domingo, 12 de julio de 2009

Curación de una hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo I (Mt 9, 18-26)

Entramos ya en la tercera y última parte de la “sección de los milagros” (Mt 8-9). Igual que en las dos anteriores, ésta está compuesta por tres escenas de milagros y una especie de “resumen” de toda la acción sanadora de Jesús, que luego hará de puente con el capítulo siguiente.

La primera escena en realidad nos presenta dos milagros, la curación de una mujer con pérdidas de sangre y la resurrección de una niña de doce años. Todos los sinópticos unen ambos relatos, aparentemente muy distintos, pero que, si los vemos con atención, tienen varias cosas en común.

Se trata de la curación de dos mujeres, para colmo, “impuras”; por tanto, totalmente excluidas, pues el mero hecho de entrar en contacto con ellas ponía a quien lo hacía en situación de impureza. La primera, por sufrir pérdidas de sangre y, la segunda, porque es ya cadáver. En ambos casos, a Jesús no le importará “contaminarse”… Se deja tocar por la mujer y, luego, es él mismo quien toca a la niña… A nosotros esto no nos resulta particularmente relevante… Sin embargo, aquí se nos presenta a Jesús, una vez más, que no se deja limitar por los prejuicios sociales o religiosos, que considera a muchas personas "intocables", "malas compañías", sino que pone siempre al centro a la persona… No le importa el qué dirán sino que se mueve por la compasión y por el bien del otro.

En ambos casos, además, nos encontramos ante situaciones límite. La mujer lleva 12 años enferma y la niña ya está muerta. En este momento nos vamos a centrar en la hemorroísa, la semana siguiente lo haremos en la hija de Jairo.

Una mujer que padece pérdida de sangre es una mujer "impura" con quien nadie debe relacionarse si no quiere ser "contaminado" (Lv 15,19-29). Su situación la pone en tal grado de exclusión y vergüenza social, que no se atreve a ir directamente a Jesús sino que se le acerca por detrás… Sin embargo, para Jesús, nadie le pasa desapercibido… Pese a que la mujer lo ha tocado cuidando de no ser vista, Él se vuelve y le dirige una palabra… Y no una frase cualquiera, sino ¡una alabanza pública! ¿Os imagináis? Y le dice: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado”… Jesús, en ese gesto, ha descubierto una fe sincera, profunda, y lo dice abiertamente, aunque con ello pueda ser criticado por haberse dejado tocar…

¿Qué nos enseña esta mujer?...

Tenemos que atrevernos a acercarnos a Jesús… Sea cual sea nuestra situación personal… A veces hay personas que se sienten totalmente indignas de acercarse a Dios… ¿Y es que acaso, alguien es digno de estar bajo su mirada? Esta mujer nos enseña a tener la total certeza de que jamás vamos a ser rechazados… Nos pone de manifiesto que la fe no son unas ideas que aprendemos y repetimos aunque no entendamos; la fe es acercarse a Jesús con la confianza de que Él puede salvarnos, precisamente porque Él nos acoge en lo que somos y nos devuelve a nuestro ser originario, nuestra identidad de hijos e hijas de Dios…

Esta mujer perdía sangre… Sentía que se le iba la vida… Y nadie podía remediarlo… ¡Sólo Jesús! Acudamos a Él, presentémonos ante Él tal como somos, con nuestras debilidades, con toda aquello que muchas veces nos reprochamos, con esa sensación de falta de sentido, con lo que parece que nadie puede curar… ¡La vida se nos va de tantas maneras! Acerquémonos y atrevámonos a tocarlo, sí, a tocarlo… Y experimentemos esa fuerza y esa paz que nos comunica y nos devuelve nueva vida… Esa fuerza que esla fuerza de su amor...

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