Los dos últimos milagros que nos presentan los cap. 8-9 de Mateo guardan una cierta relación. El primero se refiere a la curación de dos ciegos y, el otro, a la curación de un endemoniado mudo. Estos dos milagros, además, están inmediatamente antes del c. 10, donde se recoge el discurso misionero de Jesús. ¿Y cuál es esa relación? Muy sencilla… La ceguera suele ser la representación de un estado espiritual, la falta de fe… Tener fe no es creer lo que no se ve sino todo lo contrario. Creer es ver, ver a Dios a nuestro lado, verlo presente en todo y en todos… Ciego es el que tiene dificultad para descubrir esa acción de Dios en la historia, en su propia vida… Y, claro quien no ha descubierto a Dios, difícilmente puede anunciarlo. Por eso, a continuación de la curación del ciego, se nos presenta la curación de un mudo (Mt 9, 32-34)… Pero vayamos despacio y empecemos por la curación de los dos ciegos.
Mateo, a diferencia de los otros evangelistas, presenta dos ciegos, pues, según la ley judía, hacía falta dos testigos para que un hecho fuera creíble. Si Jesús curó a dos ciegos, dicho hecho fue verdad…
Esta curación también está en relación con la postura de fe… Estos dos personajes no ven; es decir, como hemos dicho antes, no consiguen ver a Dios en su vida… pero, sin embargo, lo desean… ¡Cuántas personas querrían creer y no pueden! ¡Cuántas veces creemos, pero necesitamos que nos aumenten la fe…! ¡Cuántas veces vemos, pero en realidad, sólo la superficie de las cosas y necesitamos que Dios nos ilumine los ojos y el corazón para ver en profundidad!
Pese a lo escueto de la narración, la escena no tiene desperdicio… Jesús pasa… Siempre está pasando… Pasa continuamente a nuestro lado… Y, al pasar, lo siguen dos ciegos… A pesar de estar ciegos, siguen a Jesús… Como nosotros… A pesar de que muchas veces no vemos, no entendemos, seguimos a Jesús… A tientas, pero deseamos ir detrás de Él… Lo siguen hasta casa y se le acercan… buscan el contacto… La oración es esto, acercarnos a Jesús, ponernos a tiro de su mirada…
Los ciegos le han dirigido una oración que también podemos hacer nuestra: “¡Ten piedad de nosotros!” Como la oración del peregrino ruso: “Señor, ten misericordia de mí”… Ésta es la mejor oración… No se pide nada en concreto… No le dicen que los cure de la ceguera… Sólo que tenga piedad… La misericordia es el amor que se compadece, que se conmueve ante la debilidad del otro… Y los ciegos sólo piden eso, sentir ese amor compasivo de Dios… porque cuando Dios mira con compasión, somos sanados por dentro pues el amor es lo único que realmente cura…
Y Jesús les hace una pregunta: “¿Creéis que puedo hacer eso?” De esta manera, pone de manifiesto que ha entendido el deseo de aquellos dos hombres: ver… Y Jesús lo único que les pide es fe; es decir, confiar en su poder sanador… Y ambos sencillamente responde: “Sí, Señor”…
Qué escena más hermosa… Ojalá podáis imaginárosla… Ver a estos dos ciegos y a Jesús, escuchar lo que hablan, observar los gestos…
Y Jesús los toca… Entra en contacto con ellos… También nosotros necesitamos ser tocados, sentir ese gesto amoroso sobre nuestros ojos ciegos, sobre nuestras heridas… y se les abrieron los ojos…
Pero el texto deja claro que todo no termina al recuperar la visión… Quien ha experimentado la sanación de Dios no puede hacer más que proclamarla… Y ambos hombres divulgan la fama de Jesús por toda la comarca…
Nosotros podríamos preguntarnos: ¿Hemos experimentado el poder sanador de Jesús? ¿Tenemos la confianza suficiente para acercarnos a Él? ¿Nos dejamos tocar...?
Dedica algún momento a leer despacio este texto y a imaginarlo… Y ojalá sientas la mano de Jesús que te toca y cura tu ceguera…
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