A continuación de la comida con los pecadores, Mateo coloca el episodio de una discusión sobre el ayuno, como si dijera: ¡Hablando de comida…!
Jesús no deja de desconcertar… y esto, en no pocas ocasiones, degenera en una abierta discusión ante su modo de actuar o el modo de actuar de los discípulos que, a fin de cuentas, remite a Jesús. En esta ocasión el conflicto surge en torno al ayuno, una práctica muy extendida entre los judíos. Y, claro, el problema es que los discípulos de Jesús no ayunan… y se supone que deberían hacerlo…
Quienes cuestionan este comportamiento no son los fariseos sino los discípulos de Juan… Y este desconcierto es importante, pues ellos tenían dudas de si Jesús era realmente el Mesías que estaban esperando o no… Y, claro, al verlo actuar de ese modo, no respondía a sus expectativas… Efectivamente, al parecer, Jesús no cumple las expectativas de casi nadie, salvo de los pobres, de los pecadores, de los enfermos…
El sentido del ayuno que se guardaba entonces es muy distinto que el de ahora. Los fariseos y los discípulos de Juan ayunaban para acelerar la venida del Mesías y como un modo de disponerse a acogerlo… ¡Aquí está la cuestión…! Resulta que ellos ayunan para pedir que el Mesías venga y no se dan cuenta de que ya está entre ellos… ¿Os lo imagináis? Aunque, la verdad, algo parecido nos sucede a nosotros… No terminamos de darnos cuenta de que Dios está en medio de nosotros, que habita en cada uno de nosotros, que la fuerza de su resurrección nos envuelve y que camina a nuestro lado… No lo vemos presente en nuestros hermanos, en los que nos necesitan… Seguimos igual de ciegos, esperando no sé qué…
Por eso Jesús les responde claramente diciéndoles que no tiene sentido ese ayuno pues el novio (imagen para referirse a Dios) está en medio de ellos… Lo que están esperando, encuentra su realización en Él… Y ese tiempo que están viviendo es un tiempo extraordinario pues, en breve, les será arrebatado (en alusión a su muerte y a ese nuevo tipo de presencia, ya no tangible). Pero, no, ni por esas se dieron por enterados… ¡Qué difícil es creer de verdad a las palabras de Jesús…!
A continuación, añade: “Nadie echa un remiendo de paño nuevo sin remojar en un vestido viejo, porque lo añadido tira de lo viejo y lo rompe. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos pues tanto estos como el vino se echarían a perder”. Es decir, si quienes observan a Jesús se empeñan en encerrarlo en sus propias categorías, sin abrirse a la total novedad que Él trae, no hay manera de que lo entiendan… Más aún, si Jesús quisiera “adaptar” su enseñanza a los viejos moldes de la religión judía, al final, nos quedaríamos sin la novedad del cristianismo…
A esto alude el término “metanoia”, conversión, a la que tantas veces llama Jesús… No se trata de algo moral ni de cumplir con una serie de preceptos o prácticas religiosas; se trata de comprender la novedad que Él nos trae, la novedad del amor, de la alegría de sabernos en manos del Padre que nos ama con locura… todo lo demás es consecuencia de esto… Entonces las prácticas serán celebración del amor y nuestra conducta estará siempre en coherencia con este amor.
También nosotros corremos el riesgo de encerrar a Jesús en viejos esquemas religiosos o sencillamente pretendemos que responda sin más a nuestras expectativas, sin abrirnos de verdad a la novedad que nos trae… Abrámonos a su palabra, a su mensaje, a su buena noticia, a su amor, a su gracia… ¡Cuántas veces vivimos como si aún estuviéramos esperando un Mesías…! ¡Vivamos con la alegría de quien sabe que el novio, Dios, está entre nosotros…
2 comentarios:
:)
Gracias por esa reflexión. Muy edificante.
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