, dónde y con quiénes realizo mi misión de “preparar el camino al Señor”?
- ¿Soy conscientes de que el Señor me ha revestido de su autoridad para vencer el mal y hacer el bien? ¿Cómo la ejerzo?
- ¿Qué es lo que me produce satisfacción: mi “éxito” misionero o saber que mi nombre está escrito en el cielo?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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