jueves, 29 de mayo de 2008
Señor, ¡que vea...! (Mt 10,46-52)
El texto de la curación del ciego Bartimeo es uno de los relatos más conmovedores del Evangelio (Mt 10,46-52)… Jesús está a punto de llegar a Jerusalén. Jericó es la última parada del camino y allí realizará su último milagro. A lo largo del camino de Galilea a Jerusalén, Jesús ha intentado explicar a los discípulos su mensaje, pero ellos han sido incapaces de comprenderlo y cada vez se mostraban más confusos y desconcertados. Ha realizado ya sus tres anuncios de la pasión, en la que revela que el camino del Mesías pasa por el sufrimiento y, sin embargo, en la escena inmediatamente anterior, dos de sus discípulos más allegados, Santiago y Juan, le piden los primeros puestos. El suceso ocurre en Jericó. Este lugar representa la ciudad del bienestar. Es un oasis muy fértil, con una temperatura agradable, por lo que solía ser una ciudad elegida como lugar de descanso. Es la ciudad donde también tuvo el encuentro con Zaqueo del que nos habla Lucas. A la salida de la ciudad se encuentra con un hombre que tiene un nombre propio, Bartimeo, con unas referencias (el hijo de Timeo) y en una situación concreta: es mendigo, ciego y está sentado al borde del camino. En Jericó, la ciudad del bienestar, hay personas que pasan necesidad (mendigo), que no pueden valerse por sí mismas (ciego) y que se encuentran marginadas (al borde del camino), en un estado de total postración (sentadas). Pero el ciego desea salir de su situación. Ha oído hablar de Jesús, de su bondad, de sus milagros y apela precisamente a su compasión. Jesús es de esas personas que no puede ver desgracias a su lado. Y formula una de las oraciones más preciosas: “Señor Jesús, ten misericordia de mí…!” El ambiente no le es favorable, la gente lo manda a callar, lo increpa, pero él no se deja amedrentar y grita aún con más fuerza. Es la perseverancia de la oración, sostenida por la confianza. Jesús escucha y responde. No se mantiene indiferente ante la situación del ciego y su grito, tampoco es mera compasión, actúa. ¿Qué hace? Lo manda a llamar, quiere un encuentro personal, si bien actúa a través de mediaciones (los discípulos). Los discípulos dicen a Bartimeo: “¡Ánimo, levántate, el Maestro te llama!” Y el ciego, pega un salto, deja el manto, lo único que tiene, y responde a la llamada. Jesús establece un diálogo, le pregunta qué quiere. Aquí aparece el enorme contraste con los discípulos. Cuando poco antes había preguntado a Santiago y Juan qué querían, le habían pedido los primeros puestos; en cambio, el ciego, lo que desea es ver, ser iluminado. Jesús no accedió a la petición de los Zebedeos, pero sí a la del ciego... Dios no responde a cualquier petición. A continuación, lo cura y lo despide. El auténtico encuentro con Jesús desencadena en nosotros el deseo y la decisión de seguirlo. Los discípulos siguen ciegos, no pueden ver, por eso siguen al Maestro pero a tientas; Bartimeo ha sido iluminado y, por eso, ha sido capacitado para acompañar al Maestro. Hagamos también nosotros como Bartimeo… Elevemos nuestra oración al Señor, pidámosle ver, ver las cosas como Él las ve, ver el camino que tenemos que seguir para vivir según el Evangelio… Y escuchemos en nuestro interior esta misma llamada: “¡Ánimo, levántate, Jesús te llama, ha escuchado tu grito y quiere verte…” Y sí, levantémonos, pongámonos en pie, y sigamos el camino que Jesús nos indica…
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